Relatos entre discos y recitales
No es inusual encontrarse con libros en los cuales la literatura, desde lo temático, se propone como punto de encuentro o de exaltación de alguna actividad humana. Abundan libros con relatos de fútbol, continente explorado por Fontanarrosa y Soriano, otros sobre los viajes en tren o de la mística de las bicicletas; también algunos en los que se respira el humo del tabaco de Hemingway y Svevo. En esta dirección, Quién no pensó en matarse alguna vez, de Juan Cruz Revello, puede catalogarse como un libro que aúna la literatura con la música, puntualmente, el rock: territorio que el autor conoce sin mediaciones, de primera mano.
De esta manera, la propuesta de Revello apela a lectores que comulgan con esa pasión; y digo pasión y no gusto o inclinación porque, como sucede con los cuentos cuyo tema es el fútbol, aquellos que no comparten los sentimientos, que no forman parte de esa comunidad con códigos y con rituales comunes, muerden la cáscara y nunca alcanzan el carozo. Porque, en su totalidad, estos once relatos, numerados como los track’s de un CD o un LP, reconstruyen un rico y curioso anecdotario del mundo de los músicos, de los hits, de los discos, organizando una suerte de panteón con personajes extravagantes, que nos permiten descubrir un universo que no ha sido frecuentemente explorado, al menos no desde la perspectiva de Revello. Para apreciar este libro, para comprenderlo, hay que haber dejado de comer para comprarse un el último disco de…, o recorrido a dedo cientos de kilómetros para ver a una banda o un festival, como hacen el narrador y su personaje en el texto Nro. 8, o citar versos de una canción en el momento exacto, como otros citan a Dante o a Neruda, o que piensan, como en el Nro. 7, que las etapas de la vida «coinciden con las canciones que sonaban en el momento» (31).
Una voz lograda, un narrador que captura para sí o cede a otros el protagonismo, volviéndose un groupie o una banda soporte, despliega el argumento de la mayoría de los relatos. A veces, como en el texto Nro. 3, permite que ingrese otra voz para hacer un solo y contar una biografía rollinga, un lamento por el pasado. Si el rock es rebeldía y juventud, si es vivirse la vida de una larga y profunda calada, sobrevivir a ese puñado de años, en los cuales las heridas del reviente cicatrizan, constituye una impostura o una blasfemia, salvo que antes, claro está, se cometa apostasía. Pero el apóstata jamás renuncia definitivamente a su religión, menos si se trata del rock, y revisa el pasado, ese tiempo en que fue un feligrés, con lacerante nostalgia, con dolorosa vergüenza. Esa voz, la que predomina en los relatos, aporta pruebas a esta hipótesis con fragmentos de su propia vida y también de las ajenas.
Tal es el caso de Martín Almeyda, «el impulsivo buscador de canciones», personaje del Nro. 4, quien registraba con tatuajes en el cuerpo, algún ícono o símbolo que remitiera a sus «hallazgos», los temas que pasaba en su programa de radio. Los «tatoo homenajes» se multiplican en los omóplatos y brazos de Martín, hasta que descubre a Soledad y se la graba en su piel revoleando el poncho: pero, «¿Quién puede resistir vivir en los años 2000, con un tatuaje de Soledad?» (24). O lo que sucede con Marcelito Cabrera, del Nro. 5, que a pesar de convivir con su mujer y dos hijos, un día de lluvia, evadiéndose de esa contundente realidad, decide cumplir con la sugerencia de su amigo Víctor Hugo que, alguna vez, le dijo que escuchara el disco de Pink Floyd, The Dark Side of the Moon «un día que haya una buena tormenta» (26). Siguiendo esas pistas, se leen o se escuchan los temas de Juan Cruz Revello que, a mi gusto, suena mejor y logra un mayor efecto, en aquellos en que la brevedad consigue plasmar una historia sin desvíos ni argumentos complejos.
Prologado por Leonardo Oyola, Quién no pensó en matarse alguna vez, se suma a la colección de buenos libros de Casagrande editora, incorporando una voz original, una perspectiva diferente y relatos que disfrutarán en especial aquellos que, como en el relato Nro. 11, sobrevivieron por más de una década a los famosos del «club de los 27», pero siguen tocando igual, aunque sientan que ya no suenan tan bien como antes.
Quién no pensó en matarse alguna vez, de Juan Cruz Revello. Casagrande, Rosario, 2017