La improvisación, que sólo sirve si es una mueca del conocimiento, deja al desnudo el aire que la creatividad sacude sobre los mortales condenados a aplaudir las creaciones ajenas. Es entonces cuando la curiosidad queda sujeta a la música, que se impone como reina madre y obliga a los cuerpos a acompañar su mandato. Nuestra compañera tomó nota de ello, apuró el vaso y después de bailar sobre la banqueta, escribió lo que sigue.
Imaginé encontrar poca gente, pero por lo general mi segundo nombre es Equivocación. Llegamos, con las piernas pesadas y el traste lleno de las preguntas acumuladas en los últimos días, y revelamos nuestras tímidas identidades (ante dos vallas humanas) para que nos dejaran entrar como prensa (¡con lo que nos divierte ser otras!). Ocupamos las últimas mesas disponibles, no creyendo nuestra suerte, y cedimos la que nos sobraba, porque como siempre, andábamos solas. Nos encorvamos y pedimos una cerveza.
El público parecía heterogéneo, pero calculé mayoría de tatuajes y flequillos bien peinados. Fue un tanto incómodo esto de que, apenas minutos después de llegar, empezara el recital de la telonera. Estamos acostumbradas a esperar durante intervalos más o menos largos que la vida. Intentamos escucharla, pero teníamos ganas de charlar. Y a pesar del shusheo esporádico de algunos aficionados, el show transcurrió sin pena, sin gloria, ni atención. Quizás en otra oportunidad estemos todos más dispuestos a oír.
Al afortunado Buscaglia no le hizo falta que los shusheadores le bancaran la parada. Apareció desde el fondo, en la oscuridad del escenario, con la levedad de un plomo (los alcanzapelotas de la música). Y con el primer enfoque tenue de un reflector, todo el mundo se silenció a sí mismo y de inmediato.
La excentricidad va por dentro
Camisa verde militar, jeans, zapatillas y cabeza rapada: austero, nada llamativo. ¿Improvisado? No creo. Anoche creí entender que Buscaglia la tiene tan clara, tan bicicleteada, tan pergeñada, que sólo los que compartimos el afán por el disimulo podemos apreciar semejante esfuerzo por volverse inclasificable a las primeras impresiones. A Buscaglia lo ves y no podés decir: «Ahh, a este hipster ya lo tengo calado. ¿Sabés cómo lo calo a este gil?», como puede pasar, por ejemplo, con el patagónico Aristimuño. Buscaglia se te escapa, ¿viste? Parece que viniera directo del laburo a tomarse una birra con vos y vos lo único que le notás de raro es que tiene la camisa muy bien planchada. Y sospechás.
Buscaglia habló y hasta el momento yo no intuía siquiera que esas charlas conformarían un cincuenta por ciento del recital: dijo (les advierto mi irresponsable parafraseo en las citas) que el concierto se titulaba Cubista marginal, porque entre otras cosas, iba a tocar una selección de canciones que iban a ir cayendo como agua por una canaleta y nos iban a explicar ellas mismas, de algún modo (todavía no se sabía bien cómo), el sentido del nombre. Y que si al final seguíamos sin entenderlo, con gusto lo explicaría.
Durante todo el rato, argumentó con sus canciones y palabras subsiguientes el lado cubista del asunto. El lado marginal, dijo, se entiende solo. Se entiende, ¿no? Esto de que somos latinoamericanos, cabezas de termo, pero latinos al fin, al cabo, de cabo a rabo, y mal que nos pese. Y el hecho de que hayas conquistado al señor Banelco y a su señora doña aire acondicionado de tres puertas, no cambia mucho el asunto. Qué difícil escribir con este barullo en la cabeza. Suena, a pedido, «El toscano del papa» (El evangelio según mi jardinero, 2006) y «es tan absurdo lo que sucede que deja así de serlo y se vuelve normal».
Poeta obse
Martín contaba que cuando escucha a algún cantante interpretar temas en otro idioma y el resultado es perfecto, a él no le gusta. Le genera desconfianza. Porque según él, en la pronunciación deforme se produce un chispazo que evidencia lo que fuimos, quizás incluso, en nuestra infancia y la interpretación que emula el original en cierta forma borra esas reminiscencias. Buscaglia habla, versea y nos canta la canción que compuso un amigo yanqui, Jonathan Richman, en español: «Una fuerza allá». Y a mí ya se me instalaron la sonrisa y la idea: Buscaglia es un obse, un purista de la lengua en dolorosa rehabilitación. No podría, de otro modo, cantar con la misma ternura esta deformidad: «Es magia/es magia/ que nos hemos quedado juntos». Y con la funky «Don Perogrullo» (El pimiento indomable, con Kiko Veneno, 2014) en la que se declara fan de las perogrulladas y enumera algunas («subir arriba, entrar adentro, una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa»), mi teoría se fue afirmando y fue la vanidad de mostrar que tengo razón la que provocó este fragmento.
Pero qué buen momento
El flaco nos hizo hacer lo que quiso, fuimos coro y fuimos aplaudidores; exhibió su excentricidad, su formación literaria, y su destreza musical. Se sorprendió a sí mismo: «Es increíble que me tome todo con tanto rélax», dijo, con esa acentuación; grabó pistas ao vivo (series de bajo, guitarra, beat box y palmas), que luego usó para cantar sobre ellas y usó el falsete a lo Shakira, exceso que siempre me molesta (sin excepciones): lujos que se puede dar un hombre que se y nos orquesta. Creo que la idea de no presentar ningún disco nuevo pudo haber influido en que interpretemos nosotros (y él, por supuesto) de un modo diferente todos los discos. Como si los temas que eligió se hubieran seleccionado por propia voluntad para atravesarle la carrera.
En estos recitales así, con tanta participación del público, siempre reniego de mi voz flaca, porque me hubiera gustado escuchar «Lirio» (Somos libres, 2014) y «Cerebro, envidia, orgasmo, Sofía» (El evangelio) pero por más que grité y grité… De todos modos, con «Ante la duda, todo» (El evangelio) ya estaba más que satisfecho el apego sentimental, que le dicen.
Y el agua corrió, cruzó la canaleta, e hizo un charco que nos mojó el asiento. Y después de armar todo ese quilombito, Buscaglia se fue y nos dejó bailando, cantando y haciendo palmas sobre la última pista, una suerte de cumbia electrónica y frenética. Antes, se explayó una vez más y como había prometido, sobre el título del recital, sobre el que fue insistiendo canción tras canción (y acá viene en donde me corono detective lingüística in-fa-li-ble): Cubista marginal es un anagrama de Martín Buscaglia. Nos embaucó, nos hizo su fatality.
Hacia el final, me imaginé el principio: lo vi viajando, entre una ciudad y otra, entre un recital y otro. Lo vi echado, recostado en el asiento de una combi, con una libreta, anotando palabras y divirtiéndose un montón. Y ahora lo imagino leyendo esta crónica y marcándole con rojo los errores que doña Equivocación no me ha dejado advertir.
Nota: en el D7 se come rico y barato. Sabelo, pibe.
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