Con la poesía picante que proponen sus rimas, el poeta corta el aire deshojando versos que desnudan la ridiculez de la cotidianidad. Cobijados bajo el refugio que arte edifica – disparando balas cargadas de futuro – envolvemos nuestra garganta en una sola denuncia, que resalta la belleza de lo simple y atenta contra el paisaje estéril y superfluo que imponen los estereotipos.
Por Sofía Arnoldi – Especial para El Corán y el Termotanque
Soy tan obsesiva con la puntualidad que llegué un poco apurada a las 20:30, pensando que me había atrasado media hora. Pero no, el señor de seguridad de Pugliese me dijo que unas bandas ensayaban y la entrada todavía no estaba habilitada. Parada en la puerta y con el frío que calaba mi cuerpo, encendí un cigarrillo y nos quedamos charlando un buen rato de la vida, de su trabajo y de su hijo de catorce años.
No pasaron más de diez minutos cuando empezaron a llegar grupos de chicos –raperos, claro–, que capturaron mi atención con el beat box. Con una mano en la boca y la otra marcando el ritmo, rapearon e improvisaron sobre lo que sucedía en el momento en la puerta de Pugliese. El clima que se estaba creando me dio a entender que me esperaba una noche muy copada.
A las nueve entré y me senté casi al final de una escalera a escuchar la primera banda soporte. Otro guardia me alumbró con un láser –acción que todavía me cuesta entender porque no estaba haciendo nada malo–, lo miré y me hizo una seña para que me retire de allí. Me paré al lado de la pista, entre adolescentes que, frente al escenario, levantaban sus manos y flexionaban sus piernas al ritmo del hip hop.
«Yo rapeo por ti, yo rapeo por el amor»
Shuli, Lulita y Charlotte –las tres con vestidos de leopardo y medias negras– se encargaron de romper el hielo, presentándose en el escenario con saltos en alto a los que el público respondía de la misma manera. Sorprendidas por el aguante rosarino, no daban tregua a los mozos para que le acercaran cerveza. Las letras eran sobre el amor, las relaciones de pareja, los fracasos, el engaño, y en cuanto a las melodías, se oía una guitarra eléctrica retumbante que salía de una consola.
«¿Quién es rapero acá, wacho, desde la cuna?», con esa pregunta inició el show Likuid. En ese momento me fui al fondo del subsuelo, a donde estaban los no tan raperos y la gente mayor. Por momentos necesitaba una compañía para hacer comentarios o compartir un trago, aunque mis ansias por que saliera Emanero y conocerlo eran más intensas que la sensación de soledad. De a poco, el subsuelo se fue poblando por grupitos de raperos que se movían en conjunto, todos vestidos con buzos largos, capuchas y viseras, una onda que no rimaba para nada con mi vestimenta de recién salida del trabajo (igual no me importaba).
Seguía sin poder sacarme algo de abrigo por el frío desgarrador que sentía en el cuerpo, pero ya se acercaba la recta final y era el momento del grupo bonaerense Militantes de Clímax. Al fin aparecían instrumentos reales en el escenario: batería, tres guitarras, timbal, teclados y trompetas. A mi izquierda, un grupo de cuatro chicos cantaron y bailaron todas las canciones, haciendo movimientos desmesurados sin darle importancia al clima del lugar. Un conductor dio comienzo al intervalo para esperar al protagonista de la noche.
«Si querés hacer algo extendeme tu mano, escuchá mi grito y ponete en la piel de este ser humano. Necesito que sientas lo que siento y enterate que si vos no hacés nada, también sos parte»
Sobre el escenario se ubicaron el baterista, el DJ en la consola y el guitarrista. Con micrófono en mano, entró al escenario Fede Emanero; el público lo acompañó agitando los brazos y gritando su nombre. Detrás de él ingresó un negro que coreó e hizo beat box durante todo el recital. Con la voz como instrumento, cantó temas viejos y nuevos, la mayoría del disco Tres, que está presentando en varias localidades.
Con un mensaje directo a la sociedad, hacia ricos y pobres, sobre bullying, sobre los cambios, sobre ayudar y dejarse ayudar, Emanero demostró un gran talento tanto en sus composiciones musicales como en su forma de dirigirse a los fanáticos. Se destaca la calidad de la interpretación de Fede, ya que cada palabra se le refleja en la cara y en los ojos, da la sensación de que le pone el cuerpo a la canción.
Entre tema y tema –muy intensos–, tomaba un sorbo de agua y se preparaba para el siguiente. Mientras dirigía unas palabras en agradecimiento por haber asistido, me fui metiendo hasta llegar adelante y me ubiqué sobre un costado, ya que el tumulto del pogo me asusta. Sí, me asusta. La voz jovial y el matiz de la música despertaban aplausos y risas de los espectadores, muchos de los cuales habían viajado desde otras ciudades para verlo.
«Y cuando yo digo Hip, ustedes dicen Hop, cuando yo digo Hip, ustedes dicen Hop. Y cuando yo digo Eman, ustedes dicen Ero»
Después de la cuarta canción, se desplegó una Mac y empezaron a sonar los temas de mayor aguante: «Si no hacés nada también sos parte», «Cambios», «Sr. y Sra. Fama» y «¿Cuándo, dónde y quién?», penetraron en la piel de los oyentes e hicieron vibrar intensamente el lugar. Es inevitable el movimiento de las piernas y la cabeza cuando se oye ese ritmo pegadizo del beat.
Luces rojas, azules y verdes, inmóviles en el techo, bastaron para iluminar los rostros de los artistas que acompañaron durante toda la noche con un mensaje de fuerte contenido social. Cuando ya faltaban sólo unos minutos para finalizar, Emanero se detuvo en la mitad del escenario y pidió disculpas por la tardanza de su show y prometió volver a la ciudad en una nueva gira. Después se sentó al teclado y tocó un tema acústico que decía: «cuando grito, cuando el aire se hace frío, necesito que me escuches cuando me siento perdido…». Y luego, el último tema para el que, como en la mayoría de los recitales, la gente saca fuerzas de donde ya no tiene para que el artista se vaya con el mejor de los recuerdos. Emanero se retiró del escenario escuchando al público cantar su nombre y aplaudirlo interminablemente.
A las doce y media subí las escaleras, salí y después de varios intentos de parar un taxi, lo conseguí. Me fui pensando en todas las horas que dormiría.
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