Desde el vientre de una torre, que cual cueva platónica separa a los cuerpos del resto del mundo, un par de ojos persiguen la libertad desafiando los augurios que los astros lanzaron sobre él. Entre la soledad y la desesperación, el hombre –que fue niño y bestia– sueña con atravesar el viento y escribir su propio destino, para tachar las letras que otros anotaron en su historia.
Quince cuadras corriendo. La marcha terminó apenas hace media hora y la obra empieza en cinco minutos. Algunas bocinas ocasionales parecen festejar el triunfo de Boca, o la derrota de Central, no sé, estoy más concentrado en no resbalarme en el pavimento mojado. Cuando llego a Tandava, agitado y rojo, mis sospechas se confirman: la sala apenas se llenó por la mitad.
En la recepción, las personas se miran entre sí y se saludan. No creo que sean conocidos. En realidad, creo que se dan cuenta del gesto heroico que significa estar acá un domingo de lluvia, militancia y definición de torneos. Por mi parte, trato de leer varias veces el argumento de la historia. No suelo hacer esto con las obras, pero tengo el libro La vida es sueño y debo haber empezado a leerlo unas cinco o seis veces. Nunca pude pasar de la segunda hoja; Calderón me supera. Solamente conozco la historia a partir de las sinopsis que leí.
Empieza y nos encontramos con una escenografía de lo que parece un castillo de piedra, ambientado por música medieval. Una mujer muy bella atraviesa la sala, vistiendo un vestido blanco inmaculado. La sigue un noble de rasgos duros, elegantemente vestido. Son Estrella y su primo Astolfo, ambos herederos al trono de Polonia.
Astolfo acaba de llegar al país. Mientras habla con su prima, parece develarse un ardiente deseo entre los dos, aunque no se sabe si es real o sólo una estratagema para acceder al trono. Vestuario y maquillaje potencian la escena y la gestualidad. En un punto, las expresiones faciales destacan tanto que no se termina de entender si Estrella se ríe, sufre o disfruta la situación. Lo único que queda claro es que los actores brillan en lo que respecta al juego sugestivo. Si tengo que ser honesto, no recuerdo que el texto de Calderón empezase así. Parece que la elección fue hacer una versión más libre de la narración.
Antes que los primos puedan continuar su juego, el Rey Basilio entra al salón. El anciano parece un árbol corrido por el tiempo, pero al que aún se le adivinan raíces fuertes. El rey confiesa sus pecados entre toses y jadeos. Al parecer, Basilio tiene un hijo, que es por ley de sangre el futuro heredero al trono. Sin embargo, al nacer el niño, el oráculo predijo que el chico sería un déspota y un tirano. Basilio recluyó al niño en una cueva para que crezca ignorando su linaje, pero ahora que ve cercana su muerte, el viejo rey quiere darle al joven una oportunidad de demostrar su temple. Cada vez que el viejo rey se desmorona sobre su trono, el peso de sus culpas retumba en la madera.
La obra muestra ahora su segunda línea narrativa. En una cueva, lejos del castillo, dos viajeros se refugian en una cueva. La mujer es Rosaura, quien vino a Polonia buscando limpiar su honor al haber sido abandonada por su prometido, Astolfo. La acompaña su compañero Clarín, el personaje cómico de la obra que hace de una suerte de Arlequín. Rosaura es sin dudas uno de mis personajes favoritos, no sólo por la actuación, sino sobre todo por el desarrollo dramático que tiene el personaje a lo largo de la obra. Realmente se pueden ver las penurias y los vaivenes que sufre esta mujer, potenciados por los textos de Calderón.
Dentro de la cueva, los viajeros se topan con Segismundo, el hombre bestia. Segismundo es el hijo del Rey Basilio, que fue condenado a vivir en soledad. Alterado por la reclusión, el pobre diablo es mostrado como un alma atormentada, pero aún así sumamente profundo y melancólico. Sin lugar a dudas el mejor personaje de la obra. Ahora entiendo por qué el original empezaba por esta escena; el primer monólogo de Segismundo es simplemente desgarrador. Sobre todo es brillante el trabajo corporal del actor Nahuel Costa para encarnar los movimientos de la fiera, aunque el despliegue físico le ponga la vara demasiado alta al trabajo gestual. Acompañado por la escenografía y la iluminación, Segismundo se arrastra por las piedras como lo haría un animal salvaje. Esta imagen sola ya vale toda la obra.
A la historia se le seguirán sumando personajes y conflictos. La trama no es compleja, pero sería muy extensa de contar y no quiero arruinar las sorpresas que conlleva la adaptación.
Antes de darme cuenta, la obra se había terminado. Me sorprendo en la calle, abstraído, repasando mentalmente todas las escenas mientras ignoro los bocinazos de la ciudad. Contrario a lo que me imaginaba, la historia es muy dinámica y no cuesta esfuerzo meterse en la piel de los protagonistas. Lo más destacable es la elección de los actores: física y gestualmente, los personajes les quedan perfectos. Tal vez mi única reserva es con las modificaciones que hacen de la narración; el desenlace de la historia no sigue el esquema de la versión original, y me parece que el arco dramático de la mayoría de los personajes queda trunco, pero esto podemos debatirlo después que la vean.
Contacto
Actúan: Nahuel Costa, Marianela Druetta, Ricardo Caruso, Amanda Pavanetto, Juan Cruz Segovia, Oscar Mori, Leo Petrovelli, Miguel Angel Igarza y Fabio Duchini
Dirección: Leandro Aragón