Cuando todo empezó hubo un breve chaparrón en el silencio de la noche que casi nadie escuchó. La gente dormía, nosotras no. El olor a palo santo inundaba la sala, la luz era tenue, proveniente de una lámpara de sal. Había mochilas, bolsas, almohadones y mantas desparramadas en el parquet de un living de departamento prestado. Los muchos objetos también acompañaron. Éramos cuatro pero cualquiera hubiera jurado que éramos una.
Los dolores empezaron a ser intensos. El cuerpo expulsaba, la sangre bajaba y afuera llovía aún en un otoño reciente.
Durante la espera el Tarot mencionó una torre. El cambio contundente, duro, necesario, transformador. Y también una estrella. La guía, lo nuevo.
Respira.
Espera.
Respira. Tiembla.
Respira. Fiebre.
Respira.
Respira hondo.
Duele.
Había también un termómetro, ibuprofeno, gotas para las náuseas, toallas higiénicas (tres paquetes), celulares cargados de crédito, los números telefónicos de su pareja y de un médico amigo. Había tazas de té de manzanilla, chocolates y flores. Sábanas limpias, un colchón en el living, almohadones de colores, frasquitos con flores de bach y oleos.
Respira hondo. Duele.
Respira hondo. Transpira.
Respira hondo. Se destapa.
Respira hondo.
Sangra.
Los murciélagos sobrevolaron cerca de la ventana toda la noche pero no entraron, no se animaron. La lluvia paró y dejó más silencio. La bombacha está roja, casi enteramente, roja de sangre. El cuerpo habla, reacciona, empuja. Son las cuatro y media y a las y cuarenta medimos la fiebre de nuevo. No debe pasar los 38 grados.
Respira hondo. Suelta.
Respira hondo. Duele.
Respira. Sangra. Gime.
Respira hondo. Suelta otra vez.
Suelta miedos, un futuro incierto, las dudas, lo irreversible, el cautiverio, el silencio, la soledad no elegida, el no deseo, el ahora no.
Suelta y está tomada de la mano. De la mano de tres pares de manos que sujetan fuerte. Por instinto –en este sí creo y en el otro no– y por amor. Ceremonias del género. Profundas, amorosamente bellas y únicas.
Sale el sol pero hay nubes. A la par se calienta una pava con agua para el mate y un café negro que inunda de olor a mañana el departamento.
Los dolores se disipan, de a poco. No hay fiebre ni escalofríos. La sangre ya no baja abundante. Hay facturas de dulce de leche y crema en la mesa baja de palets. Nos reímos. Mucho. De todo, de nosotras, del tiempo y de las palabras.
La claridad de la mañana siempre empuja los miedos y fantasmas de la noche a esconderse. Lo que ocurrió horas antes, en plena oscuridad, parece una historia vieja y ajena. Nos reímos fuerte y con sueño.
Todas lo sabemos aunque ninguna lo dice porque no es necesario: esa noche nos convertimos en brujas y hermanas. Poderosas mujeres que ponen el cuerpo para llevar adelante el acto de emancipación femenina más ancestral y sagrado, más oculto y libertario.
Respiramos hondo. Reímos.
Respiramos juntas. Nos abrazamos.
Hay todavía aroma a flores y óleos.
Éramos cuatro pero cualquiera hubiera jurado que éramos una.