Terminaba una década al mismo tiempo que nacía otra. La oscuridad seguía encendida en en la Argentina: a Videla le quedaba menos de un año como jefe de la Junta Militar y a la dictadura poco menos de tres. Charly le preguntaba al futuro si habría felicidad porque Alicia no tenía maravillas en su canción, mientras Lebón increpaba al destino con una pregunta que se actualiza: «¿Cuánto tiempo más llevará?». Nuestro compañero desempolvó un disco que fotografió una época de cabezas aplastadas por el mismo pie, y que suena peligrosamente actual.
Analizaremos, bajo la consigna de «verdad relativa» o «posible interpretación», lo que denominaremos un disco incomodo para los receptores de aquel entonces. Bicicleta es uno de los mejores discos editados en Argentina, de eso no hay dudas. Serú Girán es una de las bandas históricas más reconocidas, también lo sabemos. Sumar adjetivos calificativos a lo que ya hay escrito sobre ellos sería caer en redundancias que no vienen al caso. Intentaremos darle un abordaje musical y (sobre todo) lírico a un disco que llegó en un momento de mucho miedo, horror e incertidumbre en un país en plena noche y puso un poco de luz ante tanta oscuridad social, política y económica.
Contexto musical. Era el año en que el rock progresivo/sinfónico había sobreabundado en las bateas o disquerías de melómanos aburguesados o rebeldes. Los músicos argentinos tomaban nota de lo que ofrecían bandas exquisitas como Génesis, Yes, King Crimson, Procol Harum, The Who, Supertramp, Pink Floyd, Emerson, Lake and Palmer y largo etcétera. El resultado (en Argentina) fue Crusis, La Máquina de Hacer Pájaros, Espíritu, el propio Sui Generis (con Pequeñas Anécdotas), Pablo «El Enterrador», y varias más.
Tómese nota de que bandas como Pappo blues, Pescado o Invisible, Vox Dei no se las menciona porque eran más rockeros/blueseros y el rock pop de Soda o Virus todavía estaba demasiado verde. ¿A qué se apunta? A que existía cierto culto por la música virtuosa (solos interminables de teclados, piano, sintetizadores y de cuanto instrumento aconteciese). No es una crítica sino que es un dato propio de testimonios de la época. Se prestaba más atención a lo instrumental que a la lírica. Luis Alberto venia resistiendo en soledad y no era suficiente. ¿Qué pasó? Aparece esta banda, comandada por Charly García (que sabía comunicar y llegar a los corazón hasta del más distraído) con un lenguaje apto para todo el público, para los del palo y los que no, con un mensaje cargado de movimiento, con los pies sobre la tierra, hablando de presente, pasado y futuro. El más bello mensaje encubierto y descubierto a la vez, en compañía de los mejores instrumentistas que dio nuestro suelo.
Puede llamar la atención que, apenas aparecieron en escena, la crítica (revistas Pelo y Expreso Imaginario) no le tenía mucho afecto. Desconfiaban un poco de su primer disco y con La grasa de las capitales tuvieron compasión y llegaron a darle un visto bueno. Faltaba el tercer intento (en verdad poco le importa al músico lo que diga la prensa pero se moviliza ante esto) para llegar al corazón de la crítica y del público. Y lo lograron.
El primer llamado de atención: el nombre «Bicicleta». Eran tiempos de cambios políticos y económicos. Mediante la más brutal violencia se imponía en el país un nuevo panorama: abrirse al mundo (hoy conocido como «integrarse al mundo») y a los capitales financieros. Se activaba la bicicleta especulativa que tanto dolor nos trajo (y trae). Era importante estar atento a eso ya que significaba el derrumbe de la industria nacional y la destrucción de la producción Made in Argentina (con la consecuente pérdida de puestos de trabajo). Una pena que el tema «José Mercado» haya quedado fuera del disco.
Comienza la función. «A los jóvenes de ayer» arranca con campanitas de bicicletas y una escala en Sol del piano tocado por García. La influencia de Procol Harum, los italianos de Premiata Forneria Marconi y los cortes tangueros saltan enseguida. Terminada la obertura, lanzan el primer llamado de atención:
«A simple vista puedes ver/ como borrachos en la esquina de algún tango/ a los jóvenes de ayer./ Empilchan bien, usan tupé/ se besan todo el tiempo y lloran el pasado/ como vieja en matinee».
Posibles destinatarios (reconocido por ellos): los tangueros. Había guerra de declaraciones entre rockeros y tangueros (el chimento siempre existió en todos los ámbitos) donde se desprestigiaban mutuamente. La lírica es una respuesta directa a esa mirada desconfiada que había con el rock por parte de los tangueros y viceversa pese a que se admiraban en silencio (para muestra, vale mencionar que el tema recuerda a «Tango en segunda», temazo de Sui Generis). ¿Había necesidad de chicanearse así? Claramente no y Serú en un acto de grandeza los reconoce componiendo piezas como estas.
La siguiente pieza la canta la cálida voz de Lebón que se pregunta cuánto tiempo más llevará (mientras Charly golpea con sus notas al piano que asoman tímidamente hasta encontrarse con los golpes de Oscar Moro, en la batería), y sentencia: «Cuánta ignorancia/ corre por tu cuerpo hoy/ Ni siquiera te entregas al tiempo, sin pensar por qué». Mensaje y música van de la mano y es algo que caracteriza al disco en su totalidad.
De nuevo aparece la incomodidad para el oyente aburguesado con «Canción de Alicia en el país». Es el tema bisagra del disco y de la época. Un grito entre la oscuridad. Un escape de la persecución que los dictadores nunca pudieron detectar. Ellos, que eran fanáticos de la censura, no notaron nada. Y claro, había mucha metáfora y eso los confundió. Y para el oyente distraído de la realidad política argentina es (o intentó ser) una llamado de atención. Charly pinta de cuerpo entero, de manera precisa lo que pasaba en ese momento y en lo que vendría después. No es un logro menor lograr zafar de las garras censuradoras y ser tan descriptivo con lo que pasaba. Por eso es un tema bisagra.
«Enciende los candiles que los brujos/ piensan en volver/ a nublarnos el camino./ Estamos en la tierra de todos, en la vida./ Sobre el pasado y sobre el futuro,/ ruinas sobre ruinas,/ querida Alicia».
«Luna de marzo» es un descanso en el disco. Un relax compuesto por Pedro Aznar y su notoria influencia por Weather Report. Una pieza instrumental suave que invita a tomar un break para tomar impulso frente a lo que vendrá.
«Saben los que te conocen que no estas igual que ayer» preguntan amenizado por un colchón de notas hasta que explota y vuelven a gritar:
«Te acuerdas de Elvis cuando movió la pelvis?/El mundo hizo ¡Plop! y nadie entonces podía entender/Qué era esa furia».
Es un grito en el cielo ante la llegada de los nuevos y raros peinados, ante la llegada de la new wave. Es por el lado de la música. Y por otro lado, ante los cambios y revueltas en el mundo post segunda guerra, post crisis del petróleo y el maldito ascenso de los nuevos liberales en áreas estatales.
Charly avisaba simplemente que eso ya se había visto, que lo vivieron y solo es un déjà vu. Pero esta vez suena muy pesimista: «Recordar las estrellas que hemos perdido/y pensar a suerte y verdad nuestro porvenir/Será cómo yo lo imagino o será un mundo feliz?». Y será a través del amor («quiero estar convencido después del ruido/descubriendo por qué olvidamos y volvemos a amar») que llegará la respuesta. Y cuando el fabricante de mentiras deje de hablar.
En tres minutos y cuarenta segundos, sucede la mayor afección del disco. Eso es lo que dura «Desarma y sangra». Una canción que toca todos los sentidos, que te detiene en el tiempo, que vuelve a poner luz sobre la oscura realidad. Aquí letra y música impactan de lleno en el corazón y mente del escucha. La razón se aparta y predomina la emoción, lo sensible, lo humano. El tema te deja dudas, te modifica, te cambia y te asevera. «No existe una escuela que enseñe a vivir», tan simple y complejo como esa frase. Una pieza exquisita de piano y voz. Tan simple que impresiona.
El «Tema de Nayla» es una pieza exclusiva de David Lebon, que le dedicó a su pequeña hija luego de sufrir un accidente que pudo devenir en tragedia. Como todo acontecimiento grave que deja huellas en la cosmovisión de uno: aprendemos a valorar las cosas de otra manera cuando las desgracias sacuden nuestra cotidianeidad. Eso intenta reflejar la pieza. Se puede interpretar al escuchar la canción que comienza muy melancólica y poco a poco comienza a deambular en la tranquilidad de los arreglos de piano de Diego Rapoport, músico invitado que ocupó el lugar de Charly por decisión de sus compañeros. Nunca sabremos lo que habrá sido ese momento en que García tuvo que quedarse sentado en un rincón observando desde un lugar totalmente pasivo.
El final es una oda al rock and roll. «Encuentro con el diablo», un pseudo homenaje a una banda de rock sureño (norteamericana): Lynyrd Skynyrd, una bandaza que muchos tardamos en descubrir pero que pelea mano a mano con los grandes como Zeppelin o Cream. Rock sureño, más rock argento. ¿Resultado? Un rock and roll a lo Serú Girán. Son de esas canciones que si no sabés de quién es, a los treinta segundos identificas a sus ejecutores. Acá predomina lo instrumental por sobre la letra. Es la despedida del disco que nos recuerda que somos un pedazo de tierra.
¿Por qué sostenemos que es un disco incómodo para los oyentes de la época (y para los actuales)? Porque el arte brinda la posibilidad de distracción para la mente humana. Pero no es una mera distracción para alienarnos de la cruel realidad. El arte, en este caso devenido en música, sirve para reflejar esas sociedades que tan (y cada día más) injustas se vuelven. Sirve para nutrirnos a nosotros de la cosmovisión de los artistas.
Entonces, el disco incomoda porque a los que estaban distraídos, intentó orientarlos y llamarles la atención. Para los que sabían lo que pasaba era una señal para que no sintieran que estaban solos. Había que salir a poner luz a la oscuridad. A narrar lo que pasaba. Y salir a buscar esa utopía de que si, al menos no será un mundo feliz, por lo menos intentar que sí lo sea. Un llamado a intentarlo desde el lugar que cada uno ocupe pero que actúe en pos de ese ideal de ser un mundo un poco más justo día a día.
Por eso, hoy más que nunca, es un disco incómodo para esta realidad que ya nos avisó que «los brujos piensan en volver a nublarnos el camino». No nos quedemos y salgamos a rodar, que el futuro será mucho mejor si en el presente se lucha en pos de ese ideal de un mundo feliz. O al menos, por un mundo un poco menos injusto.
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