Con el simulacro de cuerpos hambrientos
de quien en cada equipaje decide alejarse
y esclavo de aquella fragilidad,
de exhibición de consuelo
mutamos en coleccionistas, en rehenes de una sintaxis fallida.
Como despojos de autonomía,
para evitar los verdugos de hambre, que esperan el humo de voz,
y emigran para permanecer inmóvil
frente a las bifurcaciones que emiten nombres desunidos,
adulterados/
subalternos/
los cadáveres insípidos
acaban hundiéndose en el polvo de la oración.
Entre caníbales, despojado de mitos,
como el polvo, incluso el sonido
que transforma la miseria en arterias
y resiste los versos más estériles,
escribimos proezas de una soledad sincrónica
al mismo tiempo que mueren los modales de articular
segmentos de tinta que me recuerdan
que siempre seré (mos) letra.