Crónicas | Ya estoy solo - Una mujer grita desde el encierro. Atenta contra el pasado que la abandonó allí. Se abalanza contra las tradiciones y asume el costo de haber decidido sobre la vida de los demás. Incomprendida y en soledad, aguarda la redención de los desconocidos para sobreponerse al infortunio y atravesar la historia.

Una mujer grita desde el encierro. Atenta contra el pasado que la abandonó allí. Se abalanza contra las tradiciones y asume el costo de haber decidido sobre la vida de los demás. Incomprendida y en soledad, aguarda la redención de los desconocidos para sobreponerse al infortunio y atravesar la historia. 

Por Teober Lorrat | Especial para El Corán y el Termotanque

Ya estoy solo I

Esta vez llegamos temprano. Con mi compañera nos habíamos prometido pisar el teatro con el tiempo suficiente para recorrer la antesala. Queríamos disfrutar de la obra sin tener que pedir disculpas esquivando piernas ajenas en la oscuridad, y cumplimos. Aprovechamos esos minutos de tregua para detenernos en las imágenes que cuelgan de las paredes de Espacio Bravo, que muestran instantes de otras obras. Sobre la mesa que ofrece los folletos de las diferentes producciones que se presentan, también hay libros que recopilan grandes trabajos de la dramaturgia argentina. Las sillas vacías contra las paredes del edificio no siguen ninguna lógica. Son de diferentes tamaños y estilos, y se agrupan esperando a los que esperaran el ingreso. Fuimos demasiado puntuales: todavía no llegó nadie.

No tenemos idea de qué es lo que venimos a ver. Tengo entre los dedos la recomendación de una amiga que le pone sus porotos a este trabajo y que me aseguró que no podía adelantarme nada, porque «todo es diferente en esta obra». Una chica rubia, de piernas muy largas, cuenta las caras de los que estamos allí. Apenas somos más que diez. Es suficiente, dan sala.

«El tiempo es el peor capataz»

Entramos. No hay escenario. Una melodía moribunda sostiene la caminata que nos lleva hacia una jaula metálica rodeada de sillas. Adentro, una mujer acostada, con la espalda contra el piso y los brazos abiertos, juega con la planta de sus pies contra uno de los tejidos. En uno de los costados interiores de aquella prisión hay un espejo colgado que, por disposiciones del destino, quedó frente a nosotros.

Me veo y alguien igual a mí me mira desde adentro. Es incómodo verse viendo una obra de teatro. Mis ojos se confunden entre la mujer que camina sobre sus palabras y yo, que estoy allí Ya estoy solo IIsorprendido con mi postura. Ella se levanta. Está lastimada. Tiene una pierna y un brazo vendado, y las yemas de los dedos encintadas. Hay rasguños que todavía sangran en su hombro. Algo le cuelga de la frente. No puedo identificar qué. Lo tiene ahí, atrapado, mientras me habla y clava sus dedos en los cuadraditos de aire que tiene la estructura.

Está triste y enojada. Su relato se mueve sobre un péndulo que intercambia los gritos desaforados de un cuerpo aturdido y la calma siniestra de la perversión. Avanza y retrocede dentro de su jaula mientras nos cuenta las miserias de un proyecto que no alcanzó a nacer. Su bravura la separa del suelo. Corre contra las paredes y en un par de saltos se cuelga de ellas para gritarle a los que la abandonaron allí.

Fue una película, parece. Era la reconstrucción del padecimiento de Cristo ante la crueldad de los hombres que lo condenaron con latigazos sobre el cuero. El primer revolucionario según muchos, entregaba su vida por los mortales que no comprendieron el mensaje. Pero el precio fue muy alto y ella reniega de eso. ¿Morir en la cruz por la humanidad?, fue demasiado. «¡No merecen tanto!», protesta desde sus pupilas agigantadas y con el rostro rojo por la sangre que se acumula. Hace una fuerza descomunal en cada palabra. Transpira, por momentos llora y la furia le brota de los labios en forma de baba blanca, espesa, que se acumula allí detrás de cada gemido.

La historia avanza pero no necesariamente va para adelante. Confiesa las atrocidades que la depositaron allí y refunda las sagradas escrituras desde el dolor, asumiendo la voz protagonista del desastre. Su performance me lleva a El Evangelio según el Hijo, de Norman Mailer, donde se conjugan el testimonio en primera persona y la narración omnisciente, porque quien habla y escribe no es otro que Jesucristo. Dentro de la jaula, ella ocupa todos los espacios y también todos los tiempos, se desliza sobre la omnipresencia que el guion contiene mientras sangra los recuerdos del narrador en primera persona.

«¿Qué es la ira sino la versión desaforada de la tristeza?»

Los alaridos empiezan a apagarse. El espejo todavía está allí. Ha sobrevivido a la muerte de los cuerpos y al óxido, que es otra forma de muerte aunque más pausada pero no por ello menos siniestra. Judas camina en los últimos minutos del relato. Va directo a la soga que le marcará el cuello y su perfil de traidor. Borges podría exigir un derecho a réplica y ofrecer otras Tres versiones de Judas, para avivar la discusión sobre el apóstol del beso maldito, pero ya no hay tiempo. Ella se mueve directamente hacia el final. La música marca que los minutos se han consumido y la oscuridad lo confirma. UnYa estoy solo III solo aplauso se multiplica en las palmas de todos y cuando la luz regresa, ya está afuera agradeciéndonos. Saluda y se va.

Nos quedamos quietos un rato más. Sabemos que por ese día, por lo que queda de la noche, no seremos los mismos después de ahora. La violencia artística de Ya estoy solo nos sacudió las células. Caminamos hacia la salida y aprovecho para un último recorrido visual por el lugar. Mientras observo las lámparas encendidas que intercambian su tono y alteran el clima, pienso en los momentos que vienen. En lo bravo que será para estos espacios sostener su propuesta dentro de un futuro donde la cultura se mide en balances mensuales, entre activos y pasivos, comparando saldos y sacando cuentas. Del suelo capitalino llegan noticias tristes sobre salas que cierran porque ahora todo es cuesta arriba. Ojalá éste no sea un caso más.

Contacto

Sitio Oficial
Espacio Bravo

Ficha técnica

Actúa: Elisabet Cunsolo
Foto y diseño gráfico: Diego Gabriel Stocco
Asesoramiento y montaje técnico: David Gimenez Lergen y Alejandro Chavo Ghirlanda
Vestuario: Norma Longo
Puesta en escena: Romina Mazzadi Arro y Paula García Jurado
Dirección: Paula García Jurado
Producción General: Hijos De Roche


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