Una lágrima negra cae. Se desliza desde el ojo izquierdo de la Reina Gertrudis. Hay algo podrido en esa lágrima. Algo que ya no cabe dentro de su cuerpo y que necesita salir, escapar, saltar hacia un abismo, sabiendo que el regreso es imposible. La lágrima cae cuando la Reina comprende una de las leyes del tiempo: su condición irreversible. O, en palabras de Borges, cuando comprende que «nuestro destino (…) no es espantoso por irreal; es espantoso porque es irreversible y de hierro». El dolor de la tragedia también explota desde de la garganta de Laertes cuando descubre el trágico destino de su hermana Ofelia. Su grito y aquella lágrima estallan en el escenario para clavarse con vehemencia en el alma de cada espectador.
Ricardo Arias pone nuevamente Hamlet en escena. Años atrás había estrenado una versión —unipersonal — con Rodolfo Pacheco: Hamlet. Bailemos sobre las cenizas. Un ritual (quizás, de sanación). Pacheco presta su cuerpo a un texto y unas acciones que son de Shakespeare y suyas a la vez (porque de eso se trata el teatro, ¿no?). En esta versión, Shakespeare y la tradición de las representaciones de Hamlet buscan ser superadas para dar lugar a una nueva forma de hacer teatro. Un clásico se transforma así en una excusa para que actores y actrices se exploren a sí mismos, encuentren su potencial y lo expongan al mundo — o al menos a los espectadores de la obra—. Esta parece ser la búsqueda de Arias: un teatro verdadero. Hay momentos en Hamlet en que el artificio es más fuerte. Pero cuando lo verdadero logra romper con la cáscara — y recupera su ritualidad — el teatro sucede.
En esta obra hay dos actuaciones que destacan. Una es la de Claudia Shujman, consagrada entre las mejores actrices de Rosario. Otra es la de Micael Genre-Bert, un talento joven y versátil, capaz de entrar y salir de diversos registros a consciencia y de manifestar una tremenda potencia energética. Genre-Bert encarna varios personajes, algunos más desarrollados que otros. Descarga todo su potencial actoral en un musical dirigido por el príncipe Hamlet — cuando representa la muerte de su padre a manos de su tío —, con el sepulturero, y con un Laertes arrinconado por la tragedia. Por su parte, Schujman transmuta su identidad en la Reina Gertrudis durante (casi) toda la obra. Una perfecta encarnación de la frivolidad más desalmada, hasta que toma consciencia de que (una parte de) su alma está podrida. Sin duda uno de los momentos más potentes. Una Reina con la pulsión sexual ilimitada, y que se mueve por la vida cargando con el doloroso sentimiento del absurdo (la vida no tiene sentido hasta que tropezamos y caemos de cara frente al absurdo). Hamlet reflexiona sobre este absurdo en su famoso monólogo, mientras que uno puede pensar que, quien actúa, lo está haciendo como superación de ese absurdo, como una respuesta al sinsentido.
Sin embargo, hay un problema con los párrafos anteriores. Fueron escritos hace meses, luego de ver uno de los ensayos generales — al que generosamente fui invitado — y el estreno de la obra: la primera función con público real. Luego de esas experiencias en las que creí haber sido un buen espectador, y luego de algunas conversaciones con miembros del elenco, la obra se tornó una especie de misterio para mi entendimiento, como si mi experiencia hubiera sido sólo una apariencia, detrás de la cual podía ocultarse el verdadero sentido del trabajo realizado por el elenco que dirige Arias.
El misterio de esta versión de Hamlet puede ser el siguiente: la Reina no es la Reina, sino Claudia Schujman; Hamlet no es Hamlet, sino Felipe Haidar. Lo sé, no sólo por mi condición de espectador (que sabe de antemano que va a observar una ficción, un artificio, en el que de lo que se trata es de la verosimilitud: que Schujman sea la Reina Gertrudis y que Haidar sea Hamlet), sino que el planteo teórico de la puesta en escena lo hace explícito. Hamlet, la obra dirigida por Ricardo Arias, oscila entre el teatro y el meta-teatro. Esta obra explora –consciente de la búsqueda — qué es el teatro de una forma particular: devenida cuerpo, palabra y voz, repetición, creación y re-creación. Contrasta con otras producciones locales que hacen teatro como por inercia. Esta, la de Arias, es una forma que no solamente es válida, sino también efectiva y superadora.
Escuché alguna vez que Hamlet de Shakespeare es una obra imposible de hacer, por esto del meta-teatro. Ricardo Arias lo comprende y lo explicita. En el Hamlet de Shakespeare hay teatro dentro del teatro: pretende mostrar los artificios de la disciplina para juzgarlos y reinventarlos. Arias utiliza este juego para ir más allá. En su puesta hay teatro dentro del teatro que sabe que es teatro. Actores y actrices saben que juegan a ser personajes — y hasta esos personajes, por momentos, saben que son personajes—. Queda expuesto el artificio: El teatro es esto. Se mata en broma, se envenena en broma. A partir de ello, se me ocurre la hipótesis de que esta es la única forma posible de interpretar el Hamlet de Shakespeare. Y que, si no se hace así, no se hace Hamlet sino otra cosa.
Sea como fuere, más allá de esta digresión teórica — posiblemente equivocada o inexacta —, en la extensa puesta de Arias hay teatro; y también meta-teatro. Hay emoción real que se encarna en actores y actrices, logrando que el espectador se identifique y sufra junto con el personaje (y el actor o la actriz). Hay construcción de personajes en sentido tradicional, pero también hay una mezcla de registros (que, teniendo en cuenta la experiencia del elenco, se entiende como una decisión) que confunde y genera una crisis, una ruptura en la experiencia del espectador, en la que vuelve a manifestarse el planteo escénico del director: la apuesta por hacer teoría del teatro haciendo teatro. En este corrimiento de los registros hay actores que parecen no entrar en el personaje, pero (suponemos) a consciencia. Actores que juegan al juego de la actuación y descaradamente lo exponen a los espectadores (¡somos actores!, dice Haidar), con una ironía que puede confundir. Y es ahí, en esa confusión, donde la ironía logra lo que se propone: mostrar una cosa, manifestar otra.
Esta versión de Hamlet es una propuesta contundente. Representando uno de los clásicos emblemáticos de la historia universal del teatro logra que el espectador se identifique con los sucesos — que, como se sabe, exploran los caracteres de lo humano —, pero también desnuda los artificios del teatro para criticarlos y reinventarlos. Una obra sólida, sin fisuras. Nada falta en esta versión. Queda claro cuando, al terminar la función, un espectador se acerca al director y le dice: «está todo… está todo…». Y Arias responde: «y sí… es Hamlet».
Ficha Técnica
Dirección: Ricardo Arias.
Asistente de Dirección: Eva Ricart.
Actúan: Felipe Haidar, Gustavo Guirado, Micael Genre-Bert, Sofía Sanchez, Claudia Schujman.