Federico Ferroggiaro es uno de los escritores más prolíficos de Rosario. En los últimos diez años, ha engendrado seis libros, además de coordinar antologías y prologar otros trabajos. Tal vez, su mayor atributo, esté en el cuento. Es, posiblemente, el cuentista de referencia en la escena actual de la ciudad. Con Punto de fuga, de Casagrande Editorial, ratifica y prolonga esa afirmación.
Una ficción política es difícil de definir. La inspección de las sutilezas y fierezas en un plano micro, ha ido configurando una línea de textos en donde lo político intercede casi por reflejo. No es central, no constituye la materia específica de los hechos y personajes, pero alumbra u oscurece desde un aparte: huellas subjetivas, irrupciones oblicuas, climas de época, agregaciones en los diálogos, impactos en la personalidad.
En las páginas de Punto de fuga, la introducción es otra: no es tanto los intersticios de la política, como, más bien, lo político desplegado en los actos de todos los días, el mundo inmediato, presente, exponiendo la raíz elemental de la práctica, de pronto politizada de una forma inesperada, saltando los prejuicios tradicionales siempre útiles para procesar los conflictos en esa dinámica rutinaria.
A lo largo de sus libros, Ferroggiaro ha ido desarrollando una manera campechana de «contador de historias», conectado con la complicidad ambiental en torno al relato que ejercitaron Riestra o, a su modo, Fontanarrosa, atento al impacto del lenguaje y al clima de la narración. La escritura como la búsqueda de un tono amistoso en connivencia con el lector para darle una forma precisa, cercana, entendible, a los implícitos de las historias: esas aserciones que deben ingresar de costado al ritmo afable que los «hace una historia».
En este caso, aparecen personajes cuyas costumbres se desarticulan abruptamente por el desorden de la vida en los sectores asalariados que produjo la crisis. Son representantes de esa capa social con un nivel medio de formación y de ingresos, que caen, de golpe, hacia las experiencias más «sinceradas» de la precariedad, y solo pueden ver como entra en descomposición su vida cotidiana. Punto de fuga recorre con un humor hiriente las vidas de los afectados por el ajuste neoliberal que ensayan una acción que -ante la imposibilidad de lo que parece no tener vuelta atrás- interrumpa la agresión, aun cuando implique llevarlo todo a un grado más de destrucción.
En los cuentos puede divisarse el desprecio de los ganadores del boom sojero con afiliación socialista, los efectos desestructurantes de la apertura de importaciones en la base de consumo sostenido por la clase media ligada a la industria local, las dosis de desesperación inyectadas con los recortes en medicamentos y el aumento del desempleo como mecanismo para abaratar costros empresariales.
Y la sexualidad insistente como reguladora de jerarquías al interior de un ámbito de convivencia. Los personajes se ven reducidos a la realización por los canales monótonos e imperativos del sexo y el trabajo. En los cuentos de Ferroggiaro, la política no entra como la sutileza de los que viven -pueden vivir- por afuera de las discusiones públicas. Son relatos situados donde la crisis impide que alguien se abstenga de la política. Es una politización forzosa, a disgusto, como una revelación que surge desde los actos habituales transformándolos en espesos y traumáticos. El efecto contraindicado del intento de deshistorizacion del macrismo. La apoliticidad impostada que provocó una politización honda e inasimilable.
Entran, aunque no frontalmente, los temas álgidos de la época. El diálogo con el presente no se hace como una interrogación de tipo intelectual, sino como un imperativo de la práctica: no se preguntan, los temas les llegan porque ellos tienen que vivir. Es la imagen de la política como agencia de colocaciones que traza biografías de burocracia informal, puestitos que se reciben y que permiten hacer carrera, saltar de un área a otra, de un oficio a otro, asegurando un sueldo y algunos ínfimos -y siempre volátiles- privilegios de relación.
Ese ingreso lateral de la política -algo que siempre se decide afuera, viene del exterior- permite divisar rastros de los efectos aun no visibles del macrismo que deberemos desandar en los próximos años. Porque en cada uno de los párrafos parece intuirse que, en medio de la crisis, el punto de fuga es la posibilidad del relato.
Punto de fuga, de Federico Ferroggiaro. Casagrande Editorial, 2019.