Lecturas | «Prosopopeyas», de Roberto Retamoso - Por Norman Petrich

Estuve tentado a afirmar de entrada que en la novela de Roberto Retamoso conviven dos mundos que no se tocan entre sí.

Uno que encuentra su centro en el claustro educativo y otro en rincones bastante lejanos,de esos donde apunta hacia el río la proa del Monumento a la Bandera. Sitios donde el estado suele convertirse en un estado ausente.

Uno donde la casa de estudios es puesta en dudas: ¿es éste el lugar por naturaleza para que la poesía crezca y dé frutos, siendo que allí se somete a la venerabilidad a las personas que la habitan?

Poesía que, como no podía ser de otro modo, se abre camino para llegar casi por casualidad a un grupo de estudiantes al chocarse estos con unos versos del poeta y antiguo profesor de la facultad, Aldo Oliva.

Foto: El Corán y el Termotanque

Y casi en contraposición, ese otro lugar de la Rosario actual de la que poco se habla, aunque en los diarios aparezcan las secuelas de eso que no se ve. O quizás lo que se sabe es que, como dice la canción de Rubén Blades, en el cielo está Dios soberano y en la tierra la orden del Cartel.

Pero este grupo de estudiantes, enfervorizados por un conocimiento casi iniciático, dirige su búsqueda a la figura de Breguet, antiguo camarada de Oliva, que a su vez es cronista de policiales y está realizando notas sobre los hechos de violencia y narcotráfico que asolan la ciudad, y lo que empezaba a afirmar empieza a tambalear en ese lugar donde se sentía seguro.

Porque no es Breguet el que traza puentes sino el fantasma de Oliva, su voz, la que intenta hacer crecer esos brotes poéticos en los jóvenes, tras largas reuniones etílicas en un bar, en un claro homenaje.

Y es el mismo fantasma el que acompañará al periodista en sus investigaciones en el bajo mundo ¿y qué hace un fantasma en esos lares salidos de novelas de Vázquez Montalbán sino salvar y salvarse?

Porque si algo remite en ciertos sectores de la novela al policial negro es el mismo nexo: Breguet. El cronista no es un personaje impoluto. No rechaza la oportunidad de acostarse con una bella mujer aunque sospecha que hay gato encerrado, cosa que luego confirma. Ni se hace a un costado cuando los narcos «compran» un diario para que él lo dirija y pueda transmitir la versión de los muchachos en la guerra política que han desatado contra el gobierno. Pero no deja de investigar, lo cual significa no dejar de meterse en problemas, ni se «va al mazo» cuando, aunque se lo dicen de manera elegante, decodifica el mensaje en el cual le indican que «si no deja de romper las pelotas, venimos cualquier día hasta esta redacción de mierda, te sacamos de las pestañas como a un pelotudo y te reventamos de tal modo que después tendrán que ir a buscarte al fondo del río». Si es necesario, terminará golpeado en un zanjón.

Y si bien hago hincapié en la figura del fantasma, sería injusto dejar sólo sobre sus espaldas la carga retórica de la prosopopeya.

Porque eso no es todo: la aparición de un profesor que se permite el uso, abuso y desuso de su lugar de poder, de la lucha que ejerce para mantenerse en ese lugar de poder; y la de «el Cuchu Cambiaso», un personaje que se muestra como una especie de contacto entre el mundo narco y Breguet pero que lo realiza de un modo tan querible y poético, hacen que la tarea del trazado de los márgenes que nos indican dónde empieza y termina cada uno de esos mundos se vuelva complicada, por no decir imposible.

Foto: Andrés Macena

Este satírico artefacto inventado por Roberto Retamoso, es una novela bien rosarina. Uno puede distinguir situaciones, lugares, personajes que le resultarán familiares.

Para algunos es un ajuste de cuentas de este doctor en Humanidades y Artes.

Para otros, una fuerte autocrítica, ya que él pertenece a ese lugar que, en su novela, es desbarrancado del Olimpo.

Lo que queda claro, es que es un artefacto explosivo. Y que su autor no busca salir ileso. Ni él, ni el espectro de Oliva (aunque sus estudiantes admiradores realcen su figura casi como una secta) ni la de los personajes sobre los que esa voz dispara. Por suerte, para la poesía y para esta novela.


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