Crónicas | Cinco ficción física - Por Noelia Navoni y Lautaro Lamas 

«Nadie hasta ahora ha determinado lo que puede un cuerpo», aseveró Spinoza. Nuestros cronistas caminaron esa afirmación en una obra que pone en jaque hasta la elasticidad de la piel. Figuras humanas que desafían las leyes de la física con movimientos que no pertenecen al resto de los mortales. En el medio, hablaron de Saer y Cortázar porque la literatura (y la belleza) también se preguntan lo mismo: ¿qué puede un cuerpo?


Ingresamos a la sala y descubrimos un espacio escénico circular. Nos indican nuestro lugar para acomodarnos alrededor de lo que usualmente se denomina la arena. Las luces nos apuntan a todos los que fuimos a ver la obra y devenimos en público. Adentro, en la penumbra del gran círculo, cinco muchachos vestidos con shorts se mueven en forma extravagante aunque no exagerada. Parecen cinco atletas preparando su cuerpo para un rudo deporte más que sutiles bailarines. La obra todavía no empezó –nos dijeron en la puerta– así que lo que hacen (mientras desandamos la curva hacia nuestros asientos, nos sacamos los abrigos y suspiramos aliviados del frío exterior) es entrar en calor. El piso de la circunferencia escénica es un gran colchón de pasto, redondo y grande como una laguna. Ese suelo, ese enorme plástico relleno de yuyos e inflado a motor, permite algo esencial: caer; saltar y caer, saltar y caer como en pastos de humedal. Cuando la luz se hace sombra y la sala entera desaparece, un abismo se abre ante nosotros: la obra ahora sí está por comenzar.

El primero de los cuerpos que desarrolla movimiento hace una gimnasia abdominal hipopresiva; o en criollo: mete la panza para adentro de tal manera que vemos su caja toráxica expandirse y nos preguntamos dónde se meten los intestinos y demás achuras humanas. Expande y contrae la panza mientras respira y se mueve con potencia, se para sobre la punta de sus pies y desde allí baila. No se imaginen un bailarín clásico, imaginen un deportista, futbolista, atleta o luchador, que puede pararse sobre las puntas de sus dedos; o imaginen un cuerpo atravesado por el espíritu de un animal mitológico: algún ciervo o gacela de los esteros. El chabón salta, cae, se levanta, gira y vuelve a posar su figura robusta sobre la punta de los pies. Se suceden múltiples intentos: girar, bailar y caer; levantarse, intentarlo y caer. Los otros lo miran acuclillados en un circulito de pasto crudo que hay a un costado, y también, más que bailarines a punto de entrar a escena, parecen un equipo de fútbol esperando el turno en un triangular a gol gana.

Cinco ficción física | Fotografía: Jorgelina Vallejo

Cuando se lanzan al círculo mayor lo hacen con movimientos extra cotidianos, con una manera inusual de desplazarse, como seres imaginarios, una mezcla de Cronopios y caracoles. Se apoyan sobre sus rodillas hincadas y con los brazos estirados ganan terreno en un movimiento lúdico, que recuerda al bombeo respiratorio de los batracios. Estos Caracoles Cronopios van soltando sus cuerpos y relacionándose entre sí. Juegan y se divierten como langostas o seres mágicos del bosque, pero esa destreza los lleva a la competición y a la pelea por hacerlo más y mejor. Así toman impulsos sobre ellos mismos y se disputan los mínimos espacios.

En el momento en que todos ganan altura y se desplazan sobre sus piernas ya nos han mostrado una variedad de «ficciones físicas» que superan lo que se puede explicar y podemos esperar cualquier cosa. Bailan y se mueven sin música, en el silencio, sobre el fondo de los propios golpes de los pies contra el plástico, bajo el rumor del motor que infla el círculo de heno. Se desafían y se comparan, miran sus panzas… nos reímos, hay algo en ese narcisismo que nos parece cómico o ridículo pero no deja de ser real y común. Los muchachos siguen jugando con las posibilidades (¿infinitas?) del cuerpo varón: se chocan, se pelean, se dan topetazos, pechazos, vuelan y son sostenidos al anuncio de un grito previo. Se tocan: los hombros, los pechos, las piernas, las ingles…

En la entrega de los cuerpos, la competencia y la violencia concluye de dos formas: una pareja de bailarines se entrelazan, uno de ellos es soporte y el otro busca un lugar, una conexión y un contacto amoroso entre ambos. Por otro lado, un hombre es enrollado en vinilo, apresado, bloqueado, alienado. Las anatomías nos unen, pero también nos separan.

Cinco ficción física | Fotografía: Flor Esco

Un cuerpo utópico danza. «En todo caso, una cosa es segura, y es que el cuerpo humano es el actor principal de todas las utopías», dice Foucault en Las palabras y las cosas (1966). ¿Qué es el cuerpo? ¿El exterior? ¿La fisonomía? ¿Para quién es el cuerpo? Los organismos se fatigan y cada uno se dispone a la recuperación, a descansar y nutrirse del agua y la luz.

La obra logra un maravilloso encuentro de los diferentes lenguajes escénicos. Quien sabía que El entenado inspiró la búsqueda del trabajo, oyó los cantos de antiguos grillos y las voces olvidadas de las viejas canciones. Cuando uno de los cuerpos se trepó a los otros y quedó sostenido en alto como un tronco yacente, ahí estaba él, el del querido Saer: el que atisbó los ritos de liberación de las comarcas nativas. Quien no, igual vio la bestia que vomita. El ser deforme, el monstruo. Las lesiones, los golpes bajos, los altos, los duros.  Una amalgama desnuda de sangre, arterias y tejidos.

El cuerpo humano entrenado puesto en escena genera poética, la poética desarrolla metáfora visual y ahí el que mira tiene la posibilidad de expandir el imaginario y sus rebotes emotivos: así cada uno de nosotros vivió algo distinto en esos cinco cuerpos que se entregaron al ruedo como a un ritual de iniciación.


Contacto

Cinco ficción física

Staff

En escena: Juan Orol, Mauro Cappadoro, Ulises Fernández, Diego Stocco, Charly Fiocatti
Dirección: Marcelo Díaz y Alejandra Anselmo
Diseño Sonoro: Franco Bongioanni
Diseño de espacio escénico: Francisco Nakayama
Diseño de vestuario: Cristian Ayala
Diseño de maquillaje: Ramiro Sorrequieta


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