Delante de lo que los ojos muestran aparecen baldosas nunca pisadas que esperan el peso de las suelas mientras prometen, al unísono, otras experiencias para alterar, desde el poder que el arte posee, las verdades que los sentidos acusan. El conocimiento, entonces, queda sujeto a la libertad y desde el oxímoron que la frase denota germinan nuevos recorridos para atravesar el ritmo del tiempo desde otra lógica y apuntar los renglones que siguen a continuación.
Texto: Regina Cellino – Fotografía: Eva Wendel | Especial para El Corán y el Termotanque
La figura del cronista —casi— siempre es una figura que está a medio camino entre la entera participación (su cuerpo, sus juicios, sus percepciones, su historia, su mirada) en aquello sobre lo que relata y la distancia propia del observador, que registra —casi— todo desde una pulsión, podríamos decir, humana. Hay una ambigüedad inherente en el sujeto que escribe crónica signada por una tensión particular: el estar adentro pero seguir siendo el de afuera, el que no pertenece allí pero, sin embargo, está. Esta crónica se constituye, entonces, desde el papel del forastero. El origen etimológico de este concepto se encuentra en el catalán en la palabra foraster. Según El diccionario de etimología de la lengua castellana, el sustantivo y el adjetivo se aplica a la persona que está accidentalmente en un pueblo con ánimo de volverse a su domicilio o habitación ordinaria.
El viernes pasado fui una forastera. No hace falta cruzar demasiados límites para, de repente, estar sentada con la espalda apoyada en la pared, mirar alrededor desde un puf cúbico y blanco, y sentirse una extranjera en el medio de un recital de rock. La experiencia musical y el relato que da sentido a esa experiencia se originó con Él mato a un policía motorizado, una banda rock indie proveniente de La Plata que, debo decirlo, me cautivó antes por su nombre escandaloso que por su estilo híbrido propio y sus lacónicas letras. El grupo formado por Santiago Motorizado (bajo y voz), Doctora Muerte (batería), Pantro Puto (guitarra), Niño Elefante (guitarra) y Chatrán Chatrán (teclados) crea un sonido único a partir de la vibración de las guitarras distorsionadas y fuertes, que se oyen en primer plano y la voz templada y grave del cantante. Una combinación exclusiva que traspasa las vallas que los separa del público, espectadores que se entregan a la experiencia musical, casi como si fuera un banquete místico de movimientos delicados y ligeros.
Vienen bajando las multitudes quietas, con su espalda rota en los festejos de primavera.
Apenas pusimos un pie con Eva dentro de Vorterix, un dúo rosarino de Electro Noise Rock, ÑÑÑÑ, comenzaba su performance electrónica con intensidad rockera. Sin decir palabra alguna, Eva sacó su arma y empezó el tiroteo de tomas y flashes, así sin más. Opté por ir a buscar algo para tomar y esperar que acaeciera la primera interrupción de su energía fotográfica. Cuando esto ocurrió, elegimos sentarnos a un costado de los concurrentes y esperar el espectáculo de Él mato a un policía motorizado mientras que, por supuesto, nos poníamos al día. A los pocos minutos, Eva emprendió la ida a su puesto de francotirador y yo quedé a un costado del público, observando en silencio lo que acontecía.
El quinteto instaura fugas en el rock, lo fisura, y de esa hendidura brota un estilo musical límpido y potente al mismo tiempo. Sé poco de música, de estilos, de ritmos, en cierto modo, aprendí a contemplar a los demás. Si bien no era la única que se movía lentamente con una cadencia —casi— imperceptible ya que había otros que bailaban tomados de la mano de un vaso, estaban —casi— todos los demás formando un grupo armonioso que danzaba en consonancia con esas canciones de pocas palabras pero de detonante significados.
Ir a un recital de rock sin conocer el repertorio o, al menos, el estilo de la banda, se puede convertir en una experiencia de soledad, y si a esto le sumamos que tu compañera está delante de las vallas haciendo su tarea, el recital deviene un espacio infranqueable para penetrar, para hacerse uno con la multitud que acompaña en comunión al grupo. Supe, casi como a través de una epifanía, que la intimidad que se funde entre una banda de rock (cuando esto sucede) no debe rasgarse. Esto sucedió el último viernes de invierno en Vorterix, y por eso, así como entramos al territorio del indie rock, salimos, casi en puntas de pies para no alterar esa comunidad musical. Era la hora del regreso de las forasteras.
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El mató a un policía motorizado
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