Poesía | AR-GEN-TI-NA AR-GEN-TI-NA - Por Ber Stinco | Foto: Juliana Faggi

El avión estaba lleno,
habías tomado el vuelo
de las diecinueve.
Ibas distraído
leyendo
fragmentos
de Los hombres de a caballo
de David Viñas.
¿Quién te regaló ese libro?
No, no te acordás,
Laura te lo regaló,
cabecita de novio…
Cuánto hacía
que no cruzabas el Atlántico.
Recién después
de la escala en San Pablo
pudiste cambiar el chip
y, por fin, pensar
en la Argentina.
Pasó tanto tiempo…
Pero allá siempre es igual
¿Siempre es igual?
Se te vienen
los pensamientos en patota
y los vas dejando a todos
en puntos suspensivos.
Pero hay uno
que insiste,
Pero hay uno
que no se va nunca,
¿Cómo estará el viejo?
Volviste a tener comunicación
hace dos meses,
cuando
te llamó
por lo de mamá.
Porque si fuera por vos…
Pero bueno,
eso es pasado ahora,
por más cosas
que hayan sucedido,
es el viejo,
es la familia,
es el único padre que tenés
y vos
sos el único hijo que tiene.
Tratás de imaginarte
cómo se sentirá,
qué le pasará
por la cabeza.
Y sí,
es otra cosa,
vos no te lo podés imaginar,
tres divorcios tenés,
es otro mundo.
¿Te acordás
de la última vez
que lo abrazaste?
qué te vas a acordar…
Él nunca registró
lo que estaba pasando.
Pero el tiempo pasó,
como deberían pasar
las diferencias, las peleas.
«El tiempo pasó»
te repetís como un mantra.
Ahora es un viejito,
y vos maduraste,
y no te morfás más
el verso de la revolución…
¿Te acordás cuando
te llevaba a ver lucha libre?
¿Cuándo viajaron a Buenos Aires
a ver el partido contra River,
en el 71?
… ¡El viejo!… parecés un tango,
Roberto,
pareces un tango.
Y se te vienen a la mente
todos estos años
en Europa
sin dar señales de vida…
Qué cruel,
qué cruz que cargás…
Si, igual, él fue bravo…
Pero la vieja, la vieja…
¡Dios la tenga en la gloria!
Qué sumisa…
cuando el viejo te hizo el vacío
ella no te volvió a tirar un centro…
¿Qué clase de madre fue esa?
La misma
que te preparaba la ropa para ir a la escuela,
la que te ayudó a llenar el álbum de figuritas
y te acompañó
hasta el centro
a cambiarlo por la pelota…
¡durísima la pelota!
¡Te acordás, Roberto!
Una vez se mojó
y quedó hecha un ladrillo,
te hubieras quedado
con el álbum mejor.
Hija de napolitanos,
no pasó de primero inferior
y vos querías que te banque
la revolución del Che Guevara…
Pero qué boludo que fuiste, Roberto,
desagradecido.
Porque si pudiste estudiar,
si pudiste llegar a la facultad
y entender un poco
cómo eran las cosas
se lo debés a ellos,
al sacrificio
de esa madre y de ese padre…
Y vos, Roberto,
no fuiste capaz de llamar
en veinticinco años
porque no te siguió
el berretín
de revolucionario…
Qué boludo…
Pero qué boludo…
En media hora
estarás en Ezeiza, Roberto,
en cuatro horas
estarás en Rosario, Roberto.
¿Cómo estará la ciudad,
cómo estará el barrio?
No,
ni te fijaste en internet,
lo tenés negado,
tenés un bloqueo con eso…
¡Fíjate cómo hablás Roberto!
cuida el acento,
vas a parecer un gallego pelotudo,
porque aunque vos no te des cuenta
ellos si…
Imaginate al revés,
que vos sos ellos
y cae un pibe del barrio,
argentino
como el dulce de leche,
hablando de «tu»…
Igual tranquilo,
no se te nota tanto,
no es para tanto.
Además
¿A qué barrio te referís?
Si no debe quedar ni el gato…
Y si queda alguno
de los muchachos
que paraba en el villar
es porque fue un traidor…
Y vos Roberto,
que te tuviste
que ir a inventar una vida
no vas a perdonar
a un traidor o a un cagón…
Como el cagón del Gordo Cejas,
o como el cagón de tu viejo,
que bien que se hizo el gil…
¿Te alcanzaste a dormitar?
Que te vas a dormitar…
¡Llegaste, Roberto llegaste!
Buenos Aires y Montevideo
se ven desde la ventanilla,
se te retuercen las tripas.
¡Mirá lo qué es esto…!
mirá ese río…
el mismo
que apenas
algunos kilómetros arriba
es tu Paraná…
Respirás profundo,
cortado,
no te entra el aire,
este aire criollo,
no te entra.
Estás aterrizando, Roberto,
estás en AR-GEN-TINA, AR-GEN-TINA…
¡Pero qué cambiado Ezeiza,
qué cambiado todo!
¿Te ponés los lentes
porque estás lagrimeando?
Pasás migraciones como tiro
y te subís al Manuel Tienda León.
¡Qué hermoso!
Pasás por Buenos Aires
sin registrar mucho,
te transpiran las manos,
vas a ver al viejo.
Sacás otra vez
el libro de Viñas
y leés pero sin leer…
qué te vas a concentrar,
la pampa se extiende
a los costados de la autopista…
Cuanto hacía
que no veías la llanura,
interminable…
Océanos de soja
y San Pedro,
ya estamos
a ciento cincuenta.
La puta,
tenés un cocodrilo
mordiéndote las tripas…
El reloj
empieza a caminar
cada vez más lento.
«Bienvenidos a Rosario,
cuna de la bandera»
¡Mirá el casino
que pusieron estos mafiosos acá, Roberto!
¡Mirá boulevar Oroño!
Qué cambiado,
es otra ciudad,
no estás volviendo
a ninguna parte,
esto es otra cosa…
El Parque Independencia.
¿Cuánto falta,
diez cuadras?
¡Diez cuadras, viejo!
entrás al barrio,
apenas
si reconocés algunas casas.
Mirá Roberto,
ahí estaba el kiosco de la Zulma…
y ahí,
donde hay un edificio,
había un baldío
con una canchita.
Pero basta de preámbulo,
estás enfrente de tu casa.
¡Está igual la casita!
Hasta pintadita de blanco,
como siempre.
Se mueve la cortina, Roberto,
el viejo
debe haber escuchado la frenada.
¡Ahí está fichando!
¡Ahí está!
¡Está hecho mierda!
¡viejito!
Parado debajo del marco de la puerta
con una sonrisa indisimulable,
mirá la crotera
de la pilcha
que tiene…
Bajás
y te viene al encuentro,
soltás el equipaje,
se abrazan,
no te dice nada,
no le decís nada,
ninguno afloja,
ninguno llorisquea,
te ayuda con el bolso de mano.
Estás en el living de tu casa
y el olor a infancia te hace temblar las piernas,
te da la sensación
que mamá
va a entrar
por la puerta
de un momento
a otro.
El viejo
convida un mate
sin decir palabra,
ya no sonríe,
recobró
el gesto adusto de siempre
y entonces vos
te acordás un poco
por qué
lo mandaste al carajo
y te fuiste a Europa.
Le decís
que vas a comprar facturas,
le preguntás
por una panadería.
Con el índice
y apenas susurrando
te indica
que hay una a la vuelta.
Cuando palpás la billetera
te acordás que no cambiaste,
tenés todos Euros,
el viejo se te adelanta
y te da un billete de cien rarísimo,
con la cara de Eva Perón.
Te vas caminando
por esas veredas
que pateaste miles de veces,
vas como si fueras
un pibe de quince años,
como si nada
hubiera cambiado,
todo te parece novedoso
y familiar a la vez.
Te ponés a pensar
y los recuerdos
se te superponen
vertiginosamente,
tenés
una cascada de imágenes
en la cabeza;
tus amigos del barrio,
el club, las noviecitas,
la vieja,
los setenta.
Distinguís la panadería
cuando la tenés en frente,
sacás número,
el ochenta y dos,
hay unas cinco personas adelante tuyo,
no conoces a nadie,
¿De qué le vas a hablar al viejo?
qué difícil…
cómo no viniste antes…
Te das cuenta
de cada año que pasó,
de la distancia,
de que por ahí
se ponen a hablar
y a los cinco minutos
los años se borran,
o no,
no se borra nada
y se sienten
como dos
desconocidos.
Seis
medialunas dulces
y seis
saladas
por favor,
que linda pinta
que tienen las facturas
¿Hacía cuanto
que no pedías medialunas, Roberto?
enfilás para la calle,
el olor a paraíso,
el olor del barrio
es el mismo.
Por momentos
te parece
que no cambió nada
y vas pateando
avenida Francia
con el pecho inflado.
Llegás hasta la puerta
y abrís tu casa
con la llave
después de décadas.
Vas hasta el living
y lo ves
sentado
frente al televisor,
en el sillón marrón,
el de tres cuerpos,
donde se sacaban las fotos.
tiene los ojos abiertos
y una expresión de paz,
notás la sangre
brotando
a la altura
de sus oídos,
no parece mucha,
pero es mucha.
En su mano derecha
ya descansa
la única herencia
que le legó su padre,
el Nono,
un revólver
Bodeo
modelo 1889.

«El último viaje» | Fotografía: Juliana Faggi


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