El presente es ficción, imaginarios caótico que burbujean en las fachadas, sobre el asfalto, en el cemento de los edificios, las chapas de los autos, más que nada, las caras de los transeúntes. No hace falta ilusionar universos malditos, lejanos, distópicos. La percepción del ahora se volvió confusa, está intervenida, controlada. A la vez, estimulada. Eso la hace variable, incontenible, a veces, desquiciadora. La ciencia del realismo esquiva las parcelaciones temporales, por eso es pura ficción.
La noche se presta para pegarle a un viejo nos invita a una lectura atenta, la presencia de una mirada con tintes psicoanalíticos: deseo, objeto, símbolo, sexualidad; me captó de inmediato. Santino: neurótico, obsesivo e inteligente, padece una rara patología, el deseo irrefrenable de golpear gerontes, una práctica compulsiva a la que, con el paso del tiempo, aprendió a darle un sentido. Hizo que los golpes precisos y premeditados, nada fortuito, se transformaran en actos políticos.
Vivimos en una sociedad que desvalida a la vejez; la carencia de su fuerza productiva no equivale a la idea hegemónica cuerpo-rendimiento. Viejo es sinónimo de inutilidad, un ente invisibilizado por la era de la juventud, representante de la vida y de la fuerza en esta voraz cultura del progreso. Santino es la resistencia que, a través del ejemplo –aunque él nunca se lo propusiera–, contagia al prójimo, al que está al lado, así fue con sus amigos, sus compañeros, partes fundamentales que en situaciones límites, donde el deseo de resistir es doblegado por los imperativos superyoicos, la unión y la identidad de grupo emergen para responder antes las voces del poder; los cambios son siempre colectivos. «A veces, de un mismo espacio se genera una contrapartida, como si fuese parte de un equilibrio natural que surgiera un opuesto de ideas y carácter con el cual se va a disputar en base al mismo objeto», la presencia del poder genera su propia resistencia.
Después está Rino, el Némesis de Santino, su contrario. Lo asocio con la manifestación de un plan de organización y control, puesto en marcha por la maquinaria publicitaria que mercantiliza cualquier situación, volviéndola consumista y rentable, como lo expresa el autor en esta frase «hacer del temor un teatro». El bombardeo mediático y continuo tiene el fin de sustituir el pensamiento de la gente, nada mejor que un ejército de obsesivos y obsecuentes a las órdenes comunicacionales.
La historia transcurre con la lucha entre estos dos personajes que tienen al miedo y a los viejos como factores en común, pero con distintas finalidades: en uno como alerta y vitalidad para despertarlos del letargo, y en el otro como mercancía y dominio.
Con el correr del tiempo, fuimos construyendo espacios para que los objetos actuaran como receptores del inmediato apetito que caracteriza la identidad de los ansiosos sujetos de hoy. No siempre contamos con la rápida presencia del objeto, y su ausencia, su falta, nos produce un profundo malestar. Pretendemos con la tecnología suplir lo inefable, ambiciosa propuesta.
El placer está siempre vigilado, una especie de panoptismo erótico que, desde la inmensidad de las alturas, juzga cualquier práctica que no se considere «apropiada». ¿Qué pasaría si alguien siente, al transitar por la calle, el fuerte impulso sexual de masturbarse? Así le sucedió a Eustaquio, pero al verse observado por las soberbias edificaciones del imaginario humano, altas torres de concreto, tuvo que detenerse, reprimir el impulso, porque hacerlo sería estar en ojos y boca de todos. Normalmente nadie lo haría. Es esta «normalidad» la que hay que cuestionar, y su vínculo con la represión. Como cuando Mitchman le dice a Eustaquio: «Felicitaciones, ha podido contenerse. Está usted curado». Lo interesante es que lo reprimido no desaparece, está siempre latente, funcionando entre sombras y oscuridad, retornando en síntomas violentos, se lo puede ver en Eustaquio con su hacha en la parte trasera del auto.
«Pulsión parquimetral» representa la cotidianidad de un mundo post-industrial y de existencia cibernética (hombre-máquina), que nos condujo a un estilo de vida frustrante y sacrificial, en el que actuamos según el imperativo categórico deber-ser, y respondemos a los condicionamientos externos (estímulos-respuestas), si vemos un parquímetro, nuestra billetera responderá al ritmo inquietante del corazón y (no) podremos evitar a las monedas entrar allí.
Basilio, Daniel: La noche se presta para pegarle a un viejo, Editorial Casagrande. Rosario: 2016.