Ensayos | La razón procesista - Por Tulio Enrique Condorcarqui | Ilustración: Francisco Toledo

La pregunta por el presente atrae la necesidad de volver al pasado, otra vez interrogar, buscar continuidades, ir hacia atrás, recorriendo las instancias, periodos, momentos, buscar similitudes, extensiones, y también rupturas, reformulaciones, nuevas maneras de actuar, mostrarse, concebir la realidad. La imagen del Proceso es inevitable ante lo que sucede, esa pregunta, también. 


Es necesario –el contexto lo impone– prolongar una reflexión, abandonar el pudor y la vergüenza histórica, preguntar sobre el valor que los militares asignaron a su proyecto procesista, ahora, acá. Dejar la zozobra, el terror inyectado, examinarlo. Cualquier esbozo deberá empezar por interrogarse animosamente sobre el terror fundacional de la democracia argentina. La necesidad impera en el pensamiento y ese imperativo, tarde o temprano, levanta dudas viejas y, con ellas, despierta el espanto. El llamado a la liviandad acrítica, el antiintelectualismo snob, el entusiasmo, el renunciamiento optimista detrás del intento por universalizar los derechos humanos y subsumir la particularidad histórica de la Argentina en las luchas antiterroristas del occidente, incita a volver a preguntar lo mismo hasta llegar a lo impensable. Pensar desde ahí donde no se puede pensar sin temor, pero pensar igual, con el cuerpo tensado.

Después de doce años en los que los derechos humanos se canalizaron por la vía institucional, hubo una razón de Estado que pidió perdón por sus crímenes e impulsó los juicios a los perpetradores, aun con la continuidad intensiva de las prácticas represivas dentro del marco democrático, con fuerzas de seguridad autónomas y enredadas con el crimen organizado, con una narrativa condenatoria del Proceso y el avance sobre la investigación y enjuiciamiento de la responsabilidad empresarial sobreviene un gobierno integrado por esos mismos cómplices del golpe, el plantel civil que, beneficiado con el armazón normativo-institucional diagramado en dictaduras, siguió fortaleciendo sus negocios y labró una hegemonía desde el poder financiero que le permitió sostenerse dominantes y llegar al gobierno.

La pregunta hecha sobre el gobierno militar devino en la formación de una contraparte a la teoría de los dos demonios, gestada con la renuncia inicial de la democracia, tímida, limitada, y que intentó compensar la demonización de la violencia por sí misma con el relato del heroísmo combatiente, la santificación exagerada, también deshistorizante. No logró salirse del antagonismo democracia-dictadura, como si en él se hallara toda la explicación del golpe, las desapariciones y las desigualdades. Hoy vuelven a primar los dos demonios, reconvertidos, reformulados, fábulas que recuperan las enseñanzas del pasado, que van a la historia para rehacerse como una expresión novedosa y de un humanismo superador. Dejar atrás, algo, pero avanzar. Otra vez obediencias debidas y ensayos de punto final.

Pero no son lo mismo. Niños mimados, aprendices, herederos que entendieron otra forma de procesar sus intereses, de asumir lo político. Otra racionalidad la de estos nuevos emisarios. No son los militares, es evidente. Y como el de aquellos, su accionar tampoco es inhumano. ¿Qué diferencias hay entre la racionalidad que dirigió las acciones procesistas y esta otra, que emerge con un gobierno legitimado en las urnas?

La desterritorialización de los conflictos, la desconcretización de los derechos, tiene modos, mecanismos, formalidades, temporalidades y cuadraturas diferentes. Ni siquiera los personajes se parecen. Aunque sí algunos puntos comunes, es obvio: la visita de Obama, presidente de Estados Unidos, encuentra sus antecedentes en la dictadura, como también en el gobierno de Menem.

Pero no, esto no es el Proceso ni los noventa. ¿De qué manera se propone esa novedad en el campo de los derechos humanos? El plan económico fundamental persigue los mismos fines, se crea desde los mismos sectores, reformados según el paso de los años y las mutaciones estructurales, pero que comparten ese origen en el complejo exportador, dependiente, entreguista, y desde el Proceso para acá, crecientemente financieril, donde la producción material resulta una base de apoyo circunstancial de la lógica de reproducción del dinero.

Hasta el núcleo ilustre de ese centro semicolonial fue sufriendo esas variaciones: la consolidación de los agronegocios es la transformación de la actividad productiva en especulación financiera. Apuesta de inversión sin territorio ni arraigo material, transnacionalizada, dígito que absorbe geografías, poblaciones, materias primas, insumos. El terrateniente lentamente reconvertido en el tenedor de acciones, licencias, contratos de alquiler, bonos. Hoy los buitres son los grandes maestros del arte de la captura de recursos y la multiplicación infinita, cínica –porque se sabe de su criminalidad, pero se jacta de lo impune– y carismática.

Los militares no eran caretas, todavía había solidez en las instituciones que poblaban sus discursos y programas. El corte marcial, el modo de vida religiosamente conveniente –con sus licencias prudentes– difiere de la palpitación de la moda y la tendencia, la proyección exuberante y el cuidadoso macking off. Un técnico del mercado como asesor, un filósofo espiritualista como amanuense. Los militares podían preocuparse de la higiene y moral pública apelando a grandes valores. Ahora la relación con la materia queda mediada por un único símbolo. Su irradiación es lo que interesa, no la cosa en sí. Cuántas sensaciones genera en lo inmediato, el largo plazo es un cálculo abusivo. Toda proyección resplandece, la vitalidad es presente. Y esa nueva composición se desdobló en cambios en los medios y modos de producción: la reproducción del capital, la creación de fondos de inversión, la circulación infinita.

¿Repercute esta nueva condición de los sectores dominantes en su política de derechos humanos? Más allá de la desfinanciación, la fabricación de otro relato histórico, la denigración ceremonial y el augurio manodurista, este empresariado modernizador y desideologizado le asigna importancia al asunto, es parte de su administración de recursos, plantea la preocupación de una agenda de derechos humanos. Y se posiciona. En su fuerza vital, son los hijos dilectos de la dictadura, una generación intermedia entre los setentistas empoderados en los últimos años y sus hijos que atravesaron con esa memoria el menemismo y vivieron el 2001. También los militares tuvieron hijos.

El servilismo y la exaltación de la entrega en el arreglo con los buitres y la llegada de Obama es un paso adelante en la reconfiguración institucional, el giro de la Argentina hacia el alineamiento definitivo con el combate global contra el terrorismo. Serán entonces argumentos posibles para justificar la avanzada contra el narcotráfico y, por lo tanto, la aplicación de medidas que van desde lo disciplinante hasta la militarización máxima y la intervención táctica. Las víctimas también varían, la fuerza represiva no se descarga de la misma manera, define y ejecuta según momentos, territorios, objetivos. Pero a diferencia de los militares, la represión no es el medio para asegurar la gobernabilidad, sino que forma parte de los recursos disponibles para la gestión de esas acciones de gobierno, que ponen a prueba las relaciones, avanzan, retroceden, recalculan.

«Cara», por Francisco Toledo

No se trató de matar por matar, a quien sea, como fuere. La víctima estaba identificada. El algo habrá hecho supone un espacio comprometido, peligroso, donde algo se está haciendo que produce la inminencia terrible. Hay algo que conmueve, amenaza al orden, desordena, incomoda. Es lo imprevisible que la razón procesista intentó capturar, controlar, sofocar, exterminar. Pero estos no son tiempos de centros clandestinos a la luz del día y en el corazón de la ciudad. Sí se reparten comisarías, penales, calabozos o se cercan zonas, se demarcan fronteras, se montan cuarteles al aire libre. La represión continuó en plena democracia, se prolongó indemne de reformas legislativas o intervenciones políticas determinantes. Sin embargo, hay otras sensibilidades que avalan, superficies sobre las que se conforman nuevas figuras, en algo andará o el está en cualquiera, no tener nada que hacer o hacer lo inconveniente. Fijación de una norma, quién esté más allá del código, aguanta el castigo.

El gobierno gerencial recibe esas fuerzas formadas y equipadas. Viene como interpelación de las sensibilidades linchadoras, de los vecinos espantados, del trabajador acorralado. Pero es el empresariado asociado a la criminalidad. Si las fuerzas represivas no están organizadas, si están dispuestas a participar. Tienen objetivos cercanos: las economías negras son un fondo necesario para el florecimiento de las actividades productivas. Necesitan de la inversión, del crédito, o el blanqueo y la usura, según la fase del negocio. Por eso los que lavan están controlando el lavado, el abogado litigante es ahora también defensa y el de la mesa de dinero se encarga de manejar la plata. Sobre esa disposición se irán configurando los nuevos derechos y produciéndose sus violaciones.

Es tan innecesario sospechar irracionalidad como intentar encontrar una sistematicidad clara y definitiva, como un plan maestro y perverso. La dinámica misma de los procesos sociales, los tiempos políticos, reacomodamientos, tensiones y distenciones, el modo en que penetra en la sensibilidad social el cambio en la infraestructura del estado y las consecuencias de las políticas económicas implementadas, los carga de demasiada historia como para considerarlos portadores de un mal perfectamente planificado o de un bien redentor y salvador. Las contradicciones al interior del bloque de gobierno ya comenzaron a brotar, aun antes de haber asumido. Esas variaciones seguramente repercutirán en la forma que el gobierno tomará para enfrentar el conflicto social y actuar sobre la movilización y organización popular. Preguntarse por el Proceso es necesario, es inventar la pregunta sobre el presente.


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