Ensayos sobre política posutópica
I
Bruno tiene 17 años. Hace doce que vive en Sao Paulo, Brasil, donde se mudó con su familia desde Natal. A los 13 vio la película Transformers y empezó a pensar en lo fascinante que podía ser crear robots con vida artificial. Ahora se pasa tres o cuatro horas diarias en la red mirando videos de novedades tecnológicas. Hace un tiempo descubrió los desarrollos recientes en robótica aplicada a rescatismo de alta montaña. Ayer, Bruno le dijo a un amigo de su hermano mayor que en diez años las máquinas que suban a las cumbres y los recodos de las montañas no serán, como ahora, perros, vehículos pequeños o drones guiados o acompañados por humanos que buscan optimizar sus movimientos para acortar las búsquedas y los rescates. Serán perros como los que se ven en las experimentaciones de laboratorio: esqueletos caninomórficos, cubiertos con un tejido orgánico-sintético compuesto de nanobots que semejará la piel de los perros. Serán entes mecánicos con formas y movimientos perrunos, controlados por computadoras y con una gran autonomía energética, capaces de enviar, recibir y procesar información. Esos robots dispondrán de una enorme autonomía de movimiento y capacidad para decidir entre una gama de opciones dependientes de una multiplicidad de variables (clima, altura del año, estado del suelo, género, edad y estado de salud de la persona buscada, localización georreferenciada del transporte para el salvataje, entre muchos otros). La idea de que sólo un ser humano presente puede salvar a otro ser humano presente habrá quedado superada.
Mónica tiene 70 años. Se acaba de jubilar como docente. Daba Historia Política Contemporánea en un terciario en México DF y Filosofía Política Clásica en la Universidad Autónoma de Guadalajara. «Lo que más hice en mi vida, después de dormir, fue leer a Kant», le dijo riendo a un amigo hace poco, mientras caminaban. El último domingo, a la noche, cuando la costumbre le empezaba a indicar que era hora de armar la clase del día siguiente, un nuevo afecto llegó para desmentirle su orientación. Fue entonces que sintió, como una ráfaga fría, mezcla de alegría y sospecha, que se había jubilado. Treinta años de domingos con final previsible se habían terminado. Se quedó sin imágenes. Por un rato no supo qué hacer, no supo hacia dónde dirigir sus fuerzas. La invadió la curiosidad. «Y ahora, ¿qué?», pensó.
Lucas tiene 10 años y vive en un asentamiento que se fue instalando poco a poco sobre unas tierras tomadas en la periferia norte de la ciudad de Rosario. Desde la puerta de su casa puede ver el Bosque de los Constituyentes. Su madre hace sandwiches, bizcochuelos, tortas asadas y fritas para vender a los camioneros en la avenida Circunvalación. Su padre va de obra en construcción en obra en construcción, trabajando como albañil. Forman parte de una congregación evangelista que se fue armando entre vecinos en torno a Julio Osorio, un pastor que se instaló en Rosario luego de un paso por José C. Paz, en el conurbano bonaerense. En el comedor de la casa de Lucas hay un afiche enorme con un Jesús de ojos claros; debajo de él los versículos de Mateo 7:7: «Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá». Con sus amigos inventó un juego: la redada policial y el allanamiento. Algunos se amuchan en un rincón de un patio, como si estuvieran haciendo algún maneje, y otros entran corriendo, a los gritos, pateando cosas. A él le gusta hacer de pibe que la policía amenaza con llevar preso. Se pone a gritar «¡Llamen a un abogado!» y trata de escapar sin que lo noten.
Amalia, Brenda y Francisco son hermanos. Sus padres se separaron cuando eran chicos. Siempre vivieron con Lucía, la madre de los tres, en Castelar, provincia de Buenos Aires. Federico, el padre, abogado, murió hace unos años, a causa de un ACV. Un socio del estudio le contó a Amalia que esa tarde lo había escuchado discutir furiosamente con otro abogado en su oficina del microcentro de la ciudad de Buenos Aires. Los hijos recibieron como herencia unos campos en Pergamino y la pequeña estructura de una empresa agrícola. En 2001 decidieron arrendarlos a una empresa más grande que les ofrecía una parte de las ganancias a cambio de pasarse a siembra directa de soja transgénica. «Los próximos años serán escenario de un crecimiento exponencial gracias a la demanda china de cereales y oleaginosas. Hay que aprovecharlo», les dijo el gerente de Agroplus cuando se entrevistaron. Les mostró estadísticas, les compartió pronósticos productivos y de rentabilidad. Aceptaron enseguida. En 2004 se dieron cuenta de que se habían sentado sobre una montaña de dólares. Amalia cerró el estudio jurídico, Brenda se anotó en una Tecnicatura en Agronegocios y Comercio Exterior y Federico dejó de vivir del diseño gráfico para convertirse en el gerente general de Brothers SRL. Hoy manejan una empresa de fideicomisos agrícolas y ganaderos que vincula inversores argentinos y extranjeros en un juego con distintos niveles de riesgo para las inversiones. Se pasan una buena cantidad de horas diarias mirando pantallas y una buena cantidad de días al año mirando entre maizales, olivares y feedlots porcinos.
James está terminando de cenar en su departamento en Jersey City. Estudia en Princeton. Hace días que convive con un malestar que no puede describir. Una especie de mala noticia, o mal agüero. Incómodo, como queriendo huir sin saber de qué, de dónde ni hacia dónde, recurre a sus aliados naturales: los libros. Escarba entre los que tiene en el escritorio. La mayoría empezados. Se encuentra con La Humanidad aumentada, de Eric Sadin. Lo abre al azar. Página 116. Leé: «La inteligencia humana está adosada a la curva natural de la vida de los individuos, marcada por una fase de aprendizaje, luego por la edad de la madurez y, generalmente, seguida por un período de declive. La inteligencia robotizada no se inscribe en esta contextura de tipo orgánico, sino que está determinada a crecer y enriquecerse indefinidamente, según perspectivas a mediano plazo y largo plazo que desafían cualquier proyección fiable».
Marina se acaba de quedar sin datos en el teléfono. Insulta por lo bajo, para que los ocasionales acompañantes en el tren no la escuchen. Mientras insulta, una imagen se va formando en su mente: es ella misma teniendo que esperar en la puerta de la casa de la clienta a la que le está llevando unas milanesas de soja y unas empanadas caseras que le encargó. Enseguida piensa en que tiene que pagar un montón de cosas: al proveedor de harinas, al pibe que trabaja con ella, el alquiler, cuatro o cinco meses de monotributo atrasados, la deuda que tiene con su madre, la que tiene con Andrea, su amiga… Todos los días, todo el tiempo, hace cuentas y llega siempre al mismo resultado. No le alcanza. El tren se detiene, Marina baja y busca la salida de la estación. Empieza a pensar que no le va a quedar otra que ir a pedir el crédito al Crediya que está a unas cuadras de su casa.
II
Zygmunt Bauman escribió alguna vez que la categoría «comunidad» evocaba en él figuras sociales cálidas, de seguridad, contención y afecto (2006). Era una categoría prejuzgada de manera positiva. Yo no podría decir lo mismo de la categoría «futuro», su evocación no me resulta tan unívoca. Las inquietudes por el destino y la vida después de la muerte, la acumulación tendencialmente infinita de dinero, las revoluciones y las transformaciones sociales, los cambios tecnológicos, los desastres ecológicos, las derivas individuales, las experimentaciones colectivas, los enigmas, los desvíos: el futuro, el devenir y el porvenir operan de modos diversos como protagonistas y vectores de las grandes problemáticas culturales. Organizan imaginarios, se inscriben en instituciones y decisiones de maneras dispares y sorprendentes. Sea que se enuncie su ausencia, que se lo dibuje nítidamente, que se lo bosqueje; sea que se contemple su virtualidad, que se le imputen irrupciones o redundancias, el futuro perfila una dimensión decisiva y ambigua de las potencias humanas, los conflictos, las relaciones de poder.
Preguntar tiene una función estratégica: ¿Cuáles son las maneras contemporáneas de vinculación con la futuridad, en tanto virtualidad de acontecimientos? ¿En qué se diferencian de formas anteriores? ¿Dónde rastrear y cartografiar esos cambios? ¿Cómo se puede pensar el futuro en condiciones de alta discontinuidad y aceleración? ¿En qué medida y de qué manera nuestras condiciones se traducen en ideas, imágenes y estrategias de relación con la futuridad? ¿Qué pasa con la noción «futuro» cuando ya no se lo puede imaginar como se lo hacía? ¿Cómo se inscriben las diferentes hipótesis, gobiernos y aperturas del futuro en la vida social? ¿Qué vínculos se establecen entre proyectos y posibilidades? ¿Cómo podemos precipitar alguna potencia a partir de los incontables elementos que en nuestro presente existen como proyecciones, posibilidades y actualidades?
Este libro fue escrito con la intención de explorar esas preguntas, que hacen a los modos en que existimos en condiciones de contingencia, que diagnosticamos nuestra situación, que comprendemos el poder orientador de las instituciones, que procesamos las tensiones entre prescripciones y novedades. Es, en ese sentido, un intento de aportar a una etnografía de lo contemporáneo, que «siempre inicia su trabajo en el medio de la vida social, al interior de asimetrías y constricciones de todo tipo, atravesada por una miríada de flujos cuyo origen y destino son indeterminados, ya sean vitales o letales» (Biehl 2017: 4). No tengo interés en donar una imagen de futuro o un qué hacer, sino en presentar preguntas y miradas, que apuntan a un cómo hacemos, que buscan aportar a procesos poscapitalistas prestando atención a su intensidad y expansión. El pensamiento social tiene una inclinación a leer lo social en clave de problemas, asimetrías, injusticias; a veces olvida que las tareas de investigación y pensamiento brotan de un impulso a incrementar nuestras posibilidades, nuestras potencias y condiciones para que la vida pueda ser menos sufriente e injusta, más creativa y alegre.
Creo que nuestra vida social requiere interpretaciones oxigenantes de la «cuestión del futuro», si pretendemos desmontar algunas fuentes estructurales de malestar social e injusticias. Requiere redefinir la noción de futuro (lo que intentaré hacer a través de la noción de futuridad), producir nuevas gramáticas para la imaginación (y no solamente nuevas imágenes), convertir los trayectos en algo distinto a un instrumento para un fin, aportar a formas de entender, propiciar y elaborar los cambios. Cómo y por qué cambia lo que cambia son preguntas decisivas para el pensamiento y la cultura, preguntas que van al núcleo de la condición humana. El modo en que esas preguntas se elaboran, se responden, se inscriben, vertebra en buena medida la existencia social. Somos seres marcados por la futuridad, no sólo por nuestra condición mortal y finita, como afirmó Heidegger (1924), sino, sobre todo, como escribió Virno, por nuestra capacidad de tener facultades y potencia (desear, hablar, producir) para hacer mundo y ser hechos y rehechos por él (2003). Y así como esas facultades y los mundos de los que participan varían históricamente a la luz de transformaciones económicas, tecnológicas, sociales y políticas, así también el futuro como problema cultural, referencia práctica e interrogación se va modificando.
III
Aunque no se abstiene de cierta figuración de sus apuestas, este libro no da recetas para los cocineros de hoy ni mañana sino que busca diseñar un espacio, y unos conceptos, lo suficientemente abiertos como para intentar fabricar más que un aparato, una disposición ante la futuridad. Para eso, el primer movimiento (Futuridades, futurizaciones, futurabilidad: una introducción) será el de elaborar unas definiciones mínimas alrededor de una familia de nociones entrelazadas. La primera, necesariamente, es la de futuridad, que busca superar la noción de futuro en sus tres acepciones habituales: ser una proyección, una materialidad dura por venir o un presente más adelante en la linea cronológica. La segunda y la tercera, futurización y futurabilidad, refieren a los modos en que nos vinculamos con la futuridad. Si la primera se define por la proyección (un acto en el futuro), la segunda se entiende desde las transiciones y los trayectos (una potencia que no clausura su definición). Ambas producen diagnósticos, estrategias, gnoseologías que impregnan instituciones, proyectos, deseos, estéticas, vidas.
Hechas esas aclaraciones conceptuales, el libro ingresará en el análisis de algunos puntos sensibles de la axiomática capitalista a la luz de sus efectos sobre los modos de vinculación social con la futuridad (El realismo capitalista y sus vínculos con las futuridades). Eludiré la apreciación instantaneísta del capitalismo (que brota de una consideración del mismo desde el punto de vista de las prácticas de consumo), así como la mirada apocalíptica que homologa capitalismo a no-futuro. A mi entender las lógicas del dinero-capital y la deuda financiera conducen hoy un modo de gobierno de lo posible cuya pregnancia determina en gran medida las formas sociales de suscitación y vinculación con el potencial humano. Veremos que ese modo ha logrado desbancar toda figura concreta para poner, en su lugar, una operación. Una futurización sin figuración: si estuviéramos hablando de pintura, se diría que el capitalismo es un tipo social que ha superado el código figurativo para entrar en un régimen donde las imágenes no son lo importante sino lo que las vuelve posible, lo que las sostiene, lo que las acelera, lo que las aniquila. Lo que las cifra.
En ese régimen las tecnologías tienen un lugar esencial, que me propuse analizar. Expondré en qué sentido creo que los usos actuales de las tecnologías establecen un vínculo con el futuro tendiente a la minimización, reducción o inmediata apropiación de la contingencia bajo un principio de racionalidad y un horizonte de mercado. Ese lugar se construye, por un lado, en un proceso de producción de información que busca, al mismo tiempo, la singularidad y el infinito, el control exhaustivo de las variables y las posibles alteraciones (a partir de nuevos medios de producción: algoritmos, Big Data, IA, Blockchain)[1]; y, por otro, en un poder social inmenso capaz de volver imposible y residual la vida de millones de seres humanos. Las promesas de la inteligencia artificial encuentran su contracara en un racismo biotecnológico. A veces el análisis social de las tecnologías suele tomar tonos un tanto apocalípticos; ese tramo del libro (que no es el único que habla de tecnologías) no será la excepción, quizá sea el más apesadumbrado. No obstante, la intención no es clausurar lo posible o dejar aquí toda esperanza; más bien testear cómo ciertas operaciones tecnológicas procesan la futuridad y qué hacer con ellas para que el entusiasmo sin ética y el miedo sin conocimiento no ganen la partida.
A continuación, el texto interrogará los modos en que un conjunto heterogéneo de experiencias políticas progresistas y revolucionarias elaboró durante los siglos XIX, XX y XXI la cuestión del futuro, buscando en ellos características y limitaciones (Los vínculos socialistas y possocialistas con las futuridades). Me detendré en un modo de futurización específico, el que enlazó sujeto social y expectativa política en una clave utópica de fin socialista de la Historia. El crepúsculo de esas políticas socialistas (como subconjunto de las políticas del sujeto de la historia) no me parece que, como suele decirse, haya eliminado radicalmente toda proyección de futuro sino que redefinió sus condiciones. Bajo esas condiciones han crecido las políticas de las víctimas, las políticas de la denuncia y las utopías de la ética. Todas esas ellas conllevan vínculos con la futuridad diversos, que el texto busca desentrañar.
La cuarta parte (La inventiva posutópica) es, en verdad, el núcleo del libro. Las inquietudes que me impulsaron a escribirlo y a desmenuzar polémicas y problemáticas se encuentran mayormente allí, donde me propuse el diseño de una disposición ante la futuridad. En esa parte presentaré una serie de zonas filosóficas, culturales y sociales en las que identifico modos novedosos de futurizar (es decir, proyectar figuras de futuro) así como de habitar un vínculo con la futuridad que no hace de la persistencia virtud, sino que se ejercita en percibir futurabilidades, que detecta lo latente, que inventa en el descubrimiento. Que se pregunta cómo volver a pensar el futuro en un horizonte cultural de inmanencia, cómo revisitar los modos en que se relacionan lo que proyectamos y lo que hacemos, cómo redefinir lo políticamente productivo. Esa redefinición es la de los vínculos con la futuridad, la exigencia de volver a pensar los proyectos y los trayectos capaces, en palabras de Raquel Gutiérrez Aguilar, «de hacer traspasar al conjunto social el umbral de las transformaciones posibles» (2007: 22). En esa inventiva posutópica laten figuraciones dinámicas y casi una fe en las virtualidades múltiples: bajos esas condiciones intenté pensar las improvisaciones, las probabilidades, las prácticas de diseño y la enemistad, definiendo una suerte de axiomática abierta y equitativa capaz de marcar los modos de construir, planear y transformar las ciudades y las economías, las relaciones afectivas y sexuales, las gramáticas de la imaginación, las estéticas, los cuerpos y las tecnologías.
La quinta, y última, parte (Esbozos para una etnografía de las futurizaciones y las futurabilidades) es una breve recopilación de artículos recientes en los que he explorado fenómenos más cercanos, como el cambio de gobierno y el modelo de agronegocios en Argentina, o bien resgistros de intervenciones en espacios institucionales, políticos y activistas. A través ellos pretendo ofrecer algunos elementos de lo que llamo «una etnografía de las futurizaciones y futurablidades», nombre con el cual resumo la intención, y el proyecto, de investigar los modos actuales de articular proyectos y descubrimientos, anhelos y temores, sueños y violencias. La etnografía, como modo de estar, investigar y pensar el mundo, puede ser una vía para comprender las diversas relaciones entre futurizaciones y futurabilidades y los vínculos que dicha relaciones establecen, a su vez, con las futuridades. Esbozos de esas etnografías posibles ya habrán sido presentados en este libro, antes de este capítulio, pero esta última parte tiene un carácter marcadamente monográfico.
En 1929, Karl Mannheim sostuvo que en su época había una «mayor aproximación de la utopía a la vida real» (217), que la consideración del proceso histórico y sus fuerzas conformaba un saber donde las posibilidades de realización de ciertos futuros se incrementaba. Hace pocos años, Marina Garcés daba una imagen completamente diferente de nuestro tiempo: «Si nos hemos quedado sin futuro es porque la relación con lo que pueda suceder se ha desconectado completamente de lo que podemos hacer». En efecto, en la actualidad, una coyuntura signada por una aceleración que tiende (aunque no lo logre) a fagocitar cualquier imagen que aspire a permanecer, ninguna imagen de futuro logra instalarse antes de ser presa de la desfiguración. Quizá ya nunca más una imagen logre esa estabilidad. ¿Quiere eso decir que no podemos crear un vínculo con la futuridad que no se limite a la ganancia monetaria o la innovación tecnológica per se? No parece. En el esfuerzo por saltar el cerco de la utopía (cualquiera sea) y el apocalipsis, del Futuro total y el futuro insoportable: en ese acto hay lugar para la inventiva posutópica. En Unfinished, un libro de 2017, Adriana Petryna comparte una pregunta sencillamente compleja: «¿Qué hace falta para abrir una conversación sobre el sentido, cuando miramos hacia el futuro y afirmamos que no sabemos?» (Biehl 2017: 27). Este libro pretende participar de esa conversación sobre el sentido -palabra que condensa lo sensible, lo comprensible y la dirección- acercándose de modo tal que no sólo nosotros tengamos futuro, sino que la futuridad misma lo tenga.
[1] Ya en 2001, el colectivo Tiqqun advertía: «Un teléfono móvil se vuelve un soplón, un medio de
pago una declaración de tus hábitos alimenticios, tus padres se transforman en delatores, una factura de teléfono se vuelve el expediente de tus amistades: toda la sobreproducción de información inútil de la que eres objeto se revela crucial por el simple hecho de ser en todo momento utilizable».
Futuridades. Ensayos sobre política posutópica. [Prólogo] Casagrande, 2018
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