Crónicas | Lagrimas de sangre en Palestina - Por Honoris de Cubillas

Desde la Guerra de los Seis Días, en 1967, la Franja de Gaza, en los hechos, sufre el bloqueo de las fuerzas israelíes.
En ese territorio abandonado por el mundo, los restos de edificios que los misiles y las bombas dejan en pie, se sostienen de milagro y los niños, deshilachados y desnutridos, corretean sin saber que son protagonistas del drama más grande del último siglo.
Los hospitales no cuentan con los recursos mínimos y el hambre se expande por todos los rincones, llevando consigo cientos de enfermedades que se vuelven arrasadoras.
Miles de inocentes mueren a diario por un conflicto en el cual tienen impedida la participación.
Israel, país invasor, desconoce la dignidad de esas personas que fueron despojadas de sus derechos más básicos: desde los lujos de la ‘democracia’ y ‘modernidad’ occidentales, niegan los pesares de los musulmanes arrinconados y contribuyen a engrosarlos.
Al fin y al cabo, la guerra contra el ‘terrorismo’ la terminan pagando, como siempre, los simples e inocentes que no mucho saben más que de sus lamentos y humillaciones.

El precio de la libertad

Las bombas israelíes llueven en la Franja de Gaza como en Londres cae la llovizna: cotidianamente.
La muerte es la palabra que mejor describe los días de los palestinos amontonados en ese pedacito de tierra que es un enorme campo de concentración.
La Operación Plomo Fundido, bombardeo constante entre diciembre de 2008 y enero de 2009, dejó más de 1400 víctimas palestinas.

Más de 500 de ellos eran civiles inocentes que no alcanzaban la mayoría de edad.
Tres años más tarde, el Ejército israelí lanzó la Operación Pilar Defensivo. Extrañas son las razones por la cual el ejército mejor equipado de la historia de la humanidad, aliado a las potencias más guerreras y sanguinarias que se hayan conocido, necesita defenderse de un pueblo aislado y olvidado.
«Estamos infligiendo a Hamas un duro precio. Las fuerzas armadas atacaron mil objetivos terroristas y continúan con sus actividades; están listas para extender las operaciones de manera significativa», dijo, muy seguro de sí mismo, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu.
El precio que los palestinos deben pagar no es otro si no el precio de querer ser libres. Y para las potencias occidentales, la libertad se paga con –mucha- sangre.

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