Entre las generaciones se abren grietas y el tiempo fluye entre los intersticios, deja sus marcas, atraviesa los compartimientos, se enhebran saberes y modulaciones y se plantean quiebres y continuidades. La edad es esa construcción que se mide y se sostiene, que permite la confección de los mapas y los recorridos, y esas definiciones merecen su análisis y su reflexión. De la mano de David Viñas nuestro compañero acompaña esas interrogaciones.
Por Bernabé De Vinsenci
1) las diferencias de una generación a otra eran mínimas, en las que existía un vínculo garantizado. “(…) se cultivaba –afirma Meirieu– el recuerdo del barrio o del pueblo natales, de sus personajes típicos y de sus acontecimientos destacados”. En los “vínculos garantizados” subyace la noción del tiempo por etapas, como aquello que ha de suceder a un debido tiempo: el placer es meditado según sus efectos. La ley simbólica –aquello que posibilita la diferenciación de los espacios– marcaba los atributos del adulto como diferentes a los del niño. El adulto, en tanto portador de cultura y, por consiguiente, de significados, les aseguraba a los recién venidos al mundo un lugar: un sentido de la historia. ¡He aquí la lengua materna! ¡He aquí el mundo!…
2) entre una generación y otra existe una distancia. No hay nada que compartir, ni siquiera intereses. “(…) las relaciones entre generaciones –escribe Meirieu– se han «instrumentalizado» (…) ya no se habla de veras, se intercambian servicios: «Quédate en casa a cuidar de tu hermana, tendrás el dinero de bolsillo que pides» (…)” El adulto, en tanto portador de malestares y, por consiguiente, de orfandad, a los recién venidos al mundo no les asegura su lugar: un sinsentido de la historia. ¡He aquí no hay nada! ¡He aquí el vacío! ¡Rebúscatela sólo!…
Predominando hoy la modernidad tardía, abunda en los jóvenes, el sentido de orfandad que de ser tangible se vuelve simbólico. La falta de los “referentes” –aquellos que se presentan como norma y soporte para obrar en lo sucesivo– dejan paso a la noción del tiempo como una sucesión inmediata de placeres. Los estímulos: televisión, publicidad, redes sociales –lugar que deberían ocupar los adultos–satisfactoriamente, ejercen su pedagogía: previendo la ausencia, en particular de lo familiar y en general del educador, desarrollan su estratega de la paideia. Los dinamismos de las “tecnologías de la comunicación”, – encargados de mantener altivos a los estímulos– sistemáticamente introducen en las subjetividades estereotipos con sus sucesivos particularismos. Los sujetos –como decía Pierre Bordieu– son hablados: ¡Ponte esta ropa! ¡Habla de esta manera! La orfandad –sinónimo de goce– es antónimo, ya sea de lo paternal o lo maternal…del adulto. Cuando a ellos se los advierte constreñido reclamando las fallas de los jóvenes, no hacen más que calificar sus negligencias: el no haberles mostrado el mundo, el no haberles brindado “vínculos garantizados”…