Ensayos | Peronismo como expresión nativa - Por Hugo Fanyardo

El peronismo fue el movimiento que abrió ese espacio para la expresión viva de aquello que podemos llamar ser nacional. Fue el movimiento en el que se encarnó toda la fuerza popular y en donde se encontraron identificados cada uno de los sectores nacionales. El peronismo, por supuesto, terminó desbordando la figura de Perón, en tanto, como sabemos y contrariamente a lo que nos enseña la pedagogía colonial, la historia no la hacen los hombres individualmente, sino que la historia hace a los hombres. Son los grupos, las fuerzas colectivas humanas las que marcan el paso de la historia. Es la comunidad cultural la que forma la psicología individual.

De manera que es en esa base de tradiciones y costumbres autóctonas, de fuerza viva y concreta, en donde arraigan los movimientos populares de liberación nacional. Aunque eso no le siente a más de un refinado intelectual de izquierda, es ahí y solo ahí la base desde donde puede surgir la emancipación nacional. se muestra revelador, por lo tanto, el furibundo combate que ciertos sectores de la izquierda desembrozan contra las tradiciones culturales o los movimientos en donde están encarnan. Mao logró reconocerlo, a pesar que sus seguidores de hoy lo nieguen: <<unidad de las verdades universales del marxismo con los caracteres naciones de China>>. Cuestión que lleva a la inevitable necesidad de conocer al pueblo; tarea para nada apetecida por los selectos grupos de izquierda que piensan estar a la vanguardia de las masas, pero que en la realidad corren solos en una carrera en la que nadie más participa.De la manera en que es la historia la que forma a los hombres y partidos, comprendemos que no hay gobierno nacional sin apoyo de las masas populares. Podemos decir en una simple fórmula: o masas populares o capital extranjero. En una semi-colonia, solo en uno de esos dos sostenes se apoya cualquier gobierno. Por eso a la historia, para interpretarla, hay que desmenuzarla en sus aspectos económicos y en sus móviles políticos, y a las personas que la historia oficial resalta como hacedores de la misma, hay que ubicarlas como expresión corporizada de determinados intereses, como la figura representativa de determinadas fuerzas sociales. En ese caso, Perón fue la expresión clara de la clase trabajadora y del interés nacional. Imposible negarlo, y negándolo es cómo gran parte de la izquierda logró su extrema e impotente soledad. No comprendieron, los grupos de izquierda anti-peronistas, que atacando al líder estaban, en realidad, atacando a las masas mismas que se nucleaban en la figura cohesionante de Perón.123

El odio no era a Perón

No era a Perón lo que los antiperonistas en esencia detestaban, sino a lo que Perón representaba. La caída de Perón significaba la caída de las masas populares, la ausencia de poder para los sectores bárbaros de la sociedad argentina y la recuperación del mismo para la castiza y limpia oligarquía. Esas experiencias aún subsisten como remembranzas; están aferradas a la memoria colectiva y de tanto en tanto se dejan ver en implosiones de fulgor gorila. El procedimiento de interpretación para revocar los movimientos nacionales –especialmente el peronismo o todo lo que recuerde a él- es recurrir a las características psicológicas del líder. Nada más arbitrariamente zonzo y reduccionista que explicar fenómenos sociales desde el psicologismo. El psicologismo puede ser un buen complemento o una forma de aproximación desde otra óptica que venga a reforzar el criterio dado, pero nunca puede colocarse como el centro de la cuestión, el nudo de la explicación.

Explicar la esencia perversa del peronismo por la supuesta personalidad autoritaria de Perón es, sencillamente, no comprenderlo en absoluto. Los movimientos populares necesitan imperiosamente de una personalidad definida y centralizadora. Los descontentos sociales hacen al líder y el líder los unifica y encarrila, los conduce. No es para cualquiera la tarea, solo alguien capacitado puede responder afirmativamente en esa elevación de las masas. El proyecto colectivo de las masas explotadas y sometidas no puede materializarse sin la intermediación activa de una personalidad definida. Es una batalla contra-hegemónica la que se desenvuelve y, por lo tanto, el principio agregador debe enclavar en un hombre.

El papel del pueblo

El pueblo crea al conductor y el conductor administra esas fuerzas populares. Si el líder, como aseguraba Hernández Arregui, dentro de las fuerzas históricas coincide con los objetivos de las masas, éstas lo siguen. Si no lo abandonan. Hay una relación dialéctica entre el líder y la masa. La vida de uno está condicionada, ciertamente, por la del otro. No son independientes, en ningún momento: ni en su nacimiento, ya que el surgimiento de uno brinda las condiciones necesarias para el nacimiento del otro –es decir, la aparición de un hombre que reúne las características para ser un líder popular e interpreta el malestar popular gestado en el seno de la masa, depende de ese creciente disgusto de la masa y el paso a la acción concreta elevándolo-; ni durante su desarrollo, ya que lo que uno haga repercute en el otro: lo que el líder decida influye sobre la masa, para bien o para mal, y lo que la masa pretenda, orienta y marca la cancha en la que el líder juega.

Ninguno puede desconocer la existencia y el papel determinante del otro: si el líder desconoce la autoridad de la masas, termina por cortarse solo y perder todo tipo de adhesión y, por lo tanto, capacidad de acción; si la masa, por el contrario, desconoce el principio de líder, termina por desbordarlo y anarquizar su funcionamiento, volviendo toda iniciativa caótica e ineficaz.Al similar sucede si esa masa impulsada por un carisma particular que supo interpretar una necesidad no se constituye, con el tiempo y los hechos concretos, en un movimiento social organizado y consciente de sí mismo y de sus posibilidades, dura el tiempo que activo dura aquel carisma o que perdura el fervor inicial. Se somete, en definitiva, lo colectivo a lo individual.

La mayoría de las izquierdas jamás se pusieron a reflexionar sobre el asunto. No comprendieron el afecto y apego de las masas para con la figura de ese militar autoritario y, para más, reaccionario. Pero, a decir verdad, si el prestigio de Perón en las masas de trabajadores perdura a pesar de las variadas campañas de difamación, significa que Perón supo en realidad interpretar las necesidades de esa masa y encarnar la reivindicación nacional y popular. Es demasiada necedad negarlo aún hoy, a menos que se caiga en el absurdo argumento de la ignorancia de las masas o su incapacidad grotesca para hacer una lectura política.

La Argentina y Occidente

La argentina no pertenece a la cultura occidental y eso, a nuestras clases letradas, le resulta insoportablemente doloroso. Es un insulto a sus aspiraciones intelectuales, a los deseos de prestigio y reconocimiento que vienen amasando desde los tiempos estudiantes y que le fueron inculcados en la Universidad. La cultura nacional no se siente parte de occidente, porque occidente no nos pertenece. La cultura que nos prestan y nos quieren obligar a aceptar –aunque la esencia cultura nativa se niega lo más que puede- nos hace pensar desde una abstracción, nos hace pensar como argentinos, que es el resultado de esa razón pura, abstracta, con que piensa occidente y que nos implantan para que nos concibamos como diferentes a todos los demás pueblos iberoamericanos. Argentina para estos elitistas grupos ilustrados, es el país europeo extraviado en América.

No comprenden todavía cómo pudo ser que aparezcamos en este suelo, siendo tan parecidos a los de allende el Atlántico. El profundo resquemor que les produce no ser, no les deja ver todo aquel bagaje cultura que portamos y que nos identifica con los pueblos originarios de nuestra Latinoamérica.

El peronismo abre un huevo para que se cuele esa esencia que nos une al lugar donde nacimos. Le abre paso a la materialidad, porque nosotros somos definitivamente iberoamericanos y de eso no podemos dudarlo. La argentinidad es esa virtualidad que mejor representa los intereses foráneos en su penetración cultural. Nada hay de originario, de autóctono, de propio en esa argentinidad que nos fabrican y que falsamente nosotros blandimos con impostado orgullo. Es un concepto en donde queremos encajar la realidad.

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