Crónicas | Teatro para armar - Un alarido quiebra la calma que domina la oscuridad e impone una nueva lectura de las cosas. Cuatro historias sueltas, cercanas pero intocables, descomponen la arquitectura donde se refugian los lugares comunes del lenguaje y levantan, desde la creatividad que el arte exige, relatos que sangran el peso de la tragedia. Sin embargo, una luz titila en el final de la sala y promete un escape directo, lejos de la desgracia.

Un alarido quiebra la calma que domina la oscuridad e impone una nueva lectura de las cosas. Cuatro historias sueltas, cercanas pero intocables, descomponen la arquitectura donde se refugian los lugares comunes del lenguaje y levantan, desde la creatividad que el arte exige, relatos que sangran el peso de la tragedia. Sin embargo, una luz titila en el final de la sala y promete un escape directo, lejos de la desgracia. 

Por Teober Lorrat | Especial para El Corán y el Termotanque2

La noche despertó fría y dejó en evidencia que los pronósticos anunciados durante la semana volvieron a mentir, por eso apuramos el paso para llegar a la dirección señalada. Una puerta de casona antigua se abre y da paso a un camino largo de baldosas que muere en un mostrador, donde un tipo que sonríe demasiado nos advierte que la obra arranca en algunos minutos.

Mientras miro las paredes repletas de fotos con memorias o anuncios de lo que va a venir, recuerdo aquella atrevida frase que voló suelta en alguna conversación de cervezas con amigos donde uno afirmó que en Rosario «cada media cuadra hay un teatro y que sólo se trata de saber mirar». Después, una lectura político-social contemporánea me morderá la lengua obligándome a reconocer que la Babilonia del sur santafesino es bastante más grande que los falsos límites que proponen Pellegrini, Oroño y el río y que desconocer la geografía puede alentarte a pisar en falso. Sin embargo hay algo claro, en el centro de la metrópoli hay un circuito cultural alternativo que tiene vida y reglas propias, funciona como un inmenso engranaje de actividades dispersas y cercanas que descomponen las propuestas tradicionales y afirman que la cultura respira otro aire (¿mejor perfumado, tal vez?) por debajo de los tejidos comerciales que componen la agenda clásica.

Lucecitas montadas para escena

Esta vez estamos en un lugar que, desde el prejuicio bruto que alimenta la mirada sobre cualquier paisaje, no tiene nada que ver con la puesta clásica de un salón tradicional y por eso me gusta. Sentados en un pasillo que parece más una sala de espera de una pediatría que el recibidor de un teatro, aguardamos la orden de ingreso mientras de atrás de una de las puertas Silvio Rodríguez sigue preguntándose, como hace más de veinte años, qué sería la maza sin cantera.

3Adentro, entre sillas comunes acomodadas para la ocasión, un aire artesanal inunda el ambiente y nos hace sentir parte del todo. Un solitario cofre de madera nos recibe desde el pequeño escenario y levanta en andas al minimalismo que, cuando logra su armonía, es un arma imbatible. De pronto, la oscuridad impuesta nos grita que debemos hacer silencio.

Monólogos de identidad

Una mujer pisa las tablas y, siseando al pasado, comienza un recorrido feroz hacia lo que pudo haber sido de una historia arrebatada por los insensibles. La política atraviesa el discurso y se come la carne del tiempo, que juega con mariposas y reinventa el presente desde una imaginación truncada por la certeza. Hay renglones escritos durante años que oxidaron su tinta a la tormentosa espera del lector correcto. Su hermano, hijo de desaparecidos, vive en los bosquejos de una entelequia esperanzadora que nada tiene que ver con los planes del destino, aunque camine por la misma ciudad con otro apodo y otros padres.

La sangre derramada por miles a los que les arrebataron la voz, pero de los que no pudieron apagar los gritos, se eleva en cada sacudón que el texto dispara y nos prohíbe parpadear, para no perder detalles. El relato se extingue en un gemido y florece en un aplauso cálido que promete memoria.

Un apagón actúa de pausa y desde el fondo brotan preguntas ciegas sobre el nombre de los espectadores. Ella llega a la escena presentándose como una desconocida. Los oleajes del sacrificio, a los que son sometidos los desposeídos, sembraron sobre su piel innumerables recuerdos, pero le arrancaron la ropa, las lágrimas, algunas puteadas y la identidad. Transita su vida pisando sobre las miserias de una sirvienta olvidada, entre los principios morales de la alcurnia repugnante. Su voz, arma inmortal contra el espanto, se convierte en viento y le roba, en una revancha injusta pero emocionante, el timón de mando a un destino empecinado en agrandar la herida.

Margarita, en cambio, sí tiene nombre y  un futuro prefabricado. Su memoria camina renga entre las máscaras de un mundo pintado por su madre, para quien los desaparecidos son «pibes que no pudieron encontrar en Malvinas» y de los que es mejor no hablar demasiado. Las reglas morales, paridas en una genealogía aristócrata, dominan sus movimientos y siegan a aquellas inocentes y filosas inquietudes jóvenes que, sumidas en la incertidumbre, ponían de rodillas a la realidad.1

Ahora la que se arrodilla es ella, que mastica desaforadamente galletitas mientras se pelea con el reflejo de sus convicciones. Asumir o reconocer el rol que ocupan las desdichas que nos componen es el precio que esta niña, que sufre un desequilibrio emocional intenso, debe pagar para encarar a quien no la escucha. Atolondrada y simpática, descubre nuevas sensibilidades al calor de lo no permitido, en pleno desarrollo de la sexualidad y en la desesperación de encontrar qué prenda ponerse para escapar del tedio que las estructuras formales montaron sobre sus hombros.

¿De dónde carajo venimos?

En Teatro para armar se construye y se desmonta, al mismo tiempo y en todas las direcciones, la idea de identidad que envuelve al hombre devenido en sujeto sujetado, por los cables y los matices que la cultura y la misma sociedad tejen alrededor y a través de cada uno de nosotros, en el peligroso viaje que conlleva asumirse como conocedor o no de sí mismo.

Construida o heredada – a salvo o ultrajada, la noción de cada uno acerca de sí, y en relación a lo que lo rodea, enardece las verdades que sostienen a las células que conforman el cuerpo. Hay un interrogante en cada línea que obliga a repensar cada una de las presuntas certezas que soportan a nuestra consciencia.

Es una obra que plantea una travesía fascinante e irresoluta sobre de la identidad. ¿Vos te preguntaste alguna vez quién sos? ¿Y qué respondiste?

Contacto

Teatro para armar
Tandava Sala

Elenco

Actúan: Nadia Paultroni, Marianela Druetta, Pia Soler, Micaela Gazza.
Asistente de dirección: Lautaro Dapelo.
Dirección: Pia Soler.


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