Ensayos | Gente de fe: reflexiones sobre el evangelismo en Argentina - Por Mauricio Manchado | Fotografías: Héctor Río

El gobierno de las incertidumbres 

Una de las novedades editoriales del 2019 fue la traducción al castellano del libro La promesa de la felicidad (Caja Negra Editora), de Sara Ahmed. Allí, la filósofa feminista y decolonial sitúa una propuesta interesante: no hacer una genealogía del concepto de felicidad, sino tratar de indagar por qué la «felicidad» adquirió una preponderancia inusitada en diversos ámbitos, desde las campañas de gobierno hasta su medición en los medios de comunicación, pasando por la resignificación de la psicología positiva y de prácticas orientales en el marco de fuertes procesos de neo-liberalización a nivel global.

Sin adentrarnos en el profuso e interesante análisis de la intelectual británica/australiana, nos interesa tomarla como punto de partida para desandar la pregunta en torno al fenómeno del crecimiento del evangelismo en la sociedad argentina, y en particular, sus transformaciones en lo referido a los modos de emergencia e intervención en campos históricamente ajenos a él1 como el penal, el mediático, y en menor medida, el político. Tal vez una de sus explicaciones — y aquí queremos enunciarla sólo a modo de hipótesis — podamos encontrarla en las promesas de felicidad (eterna) que el evangelismo construye en sus regímenes discursivos. En tanto para Ahmed es importante prestar atención a cómo el imperativo de la felicidad — no puedes, debes ser feliz — deviene una técnica disciplinaria y por tanto de conducción de las conductas de los otros, resulta al menos inquietante poner en relación/diálogo las siguientes dimensiones: prosperidades, promesa, felicidad y control social como elementos de un dispositivo gubernamental — del gobierno de los vivos — contemporáneo que adquiere múltiples formas de aparición.

Fotografía: Héctor Río

Nuestro cristal de análisis estará en cómo esa triada se inscribe en la gestión y producción del orden carcelario en las prisiones argentinas, y más particularmente santafesinas. Tal como sostiene la antropóloga argentina Rita Segato en su artículo El sistema penal como pedagogía de la irresponsabilidad (2009), la prisión es continuidad de lo acontecido extra-muros pero, ahora, de forma intensificada. Por tanto, tratar de encontrar claves de lectura en el ordenamiento social y las narrativas que sostienen el desarrollo y crecimiento del evangelismo pentecostal en las instituciones carcelarias, no es más que una entrada posible para comprender las reconfiguraciones del campo evangélico en el entramado social, político y mediático actual no sólo en Argentina, sino en gran parte del continente americano. Para ello, proponemos una análisis de carácter pendular, que nos permita no sólo ir y venir sobre las características que asume en la prisión para construir herramientas explicativas más allá de ella, sino también para pensarlo en su doble condición: el evangelismo contemporáneo como condición de posibilidad y elemento constitutivo de una gubernamentalidad neo-liberal anclada en el imperativo de la felicidad.

Retorno democrático y resurgimiento del evangelismo en Argentina

Desde un perspectiva benjaminiana de la historia, podríamos argumentar que la última dictadura cívico-militar en Argentina (1976 — 1983) fue el escenario derruido sobre el cual el evangelismo supo situarse para, una vez recuperada la democracia, implementar estrategias que fortalecieran uno de sus principales axiomas: la muerte del viejo hombre por el nacimiento de uno nuevo. Sobre aquel devastador panorama que a nivel político, económico, cultural, educativo, social y subjetivo dejaba la dictadura más sangrienta de la historia argentina, el evangelismo ofreció un discurso que ya no ponía todo el peso sobre la culpa y el sacrificio característico del catolicismo, sino que disponía de una serie de milagros cotidianos fundados en prosperidades restauradoras para el campo de la salud y la economía2.

Así, el nacimiento de un nuevo país que debía dejar detrás al viejo oscurantismo dictatorial se reafirmaba con la creación de mega iglesias bajo la dirección de líderes carismáticos (en Argentina las iglesias de los pastores Omar Cabrera, Carlos Annacondia y Héctor Giménez fueron las más populares a mediados de los 80), las guerras espirituales emprendidas en cada urbe, pequeña ciudad o pueblo donde el catolicismo iba perdiendo incidencia, o en la ampliación de funciones que a partir de la década del 90 se vería fortalecida por la teología neo pentecostal de la Nueva Reforma Apostólica que proponía una tarea de «conquista evangélica» conjugando todos los elementos precedentes. Su argumento central era la necesidad de que el evangelismo genere redes en territorios descuidados u olvidados por el Estado y organizaciones de la sociedad civil: hospitales, psiquiátricos y cárceles estuvieron en aquella clasificación inicial.

Los primeros pasos de pastores evangélicos pentecostales en las prisiones argentinas se registran por 1983 cuando en la Unidad Penitenciaria (UP) N° 1 de Olmos (Buenos Aires), Juan Zucarelli ingresó bajo la doble condición de pastor-penitenciario — ante un rechazo inicial del SP, el entonces pastor decidió realizar el curso de agente para que autorizaran su ingreso — y tres años después lograría crear el primer grupo de «presos hermanitos», tal como se los define coloquialmente a los detenidos que habitan los «pabellones iglesias».

En Santa Fe, la historia es similar en lo referido a las etapas que transitó el Dispositivo Religioso Evangélico Pentecostal (DREP) en las prisiones, pero con algunas diferencias cronológicas. Fue recién en 1986 cuando el por entonces aprendiz de pastor Eduardo «Teddy» Rivello visitó por primera vez la UP N° 1 de Coronda, y desde entonces siguió haciéndolo a pesar de atravesar — por parte del SP — un rechazo inicial. Etapa a la que sobrevino la de una aceptación relativa cristalizada en la creación del primer pabellón iglesia a comienzos de la década del 2000.

Fotografía: Héctor Río

La última etapa, que definimos de «cooperación» entre iglesias evangélicas y Servicio Penitenciario Santafesino (SPS), tendrá su punto álgido en Abril de 2005 cuando tras el acontecimiento más sangriento de la historia del SPS conocida como la «Masacre de Coronda» — en la que perdieron la vida 14 presos tras un «enfrentamiento» entre dos grupos de distintos pabellones —, los presos hermanitos cumplieran un rol de reguladores del conflicto. Mojón histórico que le permitió al DREP mostrar sus mejores credenciales: la pacificación interna y la progresividad penal de los definidos, por el propio SPS, como presos «conflictivos», «revoltosos» o «cachivaches».

Así, desde sus primeros pasos y hasta la actualidad, Rivello pasó de ser un pastor considerado un actor externo entrometido en el oscurantismo y catolicismo penitenciario, a uno fundamental al momento de planificar la gestión de la población encerrada. Por tanto, la emergencia, crecimiento y consolidación del DREP exige una continua revisión de cómo se reconfiguran las relaciones de poder en la prisión y de qué manera se despliegan nuevas modalidades en la construcción del orden carcelario. Revisión histórica necesaria para comprender no sólo su devenir en las instituciones penales, sino para trazar paralelos de su crecimiento a nivel nacional. Aquello que tanto Zuccarelli como Rivello iban logrando se inscribía en el marco de estrategias del evangelismo a nivel nacional que implicaron una redefinición de los vínculos con el Estado y la sociedad civil en su conjunto.

El resurgimiento y crecimiento del evangelismo estaba en marcha aunque no sin trabas, ya que durante la década del 90 fue objeto de una fuerte campaña de desprestigio impulsada desde los sectores católicos conservadores que estuvieron al mando de la Secretaria de Cultos de la Nación durante el menemismo (1989 — 1999): equiparación del evangelismo con sectas — los «lava cerebros» — y denuncias sobre manejos espurios de la economía de sus fieles, fueron los argumentos más resonantes para el desprestigio de un credo que, hasta entonces, circunscribía sus disputas políticas contra el catolicismo y estrictamente en la arena jurídica.

Sin embargo, el crecimiento territorial del evangelismo seguirá su curso y aquello quedará de manifiesto en dos acontecimientos señalados como hitos: 1) la convocatoria del 11 de septiembre de 1999 denominada «el Primer Obelisco», considerada como el primer encuentro masivo de evangélicos a gran escala y 2) el «Segundo Obelisco» del 15 de septiembre de 2001. La principal demanda de ambas movilizaciones remitía a la necesidad de que el evangelismo fuese considerado un movimiento social que protestaba por la igualdad de cultos. Más allá de que en el «Segundo Obeslico» se introdujeron referencias a la situación social que atravesaba un país en crisis no fue hasta el año 2008, como señala sociólogo argentino Hilario Wynarczyck en su libro Ciudadanos de dos mundos (2009, UNSAM Edita), que en Argentina hubo cambios en lo referido a la legislación de cultos.

Sin embargo, lo que el evangelismo había logrado con aquellas multitudinarias congregaciones fue haber constituido al campo evangélico como un sujeto de la sociedad civil. Posicionamiento que parece estar transitando en la actualidad un nuevo estadio: la emergencia del campo evangélico en la agenda pública política, mediática y social para discutir, tomar posición e intervenir en la arena jurídica sobre temas que exceden la discusión de la igualdad de cultos. Las movilizaciones convocadas ante el tratamiento de la ley de interrupción voluntaria del embarazo y la aplicación de la ley nacional de Educación Sexual Integral (ESI) son dos de sus más claros ejemplos.

Hacia adentro y hacia afuera. La paradoja de las certidumbres inciertas

Ante el breve y sucinto recorrido histórico que proponíamos, emerge entonces una pregunta del «afuera» que intentaremos responder desde el «adentro»: ¿qué es lo que hace posible este nuevo estadío del evangelismo en su relación con la esfera pública? Tal vez una respuesta posible podamos encontrarla en la principal potencialidad del DREP en prisión: la generación de una serie de certidumbres en prisiones contemporáneas caracterizadas por la incertidumbre, donde el gobierno de los vivos es continuamente negociado pero, sobre todo, impreciso respecto de sus formas y alcances. Plafón indispensable para el ejercicio de las arbitrariedades pero condición para pensar la construcción del orden carcelario a partir de las dimensiones extra-jurídicas que regulan la prisión.

En cárceles que se han despojado de sus pretensiones resocializadoras fortaleciendo sus pretensiones securitarias o depositarias, la principal certeza que ofrece el DREP es poder transitar la prisión reduciendo al mínimo las posibilidades de morir; mientras que en otros espacios de la cárcel — los denominados «pabellones mundanos» según las cosmovisión religiosa evangélica — impera el poder de muerte, en los pabellones iglesias la violencia se resignifica (no es que deja de existir, sino que muta) diluyendo su carácter letal.

Pero ese solo argumento no alcanzaría para comprender los diferentes modos de habitar y permanecer en dichos espacios; existen otros de orden interno que no abordaremos aquí — como las transacciones intracarcelarias entre iglesias y SP — y algunos que trascienden los muros: los dispositivos culturales pentecostales se fundan en las narrativas de prosperidades sanitarias, económicas y, agregaremos nosotros, penales.

El principal argumento que las sostiene es que el vínculo con Dios permitirá alejarse de los vicios que el Diablo ofrece en la «calle» con tentaciones que pueden hacerlo recaer en el «mal camino», en las prácticas de un viejo hombre que murió, aquel que estaba ligado al alcohol, las drogas, el delito. Certezas inciertas que no se apoyan en sustentos materiales sino en la promesa de milagros cotidianos que ayudarán a sobrellevar las incertidumbres del afuera, aquellas en las que funcionarios públicos como el por entonces Ministro de Educación Esteban Bullrich alentó a transitar con alegría: «Debemos crear argentinos capaces de vivir en la incertidumbre y disfrutarla».

Fotografía: Héctor Río

Por tanto, la felicidad es una promesa que debemos alcanzar, una suerte de pharmakon, de remedio para disminuir los grados de incertidumbre que habrá que afrontar cuando el Estado se retire (o para ser más precisos, disponga las condiciones para que impere la lógica del mercado) de áreas neurálgicas —salud, educación, trabajo — que aseguran condiciones mínimas de vida; del mismo modo que la prisión contemporánea lo hace con quienes encierra. Confluencia entonces de las prosperidades restauradoras del evangelismo en términos de salud, dinero y desistimiento del delito que encuentran terreno fértil en las conservadoras de una contemporaneidad líquida, flexible, post-fordista, neo-liberal. Allí, las incertidumbres emergen como una táctica, una ética y una estética de gobierno.

Cajita feliz. El imperativo de las incertidumbres

Gobernar las vidas descartables es el gran desafío del siglo XXI, tal como señala Didier Fassin (2019) en su libro Por una repolitización del mundo (Siglo XXI), y bajo ese propósito las incertidumbres se instituyen por una parte, como táctica de gubernamentalidad neo-liberal dejando librado al azar — o lo que es peor, al mercado — la gestión de la vida de los otros.

Por otro lado, gubernamentalidad definida como ética de sí-mismo y de los demás, una forma de vida en la que ya que no es posible aceptar vivir bajo la ficción de los Derechos — porque no los merezco, porque mi condición socio-económica me inhabilita, o porque son parte de un espejismo — sino bajo las salvajes fauces de la competencia. Por último, las incertidumbres se tornan una política estética para gobiernos neo-liberales que teatralizan como alegría y felicidad el despojo de las certidumbres modernas: las solidaridades, el trabajo y la colectivización son vistas como parte de un pasado donde el «progreso» era intrínsecamente conflictivo. Ahora, la estética de la incertidumbre se reviste de apoliticidad y deja librado a cada uno/a el destino de su propio devenir: el emprendedor se ha convertido entonces en la exégesis del gobierno de las incertidumbres.

En esos trazos inciertos la promesa, la esperanza y las prosperidades no son más — ni menos — que modalidades discursivas potentes. Porque su combinación debe llevar, indefectiblemente, a la felicidad, esa que debemos — no que podemos — alcanzar. De allí que conjeturemos entonces que el pasaje de un evangelismo ligado a las discusiones políticas internas con el catolicismo a su posición de vanguardia, exposición y toma de posición pública en las agendas políticas y mediáticas de los últimos años en Argentina, sea el emergente de un dispositivo que sustenta su crecimiento, no sólo demográfico sino ante todo político, en la posibilidad de ofrecer pequeñas certezas en el marco del gobierno de las incertidumbres.

Allí el neo-liberalismo no es propietario exclusivo de esa modalidad de gestionar la vida de las poblaciones pero sí quién más lo potenciado. En ese camino de incertezas donde debemos ser felices a pesar de las desgracias, existen algunos dispositivos — como el religioso evangélico — oferentes de prosperidades construyendo algún tipo de comunidad alrededor de ellas. Así, tanto en la cárcel como en la calle, las proclamas conservadoras — que buscan mantener el statu quo — de «luchar por las dos vidas» o el «no te metas con mis hijos», tienen su principal significante ya no sólo en la vida ni en la moral burguesa-cristiana de la familia, sino en las certidumbres que supo construir en el marco de una contemporaneidad repleta de incertidumbres.

Finalmente, la pregunta que debiéramos hacernos al cierre de este artículo (o tal vez la tendríamos que haber formulado desde el comienzo) no es entonces cómo el evangelismo ha pasado a jugar un nuevo rol en la política latinoamericana — a las claras está el papel desempeñado en la campaña de Bolsonaro en Brasil — o nacional, sino más bien interrogarnos sobre cuáles son las condiciones de posibilidad que habilitan, promueven y consolidan ese crecimiento y sus reconfiguraciones.

Fotografía: Héctor Río

La respuesta que aquí ensayamos es pendular y remite a que el diseño de una gubernamentalidad neo-liberal en términos tácticos, éticos y estéticos construyen el campo fértil para que las prosperidades restauradoras del evangelismo sea una respuesta posible ante las incertidumbres cotidianas, pero que además se constituyan en un revestimiento práctico-discursivo que promueve, acompaña y sostiene las prosperidades conservadoras de las esferas gubernamentales.

La prisión no es más que un cristal donde poder observar, de forma intensificada, ese proceso de neo-liberalización de la vida. Delegaciones y complementariedades de las funciones de un Estado que ya no procura la rehabilitación de quien se encuentra privado de su libertad, ni el reaseguro de los Derechos Humanos Básicos para los sectores populares o marginados. Todos ellos, a fin de cuentas, deben aprender a vivir en la incertidumbre aunque en dicho transitar la única certeza sea la de sobrevivir; porque claro está es lo único a lo que, además de ser feliz en la desgracia, debemos y podemos aspirar en los tiempos que corren.


1 Si bien el primer auge del movimiento evangélico como movimiento social de tipo religioso se dio con la presencia — y actos masivos — del pastor norteamericano Tommy Hicks en 1954, es al retorno de la democracia en Argentina que dicha visibilidad empieza a instalarse en instituciones no eclesiásticas y, posteriormente, en los medios de comunicación.

2 Sin dejar de reconocer que existe una estratificación social interna del campo evangélico en el que se reconocen dos grandes polos, el histórico liberacionista y el conservador bíblico (allí se inserta el pentecostalismo), enunciaremos al evangelismo como credo que contiene no sólo dicha clasificación sino también una multiplicidad clasificatoria de iglesias que no podríamos describir —por cuestiones de extensión — en el presente artículo.



*Investigador Asistente CONICET / Docente UNR / Integrante Colectivo La Bemba del Sur


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