Apunte bien,
va usted a matar a un hombre;
en el gesto de dignidad,
que la existencia sintetiza,
pretendo encontrar al varón
que al viril encanto humano,
del que a sus ideas se entrega,
se arroja al empuñar ése fusil.
La fortuna del destino, lo tiene
como el desgraciado excluyente,
que acabará con la carne
y encenderá el símbolo.
Coraje no es el del gatillo, sépalo,
si no se aloja en el corazón.
Entienda, ahora, que el orgullo
no es atributo individual, si no
un silencioso sentido de comunidad.
Yo no soy más que un hombre
que ciertos lujos abandonó
y los claustros y los salones
para echarse en una aventura.
De ser algo más que un simple hombre
se encargará su desatino.
Hablarán, entonces, del doctor
que las selvas caminó
y al invasor, arremetió.
Y dirán que las manos
tendí al inocente
y fui sus ojos y el fusil desconocido.
Más que una trivial historia
no será, como cualquier otro
arbitrario conjunto de anécdotas,
y será la vida de aquel
que vivió según lo quiso.
Ahora, usted ahí, tiene
la frugal misión de inventar el mito.
Apóstese, en consecuencia,
y apunte. Aquí muere un hombre.
Grande!
Te quiero comandante