Lecturas | «Los jardines espaciales», de Ber Stinco - Por Luciana Bertolaccini

Cuarto milenio. Por más empeño que hemos puesto, el apocalipsis no estalló. Antes que androides, ovejas eléctricas o inteligencia artificial hiperdesarrollada somos los seres humanos quienes, con alguna que otra reversión, seguimos extendiendo los límites de la destrucción y del saqueo. En Los jardines espaciales, su primer libro, Bernardo Stinco se desplaza hacia adelante unos años para volver, escribir y contarnos: el futuro tiene forma de aparato excretor, el universo se ha convertido en una gran máquina de producir despojos. Si hay algo que reconocerle a la historia es la apuesta por la ciencia ficción que abona a la pregunta por ese género en las producciones de la ciudad.

Un siglo oculto se presenta como punto de partida. En la época de la generación y de la recolección masiva de datos sobre el comportamiento cotidiano de las personas, de su procesamiento mediante algoritmos y de la falacia de un libre albedrío mediatizado por un sistema de control liderado por grandes corporaciones, algo pasó pero no podemos descifrar qué. Quizá la hipertrofia misma del big data haya producido su explosión definitiva. Una utopía libertaria: que todo estalle en millones de pedazos para empezar de nuevo. Son, precisamente, las astillas de «la parte más sombría del último milenio» las que nos llegan a través de los diarios de Rilke. Crónicas lunares que oscilan entre detalles de acontecimientos cotidianos y anotaciones reflexivas en torno a acontecimientos políticos del momento. El sentido de aquellos recortes lo da la propia escritura que no pone en orden lo que se observa, más bien lo funda. «Escribo para llenar un vacío. Escribir es para crear algo, algo que no está», relata Rilke y nos ofrece una clave para intuir por qué fueron sus escritos y no otros los que se dieron maña para encontrar una fórmula que curve el espacio-tiempo.

La historia va ganando espesura a medida que se juntan los retazos de una época que casi a nadie le importa. Sin estricta continuidad, funcionan como la base empírica del trabajo de investigación que el Dr. Henning Hutter desarrolla para dar forma a esa cantidad de escombros. Pareciera que el pasado todavía tiene cosas para decir dentro de más de mil años.

Los jardines espaciales | Ber Stinco

La trampa del crecimiento lineal y la ilusión de la acumulación financiera infinita sumieron a la tierra en un basural de decadencia y desintegración, convirtiéndola en la periferia de la luna, territorio que en algún momento se presentó como vía de escape a tanta devastación, pero que no tardó en repetir la historia. Un relato de derrota anunciado: terrícolas estafados con títulos de propiedad falsos, domos, edificios, astronautas, científicos, supermercados, tráfico ilegal de monos y desempleo.

Los dueños de la luna, junto a la perpetua fantasía neoliberal por un mundo sin intervención humana, idearon todo tipo de planes para deshacerse del problema. Imaginarios que no gastan recursos en eufemismos. No hay tiempo ni lugar, lo que sobra debe ser directamente eliminado o, al menos, expulsado a donde no se vea. Todo un sistema solar, en principio, para elegir.

El antídoto podría ubicarse en la figura subjetiva hija de cada momento. Como definición de época, Rilke ensaya que «el truco de vivir es no tomar conciencia. Mantener el eje siempre en la trivialidad. Si no lo mantenés ahí vas a sentir miedo, o te vas a sentir débil, o un estúpido, o un fraude». Pero hay lugar todavía para el surgimiento de nuevos líderes que erijan su propio mito. La revolución seguirá siendo el sueño eterno pero no siempre correrá la misma suerte ni será de la misma manera. La transformación social puede llegar en forma de videojuego.

La idea de futuro identificada con una posible expansión sin límites deja el camino allanado a la violencia, iniquidad y miseria. Lo que falta es fe./Sobran religiones./Falta un jardín de esperanzas,/donde ir a cortar una,/cuando uno,/se queda sin, escribe Stinco en otro lado. Puede que se trate, entonces, de construir capacidades para redefinir los modos en que pensamos la transición permanente hacia lo que viene o, en cambio, de decretar el fin de su tiempo. El futuro ha muerto.

 

Ber Stinco: Los jardines espaciales. Casagrande Editorial. Rosario: 2017.

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