Se había peleado con todos, pero como en la guerra fría. No hubo enfrentamientos, los mando a cagar y listo. Dejaba en claro sus diferencias a partir de ciertas opiniones que lograban levantar los humos de los presentes, generando una discusión que acababa en peleas de gritos donde se sacaban a flote intereses ocultos, dolores resentidos y esas cosas que cualquiera guarda hasta explotar.
«¿Que me venís a decir vos a mi, si tu mujer labura para que vos estés todo el día al pedo», eran cosas que todos sabían pero que nadie las decía, bueno casi nadie. Este tipo no controlaba sus argumentos, ni mucho menos su efervescencia en los cálidos intercambios de opinión que mantenía con sus amigos, y de ese modo mezclaba sus pensamientos sobre el tema, con cuestiones personales.
«¡Mirá quién opina de fútbol, el que debe dos hipotecas!», comentarios hirientes que no encajaban dentro de la discusión pero que lastimaban al otro.
Norberto Agretti tenía cuarenta y siete. Era abogado recibido en la Universidad de Buenos Aires, título que enrostraba olímpicamente a quién le contase algo de su vida. Incluso en las situaciones más insólitas.
— Buenos días Marito – ocho y diez entraba siempre a la panadería que tenía al lado de
su edificio.
— ¿Qué hacés Agretti? – Mario lo detestaba, pero al fin de cuentas era un cliente fijo.
— Acá andamos, con mucho laburo, pasa que bueno, viste como es, cuando tenés un título importante como el de abogado, y más siendo de la UBA, te llaman de todos lados por cualquier quilombo – dijo mientras fabricaba una sonrisa inaguantable para quien la vea.
«Uh, otra vez con lo del título, como rompe las pelotas con eso», Mario hablaba hacia adentro pero a la vez le seguía el juego para poder concretar la venta.
Sus amigos siempre decían de no invitarlo más a los asados, hasta que recordaban que Norberto era el único que ponía la casa ya que no tenía familia, y además gozaba de un muy buen pasar. Este tipo, así como se lo nombra, fue amigo alguna vez de Alessandro Gado, claro que desde chicos, ya que tiempo más tarde, el escritor perdió completo contacto con él.
Sin embargo, Gado solía recordar a veces las discusiones con Norberto. Le gustaba burlarse del olvido, trayendo a la memoria las interminables charlas de adolescentes que siempre levantaban temperatura.
— Vos cuando termines el secundario, ¿qué pensás hacer? – preguntó una vez Agretti
A lo que Gado contestó, casi soñando despierto
— Escritor. Voy a dedicarme a recolectar historias y poder transformarlas en hojas de libros para que la gente disfrute leyendo mientras se escapa un rato de la cotidianidad.
— Alessandro hablaba e imaginaba un futuro hermoso, diseñado solamente por las utopías que bailaban por su mente en aquellos momentos de éxtasis.
Solía tener esas fantasías donde le mojaba la oreja al futuro, anunciándole lo que iba a suceder, sin dejar que el destino emitiera palabra alguna. No quería ni pensar en que el porvenir pudiera arruinarle los planes. No se imaginaba otra cosa, no podía.
— Dejate de joder, de en serio. ¿Qué querés estudiar? – Agretti era otro tipo de sujeto, mucho más exacto, con la vida programada. Y aquellas proyecciones eran inamovibles.
— ¿Escritor?, por Dios Ale, te vas a cagar de hambre, ¿además vos qué sabés de juntar palabras?
Las críticas de su compañero no ahuyentaban los sueños de Gado, pero le molestaba tener que dar explicaciones a cada rato sobre «los planes para la vida».
— Escuchá, la cosa es simple, vos tenés que estudiar algo que te dé plata, ¿entendés?, que te dé para morfar – Norberto comenzaba otra vez, como siempre, un discurso sobre cómo llevar adelante una vida ‘exitosa’ – no se puede vivir de ilusiones macho, bajá de la palmera, que a la panza hay que tirarle comida y no sueños pelotudos.
— Pará, tampoco es tan así che – el asunto comenzaba a tornarse algo más pesado – además, ¿vos qué te preocupás, si no me vas a dar de comer?
Agretti se puso de pie.
— Mirá boludo, yo te lo digo porque somos amigos, vos siempre leyendo y soñando por ahí ¿por qué no buscás algo más sencillo? – Gado sabía qué venía después de esa pregunta – yo por mi parte, pienso ser abogado, de la UBA.
— No basta, no empieces a romperme las pelotas otra vez con lo de abogacía, y el título de la pública de Buenos Aires.
— Pero es cierto, imaginate, vamos a la capital, nos metemos en la de derecho, te recibís ahí y listo, tenés laburo seguro. Después empezás a juntar tu plata y vivís como rey.
Gado levantóse de la silla, dispuesto a irse. Había vivido otras veces esa situación y no estaba dispuesto a atravesarla nuevamente.
— Pará, ¿dónde vas? – Agretti aún no había terminado y odiaba que se retiren antes de que finalice una idea.
— Me voy, ya me hinché las pelotas de vos, y tu forma de ver al mundo – Alessandro ensayó los primeros pasos para dejar el lugar, cuando su amigo le tiró un golpe bajo.
— Está bien, andá. ¿Qué le puedo pedir a un tipo que tiene los padres separados, y mira películas en blanco y negro?
— ¿Sabés qué?, andate a cagar, vos, la abogacía y tus planes – un portazo puso el punto final.
Alessandro recordaba con gracia aquellas peleas. Nunca más lo vio, ni siquiera sabía si había triunfado. «¿Será abogado el tipo este?, no sea cosa que haya terminado peor que yo», se dijo a sí mismo y planeó la forma de comprobarlo.
Buscó en la guía telefónica, pero no había ningún Agretti. Acudió al teléfono que tenía anotado de cuando iban juntos al colegio, pero del otro lado atendió una señora mayor, algo irrespetuosa que entre insultos y una tos seca le explicó que a quien buscaba vivía en Buenos Aires hacía más de siete años.
Sentado frente a la computadora y navegando por Internet, escribió el nombre de su amigo y para su sorpresa, apareció de inmediato «Estudio Jurídico Agretti» en la pantalla.
Marcó y esperó. Una voz grabada le pidió el número de interno, pero prefirió aguardar, porque según la operadora una secretaria lo atendería a la brevedad. Sonaba Beethoven, o una muy mala imitación. Pasaron no menos de 15 minutos.
— El concepto de ‘brevedad’ de esta gente es bastante diferente al que tengo yo – dijo cuando alguien mostró vida del otro lado del tubo – si hola… eh, Norberto Agretti, ¿está?
— En una reunión. ¿De parte de quién?
— Alessandro Gado, dígale.
Hubo un silencio largo que murió cuando alguien tomó el teléfono.
— ¿Hola?
— Si, ¿Norberto? – Gado transpiraba un poco y se replanteaba haber hecho la llamada.
— ¿Alessandro?
— Sí, ¿cómo andás tanto tiempo?
— ¿Qué hacés querido cómo estás? – gritó exaltado – ¡tanto tiempo hermano!, ¡decime que andás por Capital!
— No, no. – Confesó – pero tengo que partir para allá en estos diás por unos temas de trabajo, ¿te parece que te avise y tomamos un café?
— Dale, dale; por favor, avisá ¿Tenés la dirección de mi casa?
— No, sólo la de tu oficina.
— Anotá: Gorritti 1784.
— Bien – Gado iba a saludar cuando aprovechó para consultar el teléfono – che ¿y tu celular?, pasame así te ubico ahí y nos vemos.
Otra vez silencio.
— No, disculpá, pero no puedo, acá soy un tipo reconocido, y mi teléfono prefiero no divulgaro, ¿entendés? – Norberto respiró profundo y agregó – pasá por casa cualquier día de la semana después de las 20, antes no porque estoy laburando – Gado sabía lo que le iba a decir – esto no es joda, cuando sos abogado, y más de la pública no parás nunca.
— Está bien – interrumpió – no me cuentes todo por acá, en unos días paso y hablamos.
«Este pelotudo no cambió en nada», pensó mientras lo saludaba y cortó el teléfono.
Semanas más tarde, Alessandro caminaba por Capital Federal con un papel en mano donde se leía la dirección de su antiguo amigo. Eran las siete de la tarde, así que buscó un bar cerca de la dirección, pidió un café y sacó uno de Cortázar para pasar el rato.
Relojeó la hora, eran nueve menos diez. «Mierda, el tiempo corre maratones cuando leés», murmuró. Pagó y se fue.
Caminó algo más que media cuadra y llegó. Frente a sus ojos había una casa enorme, con un frente impactante, rejas negras altas de las que terminan en punta. Un jardín iluminado se presentaba como preámbulo a la puerta de entrada. Tocó timbre y esperó. Dijo su nombre y el portón de rejas comenzó a abrirse.
De la puerta de entrada salió un tipo de traje, con una copa en la mano caminando sonriente, con un habano en la boca mientras dibujaba una mueca que imitaba una sonrisa forzada.
— Alessandro querido. Bienvenido a mi hogar, adelante.
Se saludaron, mintieron un abrazo de reencuentro y caminaron por la sala. Era realmente enorme. El espíritu moderno del arte se había instalado en el diseño de interiores de la casa, parecía la misma Escuela Bauhaus.
— Espero que te guste – dijo Agretti, mientras tejía una sonrisa soberbia – todo lo elegí yo, a base de mi gran gusto.
Caminaron un poco más, ya con un vaso de brandi en la mano con un par de hielos.
Ninguno hablaba, pero ambos tenían cosas que decir. Sin embargo esperaban la
palabra del otro.
Con un rato de silencio incómodo, de esos que molestan tanto o más que el ruido, Agretti movió un peón como para iniciar una conversación que, a priori, no llevaba a ningún lado.
— Bueno – dijo – vos me buscaste, supongo que me vas a decir para qué, ¿no?
Gado se mojó los labios con la lengua, y comenzó a mentir.
— Verás, estoy escribiendo un libro que reúne diferentes anécdotas de mi vida y bueno, fuimos amigos de chicos, podríamos sacar algo bueno de eso.
— Pará un segundo – interrumpió el otro – déjame ver si entiendo, andás cagado de hambre con eso de escribir y no tenés ideas así que me venís a pedir permiso para lucrar con mi vida.
El tono de la charla subió un par de escalones de volumen, y la frente de Alessandro comenzó a transpirar, mojándose con gotas de nerviosismo.
— No es tan así – explicó – en realidad es una forma de inmortalizar recuerdos, tómalo como un gesto de amistad – termino el brandi y continuó – podríamos por ejemplo hablar de cuando discutimos sobre el desarrollo de la guerra fría en plena clase de política.
Agretti dibujó un gesto de enojo bajando sus cejas y redujo la mirada acercando sus parpados. Casi como una mirada desconfiada, que sospecha malas intenciones del futuro.
— Bueno, no sé – volvió a servir los dos vasos – es que mirá, yo estudié mucho y trabajé demasiado para llegar al status quo de vida que ves, y que seguramente envidiás, lo cual es lógico – el orgullo brotaba por todos lados como las langostas en el castigo divino – y veo que vos quedaste algo debajo en la pirámide que sostiene al mundo; entonces, a partir de eso, contar mi vida es una de las alternativas con las que contás para juntarte unos mangos.
Alessandro sudaba rabia. Aquel sujeto era despreciable, realmente asqueroso. Los ratos de su vida en los que intercambiaba palabras con alguien, solo los utilizaba para mostrar cuán lujosa era su vida, y qué tan lejos estaba aquel otro de acercársele.
— ¿De qué hablás?, ¿despreciable yo?, soy abogado de la UBA, un tipo que goza de prestigio y respeto entre los pasillos de los estudios jurídicos de la ciudad.
— Perdón – interrumpió Gado – ¿con quién discutís ahora?
— Con el idiota este que relata.
— ¿Estás peleando con el narrador?, ¿vos sos consciente de que puede terminar todo ahora y desaparecemos?
Gado estaba desconcertado, Agretti insultaba en voz alta. Repartía agresiones a su compañero y a quien les habla, con total impunidad. Ese tipo era un verdadero idiota, realmente insoportable.
— Pará, para un poquito ¿a quién le hablás así pelotudo? Me importa muy poco quién carajo seas, esta es mi casa y no tengo ganas de bancarte a vos ni a este fracasado dentro de ella.
— ¿Pero te volviste loco?, ¿cómo se te ocurre tratar así al narrador?, ¡no te das cuenta que este tipo puede hacer lo que quiera de nosotros! – pensó unos segundos – por cierto, señor narrador, ¿podría hacer de mí un famosísimo escritor?
— ¡No! – Gritó Agretti – ¡nada de eso!, que se gane las cosas como yo.
— ¿Qué te molesta? – Increpó – ya tenés lo que querías para tu vida y más también.
Ambos se miraron fijos, pensaron en golpear al otro, para callarlo de una buena vez, pero ninguno era capaz de eso, así que siguieron discutiendo.
— Ah, mirá vos – dijo Agretti – ¿así que tenías ‘intenciones’ de pegarme? – Preguntó mientras reía burlando a su amigo – vos que nunca te animaste a hablarle a Rita, ¿querías pegarme a mí?
Alessandro lo miró fijo, aquel sujeto siempre rellenaba las discusiones con comentarios que no hacían a la ocasión. Sentía ganas, grandes ganas de saltarle encima y golpearlo.
— Dale cagón, saltá – desafiaba el otro – dale que este estúpido relata todo, así que ya sé lo que pensás y lo que querés hacer – Norberto provocaba sabiendo que su amigo no haría nada.
El aire era tenso, pesado. Sostenían los ojos a la altura de los del otro sin siquiera pestañear.
— Bueno ¡basta! – Agretti rompió el silencio y avanzó dos pasos hacia Alessandro – te vas de acá fracasado, no tengo ganas de aguantarte más en mi casa – comenzó a empujarlo – vos también; sí, sí, vos te digo, chau, ¡fuera!
Llevó por la fuerza a Gado hacia la entrada, tomándolo del hombro y recordándole a cada paso que su vida nadaría entre la mediocridad y la desilusión. Su compañero solo se limitaba a oír las maldiciones sin fuerzas ya para discutir o defenderse.
— ¿Qué hacés la puta que te pario? – se quejó Norberto luego de que Alessandro girara sobre sus pies y acomode el puño derecho en su maxilar inferior.
— Gracias por no anunciarme – me dijo Gado mirando al cielo, y siguió caminando alejándose de la casa.
Agretti miraba desde el piso. Escupió sangre y se puso de pie. Cerró la puerta de su casa y caminó hacia adentro.
— Idiota, será toda la vida un pobre tipo – exclamó – escritor, escritor… hambriento, eso
va a ser.
Sirvió nuevamente el vaso con brandi y quedó frente al gran ventanal mirando el parque. Su lengua saboreó el trago mientras pensaba en todo lo que acaba de ocurrir.
— ¿Todavía seguís acá? – Me preguntó – ¡fuera mierda, basta!
Lanzó el vaso hacia el aire.
— Y usted lector, Dios mío, ¿no tiene nada más importante que hacer que estar leyendo a este mediocre narrador que mancha a la literatura con su incompetencia? Déjese de joder de una vez, y cambie de texto; o mejor, busque alguna actividad, ¡vago, irresponsable! Permiso, me voy a dormir, porque mañana debo levantarme temprano, tengo que trabajar, soy un tipo muy importante y debo estar descansado. Soy abogado, y de la Universidad… – fin del cuento, disculpen la desprolijidad, pero este tipo me cansó.