«¿Estás viniendo? Avisame».
Mi amiga no leyó el mensaje todavía y ya revisé el celular cuatro veces en el lapso de diez segundos. Mis mensajes rozan lo insufrible pero no puedo evitarlo; si ella no viene, estoy al horno. Todo por esa costumbre imbécil de no leer nunca las sinopsis de las obras pero decirle que sí a todos los laburos. Por favor, que llegue. Que llegue la única bailarina que conozco. Que llegue porque después tengo que hacer una crónica y no cazo un fulbo de danza.
El CEC (Centro de Expresiones Contemporáneas) tiene una muestra de pintura en el espacio que hace de hall de espera hasta que habiliten la sala. Ya la recorrí varias veces cuando empieza a llegar el resto del público. Por supuesto, todas las personas tienen un aire de estar vinculadas al mundo del arte sino es poco probable que cruces media ciudad un viernes a la noche para ir a una obra de danza-teatro o no sé cómo llamarle. En este caso, la obra es una creación colectiva que se basa en el trabajo de Grete Stern, una fotógrafa de mediados del siglo pasado que trabajaba el fotomontaje para crear imágenes surrealistas. Contratada por la revista argentina Idilio, Stern ilustraba con sus imágenes las cartas que las lectoras de la revista enviaban a la sección «El psicoanálisis la ayudará». En esas cartas, las mujeres relataban sus sueños para buscarles respuestas y esos disparadores le permitían a Stern crear imágenes irreales y simbólicas. Sin embargo, este trabajo (compilado en la exposición «Los Sueños» de 1948) no solamente representó una obra de vanguardia para la fotografía argentina sino que, en el mismo relato de las cartas, Stern y la propia editorial empezaron a notar cómo los relatos de los sueños ponían en evidencia un contexto de coerción y limitaciones de la época en el que estas mujeres se sentían atrapadas. Teniendo esto en cuenta, no es muy difícil entender los motivos por los que se vuelve a hablar del trabajo de esta fotógrafa hoy día.
Cuando dan sala, la fila ya tiene por lo menos media cuadra de largo. Mientras tomamos asiento, podría decirse que el espectáculo ya empezó: ocho mujeres están bajo la luz puntual de los reflectores, moviéndose hipnóticamente, acuñadas por una música ambiental con un leve aire tribal. Como si fuesen parte de una gran masa uniforme, cada una de ellas está haciendo algún tipo de contacto físico con otra. Mano, rodilla, pierna, cabeza. En cierta forma, todas unidas. A veces solo dejando una parte del cuerpo en otra; a veces apoyando su peso en la compañera y elevándose, otras veces haciendo de sostén. La única condición es no dejar de moverse. Lentamente. Indeteniblemente. Aceptando el cambio propio y en la compañera pero sin que nada las paralice.
El público ya se acomodó. El ritmo cambia. Los movimientos de la masa amorfa se vuelven más fluidos y las mujeres van encontrando la individualidad. Lentamente se van desnudando hasta lograr transportarnos a un estado de naturaleza primitiva, en la que la sexualidad no asimiló aún su carácter tabú. Los cuerpos liberados ignoran el pudor y nosotros también olvidamos que existe. Cada una se mueve con una intensidad diferente, aunque el grupo no termina de separarse y recorre el espacio hasta llegar a una especie de guardarropas del fondo. Mesas y utilería. Los elementos y el vestuario empiezan a formar parte de los cuerpos, alterando sus movimientos y energía. Lentamente la sociedad se impregnó en sus pieles, y nace una nueva masa uniforme, de mujeres fragmentadas y aisladas que actúan individualmente pero que aún así parecen hechas por el mismo molde.
«Los Sueños, fotomontajes escénicos» es una obra de teatro-danza contemporánea en la que reina el movimiento y la música. La palabra casi no existe porque su objetivo no es responder preguntas, sino despertarlas. Las luces, los cuerpos y el clima musical van mostrando diferentes matices, atravesando desde la crudeza industrial de sintetizadores hasta ambientes más delicados que se sostienen con cuerdas frotadas. No tiene sentido explicarla porque cada persona encuentra algo distinto, como podría ser una narración coherente de la historia humana vista desde los sentimientos de las mujeres, o a lo mejor más cercana a un conjunto de historias fragmentadas que simbolizaban las publicaciones de Stern en la revista Idilio. Sea cual sea el sentido, solamente sabemos que somos personas absortas mirando a esas mujeres moverse y que, abrigados por la oscuridad de la sala, podemos permitirnos no cazar un fulbo y aún así disfrutarlo.
Contacto
Ficha Técnica
Idea y dirección: Virginia Tuttolomondo
En escena: Lucia Quiroga, Abigail Gueler, Julia Carey, Antonella Albertosi, Florencia Rocco, Estefanía Salvucci, Clara María Abad y Wendy Gilt
– Creación colectiva –
Asistencia de dirección: Diego Stocco
Música original: Martín Salvador Greco y Alejandro Joaquín Coria
Música de sala: Juan Aspeitia
Diseño de iluminación: Carla Tealdi
Operación técnica: Mario Armas
Vestuario: Guillermina Elinbaum
Fotografía y video: Francisco Castillo
Diseño gráfico: Diego Stocco