Ensayos | La unidad latinoamericana en el pensamiento de los libertadores (Parte I) - La unidad latinoamericana fue la forma que, desde todos los rincones del continente, se pensó, y su vocación, capturó los anhelos y los apetitos de cientos de hombres, que a la entereza de la lucha por la materialidad de su seno se lanzaron. Esos son los que forzaron la historia y cuyo nombre, su historia y su pensamiento, sintetizan las ansias y el derrotero de un pueblo entero.

La unidad latinoamericana fue la forma que, desde todos los rincones del continente, se pensó, y su vocación, capturó los anhelos y los apetitos de cientos de hombres, que a la entereza de la lucha por la materialidad de su seno se lanzaron. Esos son los que forzaron la historia y cuyo nombre, su historia y su pensamiento, sintetizan las ansias y el derrotero de un pueblo entero. 

Por Roberto A. Ferrero

De Venezuela a Méjico, la misma idea 
La idea central del pensamiento político latinoamericano -el objetivo de la unidad de América Latina- estuvo presente como un objetivo natural, obvio, desde el comienzo mismo de la lucha por la independencia y estrechamente ligada a ésta en los proyectos de los Libertadores. Ninguno de éstos imaginaba liberarse de la tutela de España al precio de la balcanización de la Patria Grande. El ideal se formuló a lo largo del primer siglo independiente en opiniones doctrinarias, planes de confederación, tratados bi y multilaterales, campañas militares, congresos y misiones diplomáticas, que encabezaron, promovieron o apoyaron de distintas formas los caudillos militares y civiles de la emancipación, que se sentían todos miembros de una sola gran nación.
Francisco de Miranda, el Precursor, formuló en su exilio de Inglaterra planes de independencia y unidad ya en 1790, y luego en 1798 y 1801. El Proyecto de 1790 preveía una monarquía constitucional (“mixta y similar a la de Gran Bretaña”, decía) para un vasto Estado latinoamericano extendido desde el paralelo 45 al norte hasta el Cabo de Hornos al sur, y desde el Pacífico al oeste hasta el Atlántico, la frontera brasilera y el Mississippi al oeste. Su jefe ejecutivo debería ser un descendiente de los Incas, con el título de Emperador. En la “Proclama” de 1798 a los hispanoamericanos les proponía que “los cabildos del ‘Continente Colombiano’ destinen al cuartel general del ejército libertador –que pensaba enviar con ayuda de Inglaterra- delegados encargados de formar un Congreso, para establecer un gobierno provisional”. Tres años después, para el caso del triunfo de las armas libertadoras, diseñaba un proyecto de “gobierno Federal” para la nueva república confederal que proponía llamar “Colombia”, con capital en Panamá, que trocaría su nombre por el de “Colombo”. El tipo de gobierno, más centralizado que el del plan de 1790, era original: desempeñarían el Poder Ejecutivo dos “Incas”, uno asentado en la capital y el otro itinerante, pero en caso de peligro grave, el “Consejo Colombiano” -las cámaras legislativas- podrían autorizar el nombramiento de un Dictador interino por el término de un año.
La Revolución Venezolana, que creó su Junta independentista el l9 de abril de 1810, proporcionaría a Miranda la oportunidad de realizar sus ideas, pero antes envió a Londres, en procura de apoyo, una comisión que integraban Andrés Bello, Simón Bolivar y Luis López Méndez, quienes en la capital inglesa se contactaron el Precursor. Para fines de año, éste ya se encontraría en Venezuela.
Mientras tanto, en Buenos Aires se había producido el 25 de Mayo la destitución del Virrey español y sus sustitución por la llamada “Primera Junta” argentina, que ya en el mes siguiente se dirigiría al Cabildo de Santiago de Chile -enfrentado al Capitán General español Garcia Carrasco- exponiéndole la necesidad de que “se forme en la América entera un plan vigoroso de unidad”. Luego, en noviembre, comisiona al Dr. Antonio Alvarez Jonte para explicar a la Junta independentista chilena que en el interín (16 de Julio) se había formado, las intenciones de su similar porteña a fin de lograr “la consolidación del glorioso sistema que ha abrazado esta parte de América”, adelantando “la conveniencia de establecer y fomentar una alianza mutua entre las dos Juntas, haciendo de los dos pueblos una verdadera confederación”. El gobierno trasandino envió entonces a Buenos Aires, en diciembre, un proyecto redactado por Martínez de Rozas, “para convocar un Congreso que promoviese un plan general de defensa y diera las bases para la formación de una Confederación Americana con un poder central y autonomía de cada una de sus partes”. Infortunadamente, nuestra Primera Junta, por gravitación en contrario de su influyente Secretario, Dr. Mariano Moreno, lo rechazó.
También se desdeñaría, de parte de Manuel Moreno -aun influido por las ideas de su hermano Mariano- un plan de confederación que le propondría en Londres, en 1811, Luis López Méndez, diplomático que mencionamos arriba de la Junta revolucionaria de Venezuela. Como se sabe, el gobierno de Buenos Aires había designado para ese mismo papel a Mariano Moreno, a quien acompañaban como secretarios Tomás Guido y Manuel Moreno, pero al fallecer el primero en alta mar, su hermano asumió la titularidad de la gestión. Llegado a la capital británica, el argentino no tardó en relacionarse con López Méndez, quien tenía instrucciones tempranas de Caracas en el sentido de la unión hispanoamericana, porque -decía Venezuela- “miraría como una calamidad para la América la más absoluta disgregación de las partes libres de la Monarquía española, cuando la identidad de origen, religión, leyes, costumbres e intereses parecen sugerirles una confederación tan estrecha como lo permita la inmensa extensión que tienen nuestras poblaciones” . De manera que López Méndez propuso a su colega un proyecto de “una confederación con todos los países que hubieran constituido un gobierno independiente; ellos se reunirían en un punto central de la América del Sur. Para concertar la reunión, Venezuela podría invitar a Santa Fe (Bogotá. RAF) y Quito, en tanto Buenos Aires lo haría con Chile y Perú”. Pero Moreno, dice Heredia, “no mostró más interés en adelantar la concreción del proyecto….”
En Méjico, donde las fuerzas patriotas están trabadas en dura lucha contra el dominio español, el Libertador José María Morelos, seguidor de Miguel Hidalgo, se da tiempo sin embargo, a fines de 1810, para emitir un documento por el que se disponía, entre otras cosas, que en adelante ya no se llamará a los hijos del país “Indios, mulatos ni castas, sino todos generalmente Americanos”.
Fusilado Hidalgo por los españoles a mediados de 1811, mientras Morelos combatía en el Sur, el General-doctor Ignacio López Rayón, -segundo del heroico cura de Dolores- formaba un gobierno rebelde, la “Suprema Junta Gubernativa de América” o Junta de Zitácuaro, en el estado de Michoacán y comisionaba a Simón Tadeo Ortiz y Ayala con la misión de viajar por la América del Sur para trabajar por “la unión recíproca de Méjico con los países de esa parte del continente”. Simultáneamente, promovía la aparición de un órgano periodístico independentista que se llamó “El Despertador Americano” (no “mejicano”, como podría presumirse). Aprisionado López Rayón y fusilado Morelos en 1815, sus ideales de transformación social y unidad hispanoamericana no morirían con ellos. Ese mismo año, uno de los lugartenientes de Morelos, el general Vicente Guerrero, había llamado a Simón Bolívar “para que asumiera el mando de las tropas independientes”, lo que prueba que los revolucionarios mejicanos reconocían la dimensión continental de la lucha.
Simón Bolívar, discípulo y después enemigo del Precursor, y propulsor de una poderosa “Confederación de los Andes” (la Gran Colombia, más Perú y Bolivia) e inspirador del célebre Congreso de Panamá de 1826, conoció a Miranda en 1810, como dijimos. En esa ciudad ratificó las grandes ideas del ilustre exiliado sobre la unidad de la América Española y las expuso -sin mencionarlo- en la conocida “Carta de Jamaica” que escribió en Kingston el 6 de septiembre de 1815. Allí dirá, entre otras consideraciones de carácter realmente profético, que “Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Nuevo Mundo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre si y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de formarse”. Partidario de esa idea, era sin embargo escéptico sobre las posibilidades de concretarla en un corto plazo: “más no es posible (la unidad), porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes dividen a la América”. En 1817, respondiendo a una misiva de apoyo y felicitaciones de Juan Martín de Pueyrredón, entonces Director Supremo de las Provincias Unidas del Rio de la Plata, dice el “Alfarero de Repúblicas” -como le llama Towsend Ezcurra- : ”Una ha de ser la Patria de todos los americanos, ya que en todo hemos tenido una perfecta unidad”, para señalar a continuación: “Cuando el triunfo de las armas de Venezuela complete la obra de su independencia, o que circunstancias más favorables nos permitan comunicaciones más frecuentes y relaciones más estrechas, nosotros nos apresuraremos, con el más vivo interés, a entablar, por nuestra parte, el pacto americano que, formando de todas nuestras repúblicas un cuerpo político, presente la América al mundo con un aspecto de majestad y grandeza sin ejemplo en las naciones antiguas. La América así unida, si el cielo nos conceder este deseado voto, podrá llamarse la reina de las naciones y la madre de las repúblicas”.
Y “en 1818, dice Soto Hall, el Libertador ya define su resolución y sus intenciones a este respecto” en múltiples documentos y proclamas. Por fin, después de Ayacucho creyó que el tiempo de Hispanoamérica había llegado y que las dificultades tenidas antes por insuperables podían sin embargo ser superadas por la voluntad mancomunada de los pueblos y sus dirigentes. El proyecto del Congreso Anfictiónico se hacía más concreto.
En América Central, los cinco países que constituían la llamada “Capitanía General de Guatemala”, se habían declarado independientes de modo pacífico en 1821, uniéndose a Méjico, del que se separaron formalmente el 1° de Julio de 1823. La Asamblea Nacional Constituyente que tomó la trascendental resolución, acordó el 6 de noviembre “excitar a los cuerpos deliberantes de ambas Américas para conformar una Confederación general que representase unida a la gran familia americana y garantizase su libertad e independencia”! Además dispuso rendir homenaje a Bolívar, a Fray Bartolomé de Las Casas y al Abate de Pradt, gran defensor de la independencia hispanoamericana. Como escribe Ricardo Barón Castro, a través de esos homenajes, “los legisladores centroamericanos manifiestan, con diáfana claridad, su posición de americanos que no están dispuestos a renegar de la unidad que les legó su pasado…”
Los Libertadores del Sur 

Disposición análoga a la primera de Morelos adopta el primer Congreso paraguayo, que se había reunido en Asunción después que los guaraníes hubieran derrotado a la invasión porteña y elegido su propia Junta de gobierno rebelde el 14 de Mayo de 1811. En junio, efectivamente, el Congreso decretaría que “En lo sucesivo, todo americano, aunque no sea nacido en esta provincia, quedará enteramente apto para obtener y ocupar cualquier cargo o empleo…”.

Es que, aparentemente aislados de las nacientes tormentas de la Independencia por su mediterraneidad geográfica, y contrariamente a lo que ello induciría a pensar, los patriotas paraguayos estaban imbuidos del mismo espíritu hispanoamericano que reinaba en los países vecinos. El mismo se revela además en la Nota que ese Congreso enviaría a la Primera Junta de Buenos Aires, en la que le decía con fecha 20 de junio: “La confederación de esta Provincia, con las demás de nuestra América y principalmente con las que comprendía la demarcación del antiguo Virreinato, debía ser de interés más inmediato, Más asequible y por lo mismo más natural, como pueblos, no solo de un mismo origen, sino que, por el enlace de particulares y recíprocos intereses parecen destinados por la naturaleza misma a vivir y conservarse unidos”. Añadía que la “voluntad decidida” del Paraguay era la de “unirse a esa ciudad (Bs. As.) y demás confederadas, no sólo para conservar una recíproca amistad, buena armonía, comercio y correspondencia, sino también, para formar una sociedad fundada en principios de justicia, de equidad y de igualdad” . Y porque así sentían y pensaban los hermanos guaraníes es que miles de ellos integraron los ejércitos sanmartinianos y dejaron más de cuatro mil cadáveres en los campos de Sudamérica, desde San Lorenzo a Chacabuco y Ayacucho. El Coronel Bogado, paraguayo de pura cepa, después de esa batalla final, regresó a Buenos Aires al frente de los restos del glorioso Regimiento de Granaderos a Caballo después de casi 15 años de combatir: eran siete sobrevivientes con sus banderas y sus armas.


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