Nuestra cronista se metió a las corridas en un espectáculo que venía esperando desde hace tiempo. No importaba quedarse sin asiento ni correr las últimas cuadras para llegar al teatro, quería estar y tomar nota, aunque fuera desde un rincón al fondo. Con una propuesta que resignifica desde el humor, ellas que son muchas –pero no quieren ser todas– se animan a jugar al filo entre la militancia y lo grotesco. Tacos, cremas, belleza, machismo, aborto: cómo problematizar una realidad agobiante desde las esquinas del absurdo.
Tanto quería ir que acepté hasta de parada. Todo por verlas a ellas. Me había perdido la presentación anterior y esta vez no podía repetir ese error. Para hacer la previa deglutí entre mates y carcajadas todos los adelantos de la obra en Youtube.
Camino por calle Córdoba hacia la Mateo Booz mirando a las personas. Sus rostros. Sus estilos. En mis mejores días, como éste en el que estoy yendo a ver una obra de humor, en todos los seres hay algo especial. Sí, y también están los otros días. Persona fue estrenada en 2014 y se autodefine como un «musical travesti». Leo sobre stand-up. Luego vuelvo a mi representación libre de este género teatral: un recurso de bares de mala muerte en películas norteamericanas. El comediante está en algo que no es ni un escenario con un micrófono, hace un chiste atrás de otro, hay tres mesas ocupadas y ningún comensal se ríe. No es lo que va a suceder esta noche. En esta velada rosarina las cuatro standaperas (¿se dice así?) desentrañan varios nudos de la política, la religión y el sexo desde una mirada oblicua con perspectiva de género.
En la puerta del teatro veo la cola más larga de mujeres predispuestas para reír. Cada tanto alguno del otro género se cuela entre mis congéneres. Continúo observando, porque soy muy mirona. Las mujeres que vienen no son ni de una edad en especial (aunque más tirando de cuarenta para abajo) ni de un estilo o tribu determinada. Público femenino ecléctico. Alguien de la producción nos lleva a la orden de «Follow me» (la traducción empeora la frase con recuerdos nefastos) hacia las alturas de esta queridísima sala de nuestra ciudad. Por las escaleras me entregan calendarios de la obra con adorables gatitos para que reparta a otras mujeres. Ya en el evento de Facebook figuraba el sello de «localidades agotadas». Todas las butacas están ocupadas por mujeres que hablan en un tono medio, lo que conforma un coro de incesante parloteo. Siguiendo mi plan de testigo directo las veo sacarse selfies. No una. Muchas. Por las dudas. Las veo mostrarse futuras compras, pispeo unos zapatitos divinos, oxford, masculinos, pero calados para el verano. Aprobados. A las mujeres en grandes grupos nos gusta conversar y compartir. Los encuentros de mujeres cada vez me gustan más.
El escenario está despejado con una selfie de ellas cuatro al fondo. Sueltas, espontáneas, divinas. Con cascos para correr rápido pero con protección. Al costado, una mesita con la máquina de la manzanita. La música sube y las chicas se excitan. Aplaudimos ansiosas. Nosotras venimos a reír pero también prevemos que en esta noche mágica vamos a estrangular el lado oscuro de nuestra realidad. El espectáculo comienza bien arriba con Vanesa Strauch. Su charme desconcierta con una mezcla de glamour y trasnoche. Nos habla de sus complejos, sus caídas, su sombra. Como grandes estrellas de la comedia, Vanesa hace el cambio con la reconocida Malena Pichot. Es taaan inteligente. Hace evidente el absurdo. Ella es el principal blanco de su mirada ácida hacia el ridículo. Con un flequillo desteñido y una guitarra cursi canta, como ninguna, a viva voz lo que todas reprimimos por lo bajo. Malena le pasa el lugar a su compañera de andanzas, la inigualable Charo López. Simple y cotidiana nos hace reír de algunos tópicos instalados e invisibles en el imaginario social actual. Al final, arrasando con nuestros prejuicios, Ana Carolina demuestra que la tiene más que clara. A través de sus experiencias de vida termina de dar vuelta la media de los encasillamientos. Los cuatro monólogos son brillantes. Cada una con su estilo irradian una energía poderosa.
Para la deseada libertad, tal como la entendemos las feminazis (término que aprendí en el educativo blog El conejo de Alicia Murillo), hay un enemigo claro: el patriarcado con todas sus caras. Desde el perverso mandato social de la maternidad hasta la diabólica prohibición del aborto. Tanto el aberrante garrote del machirulo violador (otra palabrita prestada del Diccionario de Alicia) como la mano que insiste, te somete y te aprieta en la cama. Aunque sea en tu cama.
Las divisiones nos esclavizan y los estereotipos no se parecen a nadie. Un nuevo ejercicio de comprensión es lo que precisa la humanidad en su conjunto. Mirar al otro como diferente y festejar la diversidad. Mirar hacia adentro y aplaudir nuestras singularidades. Ellas cuatro logran saltar las etiquetas y nos ayudaron a reflexionar desde la risa y el desparpajo.
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