La banda que nos hizo bailar más de una vez volvió a subirse al escenario. Colores y ritmos para el que quiera moverse. Nuestra cronista caminó entre el público hasta conseguir su mejor lugar. Disparó algunas fotos, apuntó varias líneas, brindó para matar el frío y nos mandó lo que sigue.
Por Julia Pérez | Especial para El Corán y el Termotanque
Yo dije que sí. Me preguntó si me gustaba escribir y dije que sí. Podría haberse referido a escribir poesía o cuentos y sin embargo, afirmé la respuesta. Al final, se trataba de otra cosa, por suerte. Algo más piola para mí. Me propuso hacer la cobertura del recital de Mamita Peyote para El Corány el Termotanque, y sin dudar, aun sabiendo que sería la primera vez, respondí que sí.
Enseguida pensé en la cantante, Eugenia, «hermosa voz» me dije a mí misma. Conocía a la banda, su estilo y la mayoría de sus temas. Mucha onda. Pero nunca había experimentado el festín peyotero del que tanto se hablaba. Había escuchado a amigos y amigas, tenía buenas referencias. Estaba entusiasmada, sabía que iba a estar bueno.
Entonces llegó el sábado. Salimos apurados con mi compañero. Siempre se nos hace tarde cuando hay que ir a algún lado. No habría otro motivo válido para pagar un taxi… sólo el de llegar a horario. Ni un minuto antes, ni uno después. A las 21:30 estábamos ahí, en el Galpón de la Música. Puertas cerradas todavía. Nos dio tiempo para fumar un pucho.
Con el apetito abierto, ingresamos al salón y nos dividimos. Ah, para eso sí nos organizamos bien. Uno a comprar la comida y el otro a la barra. Cerveza artesanal. Luego, buscamos un lugar en el piso para comer más cómodos, por lo menos sentados. Hasta que empezó el show y nos acercamos al escenario.
Comenzaron a sonar Los Cohibas, banda oriunda de la ciudad de Santa Fe, que tocan una fusión de rock, soul, funk y rap. Sonido definido. El bajo se sentía en el pecho. Tocaron temas propios y versionaron a Bob Marley y Michael Jackson. «Zarpada banda», dijimos y nos miramos sorprendidos.
Minutos después, con toda la furia con la cual se viene después de tocar en un Cosquín Rock, sale al escenario la gran esperada de la noche. Sale Mamita Peyote, el público enardecido. Suenan los vientos, se mezclan con el teclado, batería y bajo marcando el ritmo, guitarra eléctrica y una voz muy auténtica. Me encanta, pensé, mientras me acercaba al escenario para poder sacar algunas fotos. El show prometía mucho, y ahora entendía el por qué.
Pasa el primer tema y el público aplaude, grita, sonríe. La fiesta continúa con temas célebres como «Consentimiento», «Cuzco», «Tú serás», «No me digas» y la distinguida en inglés «Baby Don´t Go».
Y así transcurre el primer show del año en la ciudad. La noche se bañó por completa de rocksteady, reggae, ska, funk y cumbia. Imposible no moverse, imposible quedarse estático. Las opciones eran esas: bailar o bailar.
Entre tanta música festiva y alegre, los integrantes de la banda supieron cómo expresarse. «Apoyamos la educación pública», desató el guitarrista. Y el público aclamó convencido. A lo que continuó Eugenia: «Y también apoyamos a los gobiernos no neoliberales». Y ahí sí estallamos: aplausos, gritos, emoción. También llega hasta el escenario el grito de «Vamos compañera», muy enérgico. Y yo voy sintiendo que las luchas colectivas también pueden ser festivas.
A mitad del espectáculo, los músicos bajan del escenario para descansar. Supongo que habrán llenado sus botellas de plástico con la cerveza artesanal, y habrán ido al baño corriendo. Mientras nosotros, del otro lado, observamos detenidamente el movie road con imágenes de su viaje al Cosquín Rock en febrero.
Vuelven los músicos al escenario. Esta vez sin ella y su tutú color fucsia. Suenan increíble. Yo estoy primera detrás de la valla, había buscado una buena ubicación para poder sacar alguna foto copada. Hasta que me empujan de atrás y puedo ver: mujeres en corpiño bailando. Abriendo lugar, ocupando el espacio. Era parte del show, momento de bailar ska.
Y entre el público la veo a Eugenia, metiéndose de lleno a la fiesta. Saltando, bailando y gritando como todos. Nosotros sorprendidos y felices. Fueron minutitos de música instrumental donde lo único que importó fue la danza. Sentir y bailar.
El festín peyotero, primero para mí, va finalizando con una cumbia. Se arman parejas, caderas van y vienen. Le tomo la mano al que está a mi lado. Se vuelve eterno. Los músicos, su talento, Eugenia, su encanto y el tutú fucsia. Saco fotos, se termina. Diablitos, Gogol. Y yo… pienso en volver la próxima vez.
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