En silencio o entramadas en el ruido callejero. Viajando en tren, en colectivo o sentadas en un sillón. Leer es para María Pía López, Susy Shock y Manuela Sáenz un acto reflejo, una hora planificada o una forma de habitar cualquier lugar. Las tres autoras argentinas escriben ensayos, dramaturgia, literatura o poesía, pero antes que nada son tres grandes lectoras.
Una casa con una amplia biblioteca y regalos en forma de libros generaron tierra firme para que Susy se volcara de lleno y de forma rabiosa en una de las actividades que más les gusta: leer. Sus continuos viajes, en los que lleva sus escritos y su música, no impidieron que se hiciera un espacio para la lectura. Al contrario: le gusta leer en aeropuertos mientras espera o en colectivos mientras viaja. Le gusta leer acompañada por personas, con un pucho o un café. Donde sea, donde pueda. También considera que leer «es una forma de estar solita».
«Donde quiera que haya un libro y me atraiga, es un perfecto lugar para leer», dice Manuela. Advierte también que a veces «el bullicio del mundo puede tapar la música del libro», por eso lo ideal es encontrar un lugar de intimidad donde poder entregarse a las intensidades que propician los libros.
Una especie de lectora compulsiva es la secuencia de palabras que elige María Pía para definirse. La cosa no es el lugar sino tener el rato. Donde lo encuentre, se concentra «sin problemas ni atenuantes». A diferencia de muchas otras personas que prefieren conducir su propio vehículo para transportarse, a ella le interesa el transporte público para aprovechar, encontrar ese rato y leer. Sentada o parada. Si es en un bar en medio del quilombo, le encanta. En su casa tomando mate también.
Releer y releerse como acto de descubrimiento
Porque tocaron una fibra íntima, porque los necesitan para algún escrito o porque necesitan volver a entusiasmarse con la misma lectura, María Pía y Susy son selectivas en su relecturas. Releer significa para ellas descubrir un nuevo sentido, detenerse en aquello que pasaron de largo o sentir ese conocido placer de la repetición.
Desde Los siete locos de Roberto Arlt hasta El Capital de Karl Marx, María Pía relee cuando un texto la conmovió o cuando lo necesita para poder ensayar nuevas ideas. Intenta reponer el entusiasmo o a la alegría que le provocaron esos libros. A Susy le gusta descubrirse en una nueva sorpresa, en un nuevo hallazgo. Para Manuela, en cambio, releer no es una práctica habitual más que en un formato: la poesía. Aunque no haya un poema en particular, solamente el deseo de volver, al menos un ratito, a ese lugar que acobija.
En el proceso de escritura para las tres es difícil encontrar un ritual. Por los tiempos pero también por parte de la misma esencia de escribir. ¿Cómo organizar eso que parece caótico? Eso que a veces se presenta al mismo momento del tipeo o del trazo. Eso que brota de no sabemos dónde. Eso que tantas veces se presenta como urgente.
Manuela escribe primero a mano. Para ella es algo físico, las palabras vienen de adentro y las manos son un canal para empezar a decirlo. A María Pía también le encanta hacerlo así. El problema no es tanto sentarse a hacerlo, sino poder dejarlo. Cortar es difícil cuando la letra toma rienda suelta.
«La escritura tiene que ver con sumergirte en una experiencia de la lengua de la sonoridad y de la razón poética», esboza María Pía. Escribir es una tarea lúdica: aclara las ideas, crea unas nuevas y dice aquello que no sabía que quería decir. Lo más trabajoso -y a veces tedioso- es organizar los borradores, darle forma legible al texto: la corrección. «Soy feliz mientras escribo borradores y sufro en las correcciones», confiesa. Manuela arriesga algo parecido: «Hay una gran soledad y una enorme libertad que conviven en el momento de trabajar lo que ya está escrito». Es un proceso, lo escrito se sigue escribiendo.
Escribir desde y por los bordes
Hay un canon masculino, sí. Las tres coinciden. María Pía hace lo que mejor le sale: ensaya una respuesta a la altura de las inquietudes coraneras y de estos tiempos. «Ese canon expresa siempre un modo dominante y, por lo tanto, en sociedades patriarcales tiende a reproducir algunos elementos que tienen más que ver con las prácticas sedimentadas en el orden de la escritura de los varones. En general, lo que llamamos clásico está marcado por un tipo de narrativa, de poética y un tipo de estructuras que corresponde también a modos de la hegemonía».
Enseguida agrega que es complejo porque el gusto también se elabora en función de los cánones. No se trata de algo que quede «por afuera del moldeamiento de las sensibilidades». «En este contexto de insumisión feminista empiezan a aparecer preguntas que no tengo resueltas pero que me parecen muy interesantes y válidas: ¿hay algún tipo de práctica de escritura, de estilos, estéticas y de modos que son más propios de las mujeres? No lo sé», confiesa.
No es que haya un auge de mujeres escritoras, plantea Manuela y es tajante: «Hay un mundo que sistemáticamente negó y niega a las mujeres y las disidencias. A veces corremos el riesgo de pensar que lo hemos inventado todo». Son los debates feministas y las subjetividades que van construyendo lo que genera más visibilidad y más posibilidades editoriales, explica María Pía. La militancia es lo que nos interpela y lleva a muchas a estar más atentas a nuestras contemporáneas, a revisar nuestras bibliotecas y nuestras formas de contar, como le pasa a Manuela: «Los últimos años han generado preguntas fundamentales de las que no puedo ni quiero deshacerme. Saberme lesbiana, por ejemplo, propició nuevos horizontes en mis lecturas. Y habilitó espacios en la escritura».
Hay un mundo masculino, de lo varón, de lo hombre que a Susy le aburre muchísimo. «Tiene que ser demasiado bello para que me interese. Tiene que estar muerto, tiene que ser de otra época y que se entienda que está atravesado por otras miradas. Si no está muerto le perdono menos».
Intentar pensar un mundo nuevo pero sin abandonar la belleza, que haya nuevos modos de abordarla: este es el desafío de las disidencias en las letras, piensa Susy. Para ella, sumergirse en la escritura desde chiquita fue una de las maneras que encontró para poder contarse a sí misma en un mundo que si nombra a las travas lo hace para estigmatizarlas, patologizarlas, desde una mirada siempre prejuiciosa. Esa necesidad de contarse en primera persona del singular -y más tarde en plural- la volcó primero en la escritura dramatúrgica. Después vinieron los poemas, las canciones.
La voz propia es reciente en el mundo trans. Es potente, enfatiza Susy que dice que no puede desligar esa potencia, esa fuerza, de lo trans/travesti. «Una trava escribiendo es de una importancia apabullante. Es vital que haya libros travas, pensamiento trans, poesía, ardor, exploración del amor desde lo trans y que todo eso se transforme en libro con la voz propia enunciándola».
Se está construyendo una literatura disidente: una que rompe con lo binario y también con los clichés, formas y poderes. Se preanuncia una época nueva, profetiza Susy. Dice que va a estar bueno porque propone una discusión de lo establecido. Reafirma su convicción de que es una época de nuevos bordes y que es la disidencia la encargada de escribirlos.