«Santa Fe siempre estuvo lejos» es el comienzo más obvio, un chiste fácil casi inevitable tras la lectura de 19. Una cartografía narrativa de Santa Fe, el libro que recoge la experiencia que reunió a 19 cronistas que viajaron a cada uno de los departamentos de la provincia entre noviembre de 2015 y agosto de 2016, y fue editado por Cardumen, un colectivo cultural que integran Arlen Buchara, Lucía Demarchi y Lucía Rodríguez. Se trata de un conjunto de textos construidos como un muestrario de tonos narrativos, distintas maneras de ver y contar las zonas de la geografía santafesina. Y que por momentos tiene la forma de un intento rosarino por salirse de la carga simbólica de las visiones que no pasan más allá de Circunvalación ni rompen la frontera material e imaginaria del Cordón Industrial.
En una mirada rápida se puede notar que de los 19 cronistas, su mayoría son rosarinos o residentes de largo tiempo en la ciudad. Nada malo. Incluso, la sucesión de relatos arman un frontispicio de escrituras, modos de acercarse y de mirar. Rosario expuesta ante su destino histórico. Por eso hay partes del libro en los que más pareciera estar diagramándose una cartografía narrativa de la ciudad, un friso de las voces que cuentan, una imagen recursiva –que sale no para mirar, sino para mirarse desde ese «allá»-, antes que una certera indagación en las geografías escriturales del resto provinciano.
Hay en algunas crónicas de 19 un seguidismo de las propias sensaciones –no sobre, o desde, eso otro, sino las personales, desde y sobre uno mismo–. El narrador no intercede en el relato para darle un componente vivencial, llegado el caso, la visceralidad de la experiencia, sino que recubre su trayectoria de una insistente preocupación por sí mismo. Podríamos decir «sensacionalismo»; o «sensacionismo», para diferenciar; tal vez «sensitivismo», aunque sería demasiado para un conjunto de impresiones superficiales sobre la simpatía de una anfitriona o las modalidades de cocción de un plato que se presume con rasgos locales pero no sabemos por qué, ni cómo, ni a partir de qué tipo de apropiaciones. En esos textos, Rosario continúa fascinándose consigo misma. Esta vez en forma de relatos personalistas.
Sin embargo, lo que abunda son otros registros, nutridas experiencias de recolección de historias y personajes. Y se talla, así, una presentación del lugar de Rosario en la Provincia. Acaso, también, una primera instancia para conjugar los valores de la ciudad portuaria, semicosmopolita y pluricultural, con toda una serie de cosmovisiones que habitan entre las vidas de los distritos del adentro santafecino. Hay crónicas que lo capturan y lo desarrollan de un modo singular: la historia del búnker para sobrellevar el apocalipsis en Casilda («En medio del fin», de Agustín Aranda); las exploraciones del bastión sojero en Las Parejas, controlados por una nueva capa tecnoempresarial que ya no sólo piensa en reproducir su situación hasta el hartazgo sino que se reviste de las ansias y ambiciones futuristas del explorador, el pionero, el descubridor y el visionario («Aparecen, como si dijéramos, a nuestras espaldas», de Ezequiel Gatto); la historia recuperada de una travesti en el sur conservador e hipócrita («De la que se parió a sí misma (Semblanza)», de Martín Paoltroni); o la experiencia poética del paraje Las Quinientas, con el rescate de prácticas y matices locales, e incluso, de algunos poemas de Juan Ramón Rodríguez, un poeta del lugar («Los Algodonales», de Tomás Boasso).
Hay pasajes intensos en esa anotación de las voces que hacen a un espacio, el museo sin forma de los territorios, como el trhiller que escribe Luciano Redigonda ( «Las voces») en Cayastá, la ciudad del conde asesinado, donde los atrapados hermanos Lanatta y Víctor Schillaci pueden convertirse en colonos españoles prófugos por crímenes vinculados al contrabando de la yerba mate prohibida por Hernandarias, y remontarse entre hechos policiales de una especie de gótico pastoril con leyendas de caníbales y fantasmas, hasta el primer poblado del Litoral, la incursión de Juan de Garay, la mudanza por las inundaciones, la ciudad Vieja, desaparecida, subterránea, que pasó a ser una especie de Troya ribereña.
Y otras. Que permiten conocer las realidades profundas en los rincones más alejados del mirar urbano; verdaderos productos literarios surgidos de tres días viviendo las tierras del suelo santafecino: hay relatos netamente ficcionales que reconstruyen las historias locales y las vuelcan en un saber nuevo –¿el favor impagable de la ficción?– que reinventa la geografía como los cartógrafos del nuevo mundo, esta vez, dibujantes de a pie. Ahí se inscribe la creación y recreación del pueblo invisible de Berretta, de Javier Núñez, que sigue las huellas de las Ciudades Invisibles de Ítalo Calvino y llega a un viaje borgeano de sueños y realidades cruzadas; el rastreo poético de Andrea Ocampo en la topografía de Rufino; o el relato de Marcelos Britos sobre Cacique Ariacaiquín. Y crónicas que utilizan recursos de la ficción o intercalan variantes informativas: las historias que surgen de una fábrica de pianos en Pilar, a cargo de Bernardo Maison; el aroma de las frutillas merodeando la elección de las reinas en Coronda, contado por Laura Hintze; o la historia de un marinero filipino que desertó y se quedó en Puerto General San Martín, un lado B del polo agroexportador que narra Ana Laura Piccolo.
No en todos los casos se cuenta «lo otro», ni se expande la posibilidad de conocer y narrar eso más desconocido –y lo más próximo– en el imaginario rosarino. Se nota en algunos textos cierta tendencia a dar cuenta de lo que le pasa el cronista, una emoción magra ante una bienvenida, un repaso azaroso por el deambular mental del que sale de la ciudad y se interna en las prolongaciones de la pampa, pero no demasiado sobre los lugares elegidos, la densa enredadera de vitalidades que lo componen. De eso se deduce una exclusión de la pregunta por el mundo de los parajes, pueblos y pequeñas ciudades del interior provincial. Aunque en la mayoría, queda la grata sensación de que hay palabras que se toman y otras que se quedan, los cronistas las dejan también como un legado, un aporte fundamental a la construcción mítica de una Provincia que fácilmente se desconoce y una Rosario que se descubre inserta en un territorio.
Buchara, A., Demarchi, L. y Rodríguez, L. (coomps): 19. Una cartografía narrativa de Santa Fe. Colectivo Cardumen. Rosario: 2018.