«Si la derecha gana, es porque el progresismo se divide»
La primera vez que la vi fue en algún salón de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Siberia rosarina. Yo cursaba el tercer año de Comunicación Social y ella estaba al frente de Teoría Política II, una de las cátedras más importantes de la carrera. Arrancó su clase interpelándonos directamente, en un aula de más de cien alumnos, en donde nadie se animaba a moverse. Fue la única docente que justificó que la alarma sonara a las siete de la mañana cada miércoles.
Pasó algún tiempo de esas mañanas. Hoy estamos en su casa, cerquita del Parque Independencia, en una sala amplia con un ventanal que muestra el patio y su cuidado por las flores. Nos recibió con el mismo tono de la primera clase, contestando con preguntas e invitando siempre a no dejar nada sin discutir.
Alicia Acquarone lleva varios años en la universidad. Es profesora y columnista de varios programas radiales de la frecuencia universitaria. Mantiene siempre fresco el recuerdo de los años de la dictadura, en los que el hábito de caminar mirando hacia atrás –con el miedo mordiendo los huesos– aún no se fue. Habla del proceso y cierra los puños, mientras describe la quietud de la calle y el terror paralizante que reinaba. Tal vez en esas memorias se encuentren los argumentos de por qué, cada vez que puede, destaca la importancia de «defender la democracia y sus instituciones».
No tiene una gran soltura con las metáforas ni los eufemismos, así que va al grano con una firmeza que incomoda a los desprevenidos. Cada vez que menciona a Mauricio Macri o algún aspecto de su gobierno, resopla. Hay una cuota de indignación muy fuerte en sus análisis y se encarga de enfatizarlo. No hay tibieza en sus intervenciones y los invitados radiales y sus alumnos lo saben. Cuando le comentamos sobre la entrevista aceptó de inmediato.
Entre la primera y la segunda vuelta
El 25 de octubre de 2015 una noticia sacudió las pantallas y los titulares argentinos, ningún partido alcanzó el mínimo necesario para ganar las elecciones: hay balotaje. Faltaba menos de un mes, el 22 de noviembre había que volver a votar. Durante esas semanas, cientos de espacios de diferentes composiciones y orígenes se volcaron a las calles, a los barrios, a las plazas, a los medios y otras plataformas comunicativas para contrarrestar un posible triunfo de Cambiemos.
El universo académico y, puntualmente, la Facultad de Cs. Política y RR. II. de Rosario, no fueron la excepción. Al momento de revisar esos días en la universidad Alicia es tajante: «Había cierto grado de preocupación. La campaña del entonces oficialismo había sido mala y bastante certera la de Macri, a pesar de que los números no le daban, pero ya sabemos que hay una considerable distancia entre lo que es la primera elección y el balotaje».
Al mismo tiempo, aclaró que se intensificaron espacios de discusión espontánea. «A pesar de que hubo cierto grado de corrección de la campaña en la época previa al balotaje, fue tenue esa modificación y se evidenciaba el grado de tensión interna que había entre los grupos que representaban al oficialismo. Esto último, claro está, le dio más oxígeno al macrismo», completó.
En cuanto al ambiente y los microdiscursos que habitaban la facultad, Acquarone dice que existía el mismo clima que se respiraba afuera. Sin embargo, marcó su disconformidad con la dinámica de los circuitos de discusión política universitarios, «tenemos la imagen o el imaginario de que la Facultad de Ciencia Política es un núcleo central del debate político, pero hay que confesar que por lo general la discusión interna es bastante pobre. La academia nunca ha sido buena para incentivar este tipo de cosas, siempre hubo demasiada hipocresía. En cuanto al ambiente eleccionario, se vivían las mismas tensiones del resto de la ciudad o el resto del país. Era una situación preocupante, tanto para los que querían que ganara Macri como para aquellos que estábamos preocupados por el avance de la derecha. Se visualizaba, y por lo tanto se temía, un escenario de quiebre».
MacriNo: habitar la calle
Las posibilidades de que un partido político alineado a la derecha, compuesto por empresarios, técnicos y ceos de multinacionales, y liderado por Mauricio Macri, ganara las elecciones eran motivo suficiente para activar una intervención. Los espacios públicos fueron el escenario elegido y con más intenciones que estrategias, una multitud heterogénea diseñó diferentes consignas para alertar las consecuencias de un posible triunfo macrista.
Alicia habla de aquellos días. Detalla su participación en las discusiones que se producían en la cátedra y también en la radio, que eran los espacios más específicos de debate. Pero aclara que después llevaba esas mismas ideas a los diálogos cotidianos porque, según dice, «era imposible estar ajeno al tema».
Junto con esas reflexiones surge la pregunta acerca de las organizaciones y los colectivos que encabezaron esa militancia espontánea con actos y movilizaciones. «Me pareció fantástico. Toda actividad o toda preocupación (y ocupación) de la sociedad civil al respecto de su propia problemática –porque la política abarca todas las actividades– es bienvenida», comentó.
Se refiere a esas actividades como un «síntoma de crecimiento democrático», pero pisa el freno en seguida: «De cualquier manera sabemos, por la historia política argentina, que esas intervenciones son una herramienta política incipiente pero no bastan para ganar una elección».
Explica, entonces, que su preocupación estaba en la debilidad de la campaña del candidato oficialista: se veían huecos, no estaba bien dirigida. No obstante, destaca que descubrir movimientos culturales y sociales ocupados y preocupados es maravilloso; «Sobre todo porque son espacios liderados por jóvenes. Eso es fundamental, porque si hay cosas que queremos transformar de la política, los que lo van a poder llevar a cabo son ustedes, los jóvenes».
Resultado final: sorpresa o resignación.
22 de noviembre. Pasaron algunos minutos de las seis de la tarde. En los televisores están las caras de los candidatos y los porcentajes al lado. En otra tipografía, más pequeña, la cantidad de mesas escrutadas. En algunos minutos sabremos quién es el nuevo presidente de la Argentina. «En esos momentos es complicado discernir con tanta racionalidad, lo único que tenía era preocupación», recuerda y agrega: «No se trata de minimizar al adversario. Yo estaba sumamente preocupada, tenía en el fondo la esperanza de que no sucediera, pero había mucho temor».
¿Te la veías venir?
―Sí, no la deseaba. Pero se veía venir, lamentablemente. No es la primera vez que la derecha llega, hay que ser justos. Muchos gobiernos, por ejemplo del PJ, eran más de derecha que lo que uno podía esperar del justicialismo. Pero esta era la primera vez, después de la Ley Sáez Peña, que se había conformado un partido de derecha, el PRO. A mi entender, y así lo dije antes de las elecciones, fue un paso positivo para la democracia que la derecha se constituyera en partido. Lo que faltaba era que la izquierda madurara y todavía estamos a la espera. Porque ese es el balance necesario de una democracia capitalista.
Después del triunfo: impactos en el universo académico
«Cualquiera que tuviese una elemental lectura de la realidad sabía que lo primero que iba a impactar en la universidad iba a ser el presupuesto». Cuando se refiere a la universidad cambia el tono, quiebra la voz. Habla mientras niega con la cabeza, asegurando un futuro sumamente complejo para las instituciones públicas. «Habíamos empezado a tener presupuestos y una orientación en investigaciones interesantes, y sabíamos que eso se iba a resentir. La política de extensión –que era una gran deuda de nuestra universidad– que había comenzado a discutir y ampliar su espacio de producción, también se iba a resentir», subrayó.
Advierte que la derecha estrangula desde el presupuesto y a través de él se manejan las políticas posibles. «Eso en la universidad fue automático y lo más trágico fue que una parte del radicalismo que se asocia con el PRO, está en la universidad, en el Ministerio de Educación Nacional, y son cómplices de estos recortes», concluyó.
¿No hay sorpresas?
―La mueca del sorprendido es la manera más fácil que tienen algunos para no hacerse cargo de sus responsabilidades. Nadie puede sorprenderse con lo que Macri está haciendo, esto ya lo vivimos con Menem. Llegó un momento en que nadie lo había votado… ahora con Macri, si empezamos a buscar electores, dentro de algún tiempo no queda ninguno; salvo ese veinticinco o treinta por ciento normal que existe por pertenecer a una sociedad capitalista.
En cuanto a las medidas llevadas a cabo en los primeros meses de gobierno, Alicia es contundente: «Ninguna me sorprendió». Sin embargo, comenta que le llamó la atención la incapacidad para llevarlas adelante. «El contenido está claro y sabíamos que se trataba de lo que está pasando, pero creí que serían más capaces para motorizarlo. (Juan José) Aranguren, por ejemplo, demostró una incapacidad absoluta para comunicar. La falta de cintura política es significativa, están dando pasos y contrapasos permanentemente».
Atenta, cambia el sentido de la crítica y apunta al peronismo, y en especial al Frente para la Victoria. Denuncia que una de las cuestiones que le provocó mayor indignación fue el desgrane del bloque: «Confiaba en que había políticas de estado que iban a ser defendidas y no sucedió. Yo siempre dije que si la derecha gana es porque el progresismo se divide, no porque la sociedad se derechizó. Eso es una falacia. El problema somos nosotros, los que supuestamente somos progresistas (con el amplio espectro que la palabra contiene). El problema, repito, somos nosotros, que no somos capaces de llevar adelante y sostener las políticas que decimos que son públicas».
América Latina y el mundo
Acquarone abre el mapa, primero mira el Cono Sur Americano y después pone el ojo en la peligrosa orientación reaccionaria que está tomando el hemisferio occidental. Habla de Latinoamérica y los procesos políticos desgastados. Se detiene en Brasil, también en Venezuela. Explica que es imposible separar la actualidad argentina de una tendencia regional en donde la derecha y el neoliberalismo volvieron a ganar terreno.
«Indudablemente que lo que le pasa a los países vecinos tiene mucho que ver y eso impacta en las organizaciones supranacionales, que en cierto momento nos ayudaron para poder sostener una política distinta. Pero nosotros estamos insertos en un mundo en donde una nación dirige la política internacional, que es Estados Unidos, y que en realidad las políticas que se implementan son contrarias a lo que un progresista puede pensar que son las recomendables para un futuro provisorio».
Con todos los indicadores en saldo negativo, el balance no sólo es alarmante sino que no anuncia un horizonte mejor. «Ha bajado considerablemente la calidad de vida de las personas y ese es un termómetro social clave, se convierte en una bomba de tiempo», dice, pero inmediatamente retruca: «Tampoco se trata de especular cuánto va a aguantar esta situación, pensándola desde una lógica simplemente temporal. Si revisamos la historia reciente y analizamos la década del noventa, el panorama es desolador. Pero bueno, si en los 70 me decían que en veinte años se iba a privatizar todo, los hubiese tratado de locos. Cómo iba a pasar eso en un país con el pueblo politizado y el sindicalismo con tanta fuerza, y mirá cómo nos fue».
Sobre el cierre, le pregunto sobre su militancia y los años de estudiante. Resopla, otra vez. Cuenta que nunca fue peronista ni radical, que militaba de manera independiente. Que no concuerda con la obediencia. «A mí no me vas a decir lo que tengo que hacer si eso no encaja en mis convicciones, por más de que seamos del mismo partido; siempre tuve esa limitación», remató.
La universidad y los jóvenes
Siempre vuelve. Por más que la charla avance en otros caminos y toque otras temáticas, la facultad y el mundo universitario se cuelan en cada análisis. Refuerza la idea del presupuesto y del bloqueo al desarrollo de la ciencia y la investigación. Pone el acento de las becas estudiantiles y en la permanencia de los estudiantes: «Es un retroceso rotundo. En general, las malas políticas en educación y salud que se ejecutan durante un año necesitan más de una década para ser revertidas. Ese es uno de los problemas que tenemos, porque nos cuesta mucho recuperarnos después de las malas políticas, y la universidad no está ajena a esto. En un ámbito donde la cultura posmoderna ya nos venía ganando, yo deseo que seamos capaces de minimizar este panorama desde adentro, pero no es fácil. No es sencillo convocar a los jóvenes para lo común, para lo colectivo».
En ese sentido, destaca la necesidad de moverse e involucrarse. Sostiene que no hay nada mejor para las mafias y los poderosos que el terror y la pasividad de los ciudadanos encerrados en sus casas. «Hay que recuperar la calle, estar alertas y atentos. Llamar a la ciudadanía a que tome partido, a que se haga cargo de lo que sucede. Si bien los responsables son los que conducen las políticas, los ciudadanos también tenemos nuestras responsabilidades. Hay que incentivar, decía (Cornelius) Castoriadis, la autonomía ciudadana».
De subjetividades y otras yerbas
El PRO también es una emergencia de 2001 y si bien es significativo que la derecha constituya un partido político, hay varias preguntas necesarias, sobre todo para el futuro. Porque después de una década de gobiernos progresistas en América Latina –con nuevos derechos y conquistas, así como también con errores y limitaciones– el voto popular se inclinó por una plataforma política que esgrime un retroceso contundente en prácticamente todas las construcciones de los últimos años.
Alicia levanta la mano y opina. Manifiesta que las medidas aplicadas hasta el momento lejos están de ser errores o equivocaciones del gobierno. Por el contrario, son políticas que pertenecen a un plan y a una concepción de la economía y la sociedad. «Macri creyó en las promesas que recibió de los grupos concentrados y aceleró medidas que favorecieron a esos sectores. Después no hubo lluvia de dólares ni inversiones significativas. Ahora nos vienen con el blanqueo, al que le modificaron los valores de expectativa porque todos sabemos que no va a resolver nada».
También hace mención de 2001 y la participación ciudadana en los espacios públicos, pero contraataca hacia adentro. «Yo todavía estoy esperando la autocrítica y aun no la escuché. Terminemos con los egos de una vez, por favor», sacude y sigue: «Estoy convencida de que si Cristina hubiese hecho alguna autocrítica y escuchado a su alrededor, Macri no ganaba. En un importante porcentaje de la población, ciertos modismos provocaron alergia».
Lejos de señalar sólo a los electores, Acquarone marca las pifias propias: «Hay limitaciones inaceptables». Reniega de los personalismos y sus carencias constructivas, al tiempo que señala que es inaudito que después de doce años de gobierno no exista un candidato firme para proponer. «Si revisamos las elecciones de los dos últimos vicepresidentes también vemos graves situaciones. No puedo concebir que una persona, a la cual creo sumamente inteligente –porque es un cuadro político indiscutido–, elija a alguien que viene de espacios de derecha como compañero de fórmula», remarcó.
Diciembre
«Creo que la ciudadanía en su gran mayoría sigue sosteniendo la democracia, pero cada vez queda más expuesta la incapacidad para gobernar de estos muchachos. Quién puede vivir sin agua, luz o gas. A mí me llegó una factura de luz de $250 y después del ajuste una de $1800, ahora pensá ese incremento en la boleta de una pyme o de una familia de escasos recursos».
Con todos los indicadores en saldo negativo, el balance no sólo es alarmante sino que no anuncia un horizonte mejor. «Ha bajado considerablemente la calidad de vida de las personas y ese es un termómetro social clave, se convierte en una bomba de tiempo», dice, pero inmediatamente retruca: «Tampoco se trata de especular cuánto va a aguantar esta situación, pensándola desde una lógica simplemente temporal. Si revisamos la historia reciente y analizamos la década del noventa, el panorama es desolador. Pero bueno, si en los 70 me decían que en veinte años se iba a privatizar todo, los hubiese tratado de locos. Cómo iba a pasar eso en un país con el pueblo politizado y el sindicalismo con tanta fuerza, y mirá cómo nos fue».
Sobre el cierre, le pregunto sobre su militancia y los años de estudiante. Resopla, otra vez. Cuenta que nunca fue peronista ni radical, que militaba de manera independiente. Que no concuerda con la obediencia. «A mí no me vas a decir lo que tengo que hacer si eso no encaja en mis convicciones, por más de que seamos del mismo partido; siempre tuve esa limitación», remató.