Félix Guattari y Karl Marx comparten una extraña vocación por asumir con igual pasión desafíos de producción teórico-política y político-militante. Ambos pensaron críticamente el mundo que habitaron, escribieron y cumplieron funciones organizativas al interior de experiencias colectivas. Quizás Guattari, por desenvolverse un siglo más tarde que Marx (y partiendo de él y algunos de sus continuadores), logra incorporar a la mirada crítica de la sociedad capitalista una dimensión más: la teoría y la práctica (es decir: la praxis) respecto de las singularidades existenciales.
En ambos, asimismo, el periodismo (los textos periodísticos) funciona como un medio para ampliar lectores, para decir de un modo más corto y sencillo cuestiones que ya abordaron (o abordarán) en otros ensayos de mayor extensión y vocabulario técnico específico (no hablo de profundidad porque, tal como insistía en Argentina Rodolfo Walsh, el buen periodismo es aquel capaz de decir en pocas palabras y un lenguaje sencillo las cosas más profundas y complejas, cosa que tanto Marx como Guattari lograron ampliamente en sus «notas»).
Devenires y relaciones de fuerzas
Quisiera comenzar este texto por Guattari. Rescatar sus últimas producciones. Me gusta su gesto de reafirmar cierto marxismo en el momento mismo en que el socialismo parece irse al demonio en todo el mundo; me interesa ese movimiento por el cual él, luego de haber sido colocado en el lugar del posmarxismo (e incluso del posmodernismo) retoma planteos de antaño (de sus años de juventud, cuando era un militante «de partido») y problematiza gran parte de su recorrido (cuyo tramo junto a Gilles Deleuze se torna fundamental) para pensar a fondo esa realidad que muta ante sus ojos a pasos agigantados.
Estamos a fines de los años ochenta del siglo XX, a las puertas de lo que será un Nuevo Orden Mundial. Guattari lo ve y con lucidez lo denomina Capitalismo Mundial Integrado (CMI), aun antes de que caiga el Muro de Berlín y se desplomen los «socialismos reales». Es que para él, en ese momento, ya no resulta productiva la división Este/Oeste y se propone pensar en clave de Norte/Sur, asumiendo que hay nortes en los sures y sures en los nortes. El «Tercer Mundo» pasa al centro de la escena. Incluso a comienzos de la década del ochenta Guattari viaja a Brasil, se entrevista con Lula –quien encabeza el proceso de nacimiento del Partido de Trabajadores– y conoce a Néstor Perlongher. Aún no ha nacido el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra pero los movimientos sociales tienen una presencia y un dinamismo inusitado para lo que es el Cono Sur, luego de que –vía el Plan Cóndor– la voracidad imperial arrasara con las apuestas de esta región del continente. Se habla de un «Brasil menor» (para este tramo resulta imprescindible la lectura de los textos que hoy en Argentina leemos bajo el título de «Micropolíticas»). Guattari visualiza el Tercer Mundo como el sitio desde el que pueden llegar a surgir «recomposiciones más militantes» que puedan torcer las desfavorables relaciones de fuerzas a nivel internacional.
Nuevas propuestas, nuevos contextos
En el Nuevo Orden Mundial que comienza a bosquejarse tiempo antes de la muerte de Guattari, el capital tiende a desterritorializarse, en un doble sentido: por un lado de modo extensivo (se expande al conjunto del planeta); por el otro intensivo (ocupa la totalidad de la vida).
De allí lo «integrado» de este capitalismo, que una vez caídos los Estados socialistas profundizará su proceso en lo que hoy llamamos globalización.
En este contexto, nos dice Guattari, el movimiento obrero tiene un gran problema: el corporativismo sindical (él lo dice a propósito del obrerismo marxista pero también podríamos leerlo al interior de la Argentina como un fenómeno que se extiende al obrerismo peronista).
Por eso Guattari insistirá en la necesidad de gestar nuevas prácticas (políticas y sociales) que puedan realizar una reapropiación (singular y colectiva) de la subjetividad (trabajo de resingularización). Guattari va a llamar a su propuesta EcoSofía, en un movimiento teórico de claras resonancias con su experiencia junto a «Los verdes».
Su propuesta consiste en tramar una articulación de una ecología ambiental sí, pero también social, y mental. Y es en ese sentido que se refiere a la necesidad de llevar adelante una «reconversión ecológica» de la acción sindical; reconversión que implica estrechar nuevas alianzas: fundamentalmente con el feminismo y el ecologismo.
PARÉNTESIS: tres décadas más tarde, el diagnóstico que realiza Guattari deviene programa.
Si se tiene en cuenta el dinamismo del movimiento popular en Argentina en estos últimos treinta años, se verá un desplazamiento que hoy complejiza el histórico sujeto potencialmente protagonista de la transformación social. Primero con el aporte de los trabajadores desocupados y luego del precariado (economía popular), la clase trabajadora argentina ha mutado profundamente, al punto de ser (el movimiento obrero organizado) caracterizado hoy como «movimiento de trabajadores», en clara alusión a la parcialidad que los sectores asalariados expresan en el conjunto laburante (más allá del peso numérico y los altos grados de sindicalización que mantiene la Argentina respecto de otros sitios de América Latina). A esta mutación de la clase-que-vive-del-trabajo (asalariados + precariado) hay que sumarle el rol que jugaron las luchas socio-ambientales durante la larga «década ganada» del neodesarrollismo progresista y la preponderancia que ha tenido el feminismo durante estos años de restauración conservadora (más allá de que, como movimiento, el de mujeres viene de larga data, los tres últimos años han logrado un protagonismo inusitado). Estos cambios enlazan de manera directa con los planteos esbozados por «el último Guattari».
Cierra paréntesis.
Un convite a no jipiar
Ya en su Mil mesetas (segundo tomo de Capitalismo y esquizofrenia, publicado en 1980, ocho años después de AntiEdipo), Deleuze y Guattari sostienen que toda política es, a la vez, micro-política y macro-política. El «a la vez» resulta fundamental para pensar una perspectiva que no escinda a estos autores de una base de crítica marxista de la sociedad capitalista.
Guattari, desde temprana edad, supo combinar su que-hacer autodidacta como filósofo y escritor con una investigación y una práctica clínica, pero también con un activismo político.
No está de más rescatar su «ultra-izquierdismo» (en estos tiempos de relativismos) y su capacidad de dar cuenta e intervenir en planos de la realidad que muchas veces se presentan escindidos.
Así, Félix intervino activamente en las discusiones del Partido Comunista Francés en la primera mitad de la década del cincuenta y, después, fue un militante de las experiencias que se gestaron por fuera del stalinista PCF: entre 1958 –cuando abandonan la «táctica de infiltración»en el seno del PCF– y hasta 1964 participa de la organización La Voie Commnunista, que edita un periódico del mismo nombre, y desde 1965 participa de la «Oposición de Izquierda». En Mayo del 68 participa activamente del Mayo Francés con usuarios de la Clínica Le Borde, quienes ocupan el Teatro del Odeón. Conocida es su participación junto al operaismo italiano en los setenta (las Radios Libres, entre otras) y luego sus vínculos con las primeras organizaciones ecologistas. Pero su activismo no se agota allí, sino que interviene también en las discusiones, forjando una auténtica «práctica teórica».
De allí que su ecologismo radical, y sus búsquedas por gestar organizaciones «de nuevo tipo» no lo lleven al idealismo que se desentiende de los problemas (teóricos y prácticos) que implica enfrentar el orden, conmocionar el estado de la situación y aventurarse (sin aventurerismos) en la construcción de una nueva dinámica política de transformación.
Cuando Guattari sostiene que hay que enfrentar la sociedad real, que no hay que entregarse al mito de «vuelta a la naturaleza», de «retorno a la era pre-tecnológica», nos propone un desafío: no jipiar; situar las dinámicas micro-políticas en el cuadro más general de las sociedades que habitamos.
«Mientras se mantenga la dicotomía entre el frente de clases y la lucha en el frente del deseo, todas las recuperaciones seguirán siendo posibles», escribe en «Las luchas del deseo y el psicoanálisis». E incluso, contra las miradas horizontalistas y de cierto autonomismo ingenuo, agrega que, por una parte, está la lucha «en el frente de los agenciamientos colectivos que proceden a un análisis permanente de la subversión en todos los niveles del poder» (el frente del deseo), pero también, «la lucha de clases, la lucha revolucionaria de liberación». Dimensión que necesita, según Guattari, de máquinas de guerra que coordinen instancias, distribuyan tareas, e incluso, centralicen momentos de la pelea. «Estas luchas no pueden ser excluyentes entre sí», remata, dejando en claro que, si bien «ontológicamente» la micro-política pasa a ocupar el primer plano, las dinámicas de indagación, experimentación, lucha contra uno mismo y contra los micro-fascismos que circulan en las propias experiencias de lucha, no pueden ser excluyentes respecto del trazado de estrategias y tácticas generales, las instancias de coordinación y dirección, en fin, la construcción de una máquina de guerra revolucionaria que se exprese en el plano molar, macro-político.
Marx más allá de Marx
Cuando Mark Fisher, recuperando los espectros de Marx puestos en escena por Jaques Derrida, planteó hace muy poco tiempo que no debíamos dejar ir al fantasma (del comunismo), porque ese gesto nos permitiría «no acomodarnos», nos convida a la vez un problema y un programa. Por un lado, nos muestra el rostro descarnado de la actualidad: el único fantasma de comunismo en el Nuevo Orden Mundial es el de su ausencia; por otro lado, nos incita a no dejar de recuperar y reactualizar el concepto de comunismo, y rastrear sus huellas «en el movimiento real».
Al igual que como vimos con Guattari, en el caso de Marx también el periodismo ofició como un sitio de frontera (y en Marx también como trabajo).
Fundamentalmente, me interesa rescatar, en Marx, la posibilidad que él encuentra en el periodismo de vincular filosofía con economía y política, con historia social y actualidad.
También la escritura periodística vinculó a Marx (junto a Federico Engels) con la militancia obrera de la época. No está de más recordar que el emblemático «texto fundacional» del Manifiesto Comunista fue escrito a pedido y en nombre de la Liga Comunista, una organización política de la época, luego de un intenso vínculo que Marx y Engels sostuvieron con el activismo obrero europeo durante el período 1845-1847. Por otra parte, más allá de que Marx se dedicó durante períodos extensos a componer su «obra científica» (movimiento que va de la elaboración de Los Grundrisse en 1857 a El capital, cuyo primer tomo se publica en 1867 pero que no agota el trabajo que Marx continúa hasta muerte, en 1883), también dedicó años de su vida al activismo; un activismo que también entendía la elaboración y la escritura como un momento de la pelea («La lucha ideológica forma parte orgánica de la lucha de clases», supo afirmar Louis Althusser, en clara sintonía con el planteo leninista, que sostenía que el ideológico era uno de los tres frentes de batalla en la lucha de clases, junto con el económico y el político).
Así, Marx se dedicó a leer, resumir y tomar apuntes de numerosos libros, a pensar y elaborar conceptos, pero también a dar conferencias («Salario, precio y ganancia» es una pieza fundamental de la oratoria marxista), y a escribir textos fundamentales de una experiencia primordial a la hora de trazar genealogías insurgentes, como fue la apuesta de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT), la «Primera Internacional» donde durante casi una década (1864-1872) confluyeron comunistas, socialistas, anarquistas y otras corrientes del movimiento obrero europeo.
Más allá del abismo que existe entre ese momento embrionario del desarrollo del capitalismo visto por Marx desde Europa, y capitalismo globalizado que hoy vivimos y habitamos nosotros desde Latinoamérica, hay una serie de cuestiones del legado marxista que no nos dejan de interpelar: no sólo el estudio de un trabajo de investigación rigurosa como lo es El capital, sino también una serie de problemáticas políticas que están presentes en el recorrido que Marx realiza en un movimiento de ejercicio crítico del pensamiento que va del El Manifiesto a La Comuna de París; ciclo que se complementa con una lectura de la correspondencia que mantiene con la revolucionaria rusa Vera Zasulich a propósito de la importancia de la comuna rural rusa en una vía heterodoxa hacia el socialismo; rigurosidad del pensamiento que se expresa en la disposición a defender con argumentos sus planteos, pero también a ejercer la crítica de sus adversarios sostenida en una lectura profunda de aquellos a quienes combate (la «Crítica del Programa de Gotha» es emblemático en ese sentido).
Un par de cuestiones que aparecen en la «obra política» de Marx que se nos presentan como insumos para rescatar hoy en función de los debates actuales:
1) La importancia del internacionalismo proletario más allá de que en cada país la clase trabajadora deba emprender su lucha contra las burguesías locales; internacionalismo que va más allá de la «mera fraternidad» entre pueblos, como señala Marx en la Crítica del programa de Gotha, porque entiende que lo común es la lucha contra el capitalismo, «negocio burgués» que se sostiene por la existencia del mercado mundial (carácter cosmopolita de la producción ya señalada en el Manifiesto).
2) El anticapitalismo que da cuenta de que el trabajo asalariado es la condición de existencia del capital (antagonismo irresoluble).
3) La necesidad de pensar los cambios profundos en términos de transiciones: importancia de que el proletariado se constituya en partido para darse una estrategia de conquista del poder político en el Manifiesto, tema que será problematizado luego por el propio Marx a la luz de experiencias históricas como la Comuna de 1871; idea que vuelve en el Programa de Gotha al esbozar la teoría de la «dictadura revolucionaria del proletariado» como «período político de transición» que media entre la sociedad capitalista y la comunista.
4) Reivindicación de lo comunal como «forma política» más afín a la búsqueda democrática de conjurar la escisión entre gobernantes y gobernados (como señala en La guerra civil en Francia); asimetría que, tal como ya había visualizado en sus escritos juveniles (Los Manuscritos económico-filosóficos de 1844) se asienta sobre la división entre trabajo intelectual y trabajo manual, y la primacía del primero sobre el segundo, así como la necesidad de desandar las estructuras duras de la representación y la represión (disolución del Ejército en 1871 así como deconstrucción de las instituciones que consagran a funcionarios con sueldos altamente diferenciados del de quienes producen los bienes fundamentales para la existencia); y ni que hablar de la necesidad de separar a la Iglesia de las formas de organización política de una sociedad.
5) Por último, la ética de la rebelión, que pone el foco de la mirada histórica en la lucha de clases; que prioriza una lectura de la actualidad desde el punto de vista del antagonismo entre la clase-que-vive-del-trabajo y el capital; que pretende intervenir en el mundo desde una mirada que no esté opacada por la superstición; que promueva la liberación como camino para la desalienación de la humanidad frente a los fetiches de todo tipo. En fin, una ética que es una política que sostiene, como se hizo en las barricadas parisinas de la Comuna, que «simples trabajadores» pueden cuando se lo proponen «transgredir el privilegio gubernamental».
Como podrán apreciar quienes lean este texto, la recuperación de las figuras y el pensamiento de Guattari y Marx es más un programa de investigación y debate que una apología de los popes.
Las grandes figuras del pasado sólo pueden ser «útiles» si nos sirven para inspirar nuevas reflexiones, otros estudios, creación de nuevos conceptos que, tal como subrayaron Deleuze y Guattari en ¿Qué es la filosofía?, siempre tienen que ver con problemas propios, y una historia singular.