Cuentos | Una planta, siluetas - Por Fidel Maguna | Ilustración: Agostina De Mileto

No hay agua ni sol que puedan revertirlo: la enredadera se está quedando pelada. Allá arriba, donde tejí madera y alambre, sólo quedan algunas hojitas amarronadas. Al primer viento, volarán. Da pena verla. El burrito y la ruda también dan pena. Al invierno le sobrevive el cedrón y aquella planta de allá que su nombre desconozco. Es una planta fea, de un verde claro y hojas grandes y rugosas. Recuerdo cuando fui al vivero y la señora me la regaló: Lleve ésta, gentileza nuestra. La dejé en el patio de atrás de casa y me olvidé de regarla. Cuando volví al patio, después de varios días, la planta tenía el doble de tamaño. La dejé ahí, sin regarla, para ver lo que pasaba. La planta siguió creciendo, a la sombra. Tomará el aire húmedo de este patio sombrío, pensé. Un mediodía la llevé a la terraza: la planta, bajo los rayos del sol de enero, siguió creciendo. Asombrado por su resistencia la trasplanté en el cantero, entre un jazmín niño y un arbolito de curri: la planta siguió creciendo. Una mañana fui a escupir el primer mate al jardín y vi que el jazmín y el curri estaban negros y deshojados. Maldita planta inmunda, pensé. La miré y una brisa la movió. Me acerqué y escupí sobre sus hojas el agua tibia del primer mate.

Han pasado el verano y el otoño y estamos en el corazón del invierno. Las piedras del jardín están ahora bajo una alfombra de hojas y ramitas muertas. El día se alza muy tarde y la noche cae muy pronto. Las horas de sol no alcanzan para calentar. Los plátanos de la calle perdieron las hojas. Hoy, en el almacén, una señora dijo que es el invierno más frío de los últimos ochenta años. Inaudita, la memoria, trae recuerdos del verano pasado: mi enojo por la fealdad de la planta empedernida en crecer era motivo de risas durante la cena cuando la Gringa me imitaba. En su actuación me caricaturizaba trasladando la maceta, con el pucho en la boca y las cejas fruncidas, refunfuñando. Yo tomaba vino blanco con hielo y reía a carcajadas.

―Si serás… me decía, ―sentándose― si serás…
―¿Si seré qué, Gringa?
―Si serás cabrón.

Entonces nos mirábamos con ternura, terminábamos el vino, y como dicen las viejas novelas rusas, nos deslizábamos al recinto.

Pero el verano pasó y comenzó el otoño y cuando el otoño estaba por la mitad, súbitamente, me quedé solo: la Gringa, después de algunas noches de insomnio y malos entendidos, se fue de mi vida.

Para entonces mayo iba soltando las amarras y dejaba al caballo tascar un pasto helado por la escarcha, pero aún había sol y la tristeza al sol es como un gato en la terraza.

Más cuando mayo desenganchó el carro diciendo“¡tasque, animal!”, y el caballo, corajudo, penetró en pastos cada vez más negros y helados, comprendí que el invierno había comenzado de verdad.

«Invasión», por Agostina De Mileto

Ahora que estoy encallado en el corazón del invierno miro el tronco de la enredadera y no imagino cómo hará para reverberar cuando llegue septiembre. La planta fea, imperturbable, sigue creciendo, ramificándose, verde clarita, y mi enojo ante su imponencia ya no me causa ninguna gracia.

Ayer, aburrido en este corazón, encendí la radio. Después de sonar un aborrecible jazz el conductor anunció que estaba en el estudio una de las «novísimas voces de la poesía local, la joven Nora U…, quién nos leerá, después de la siguiente canción, lo que ella llama su cosecha de invierno». Y volvió a sonar un jazz tan tartamudo como el anterior. Cuando la canción terminaba, sobre la música que iba apagándose, la voz de la Gringa comenzó a escucharse, recitando:

Una planta que crece mata a las demás.
El hombre teme morir a su costado.
La planta crece bajo el sol y en la tiniebla.
Con agua o sin agua, la planta crece, y el hombre
teme morir a su costado.

Después de un silencio un poco abrupto la poetiza dijo que el poema no tenía nombre. El locutor clareó la garganta y le pidió que lea otro.

Apagué la radio y fui al jardín. Abrupta, también la noche había entrado en mi casa y no pude distinguir nada, ni siquiera siluetas, en la profunda oscuridad.

 


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