Cuentos | Viaje - Moverse no implica necesariamente aplicar un cambio; desplazarse no trastoca por sí el paisaje y puede dejarlo sin variaciones, asegurado en sus postes enterrados, que son ése mismo que se corre, que va de un lado a otro inútilmente, incapaz de quebrar la fluidez del tiempo ni de altercar el convenio del espacio. Apurarse, en […]

Moverse no implica necesariamente aplicar un cambio; desplazarse no trastoca por sí el paisaje y puede dejarlo sin variaciones, asegurado en sus postes enterrados, que son ése mismo que se corre, que va de un lado a otro inútilmente, incapaz de quebrar la fluidez del tiempo ni de altercar el convenio del espacio. Apurarse, en ese caso, no tiene demasiado sentido: todo, previsiblemente, ya fue calculado. 

 

Texto: Ana Clara Miranda  
Sólo dejé fluir sonidos dentro de un tumulto grisáceo de personas inéditas que esperaban el trotamundos urbano que pregona puntualidad y la mayoría de las veces no denota presencia, principalmente los días de humedad y frío. Esos días en los cuales maldecimos entre dientes y escarcha por los minutos de vida perdidos, en los que un pucho baila de una mano a la otra y el maldito engranaje esclavizador nos avisa la hora. 16.45, no llego. La fluidez de acciones es cada vez más lenta. La falsamente denominada paz interna no es más que impuntualidad para la mayoría de los mortales.
Cobarde no es aquel que no siente amor, sino aquel que lo siente y no lo comparte, porque en definitiva todos somos motores que sienten amor y que a la vez funcionan gracias a él. Pienso eso y pienso en vos. Última seca, ¡bye bye! El pucho va a parar al fondo de este húmedo adoquín que refleja en su charquito un sol algo cansado de brillar para recibir tanto egoísmo a cambio. Vuelvo a pensar en vos, ¿en dónde estarás?, ¿qué estarás haciendo? Como si eso me pudiera acercar a tus manos tibias, ahuecadas, agrietadas por el frío, pero que contienen todos los deseos que ocultamos entre nubes de humo y de papel. Tantas cosas contienen tus manos y las mías, hasta hace un momento tan sólo un pucho, ahora nada. El vendaval interno, en cambio, posee todo lo mejor de mí. Algún día me gustaría que lo terminaras de conocer…
Llega, para, me invita a subir el colectivo hacia el nuevo escaparate de mi trascendencia… Subo, subo uno… dos… tres (infinitos) escalones. Marco, paso, dejo segregar memorias… Aquel pasajero recordará que mi perfume es igual al de su amante y querrá olerme más de cerca, seguro. Aquellos que permanecen y echan raíces conservan en las cajitas de su reminiscencia imborrables secuencias que marcaron su permanencia aquí junto conmigo. Así, cuando mi transformación no sea más que el polvo de alguna inalcanzable estrella, el cielo nos unirá. Como el colectivo, que me une a la siguiente parada que marcará el resto de mis pasos.
Te elijo, te invito a subir. Salgamos volando por las ventanillas al ver las nubes como así también a todo aquello que tiene para contarnos hoy la calle por la que transitamos. Si aparecés, si llamándote desde adentro aparecieras… No dejes de mirarme, me quiero reflejar en vos, no sólo en los ojos, sino en todo lo que te conspira conjuntamente conmigo. No vaya a ser cosa que esta imagen, la de este momento, la de este lugar, sea la que lleves con vos cuando los granos de arena se desprendan del latido de este impaciente reloj.

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