Me llaman y yo voy.
El camino está helado
pasada la medianoche, un polvo
de nieve preso
en las huellas rígidas de los autos.
La puerta se abre.
Sonrío, entro y
me sacudo el frío.
He aquí a una mujer enorme
en su lado de la cama.
Está enferma,
quizás vomita,
quizás está pariendo
a su décimo hijo. ¡Alegría! ¡Alegría!
La noche es un cuarto
oscurecido para los amantes,
¡a través de las persianas el sol
pasa una aguja de oro!
Le aparto el pelo de la cara
y miro su miseria
con compasión.
Texto: Dolencia, de Carlos Willams
Fotografía: Salvador Ríos
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