No hay lugar para la quietud en la ciudad que nunca duerme, pero sí sueña. Las calles están llenas de gritos que se vuelven canciones o se pierden en el viento. Una baldosa, después otra, los pasos impiden que el cuerpo se detenga aunque la vista exija frenar para contemplar el movimiento de los demás: almas cubiertas de piel que danzan en una coreografía perfecta. Un hormiguero recién pateado. Todos para todos lados, eternamente.
Texto e ilustraciones publicadas en el segundo número de nuestra Revista de Literatura y Artes.
A la obra de David Viñas, cuya lectura enseñó de la inquietud argentina por esta ciudad.
En New York
nadie silba
pocos cantan
muchos miran el piso,
la nada, y sus zapatos
en el subte.
En el subte he visto
bailar breakdance: tres pibes
dando vueltas, giros completos
paradas de mano geniales.
He visto: a un chico muy muy
pobre, apoyar un reproductor
de cd en el suelo y bailar
Michael con un estilo delicado
casi acariciando el aire.
Hacer moon walking
con unos zapatos destruidos
no precisamente
de hacer moon walking.
En New York
hasta el último rincón
huele a comida comida
en una ingestión continua
que coincide, sólo por ahora,
con la vida de vigilia.
En New York
la gente es cortés, pide
permiso, disculpas, pisa
el freno. La superficie de
las relaciones no es un problema.
En New York
es cuestión de enfermarse
o querer estudiar
o no tener dinero para
ver el rostro más cruel del
capitalismo más cruel.
En New York el mundo
admite una división:
los que parecen vender drogas
y los que parecen diseñadores gráficos.
En New York el mundo
admite otra división:
los que bajaron del Mayflower
y siguen vivos y
los que nunca terminan de llegar.
En New York parece
ubicarse el mismísimo centro
del mundo y sus habitantes
están encerrados adentro.
En New York
hay un lugar, un sótano
cuya entrada apenas permite
un ser humano promedio.
Está en Harlem; era el lugar
favorito de Duke Ellington.
En New York vive una persona
llamada Rami Haykal. No olvidaré
su nombre: resuena en mi recuerdo
del gran recital de Cli nic.
En New York, quiero decir,
en una buena parte,
los edificios no tienen balcones.
La diferencia ontológica
intransitiva
entre dentro y afuera
intimidad y espacio público
individuo, familia, conocidos
y luego el resto
se fortalece.
En New York suceden
todas las cosas (gloriosas
horrendas, nimias) que suceden
en las grandísimas ciudades
multiplicadas
por New York.
En New York se dibuja
un paisaje político contemporáneo:
sólo las catástrofes naturales
quiero decir, con una matriz natural,
parecen movilizar la solidaridad social
en dosis transformadoras.
Palabra clave: occupySandy.
En New York lo que importa
esta escondido. Pero si googleás
aparece.
En New York me obsesiona
la dinámica de la indiferencia
en un contexto de baja sensación de inseguridad.
La gente no suele maltratarse ni bientratarse
o en todo caso: las situaciones son bien
puntuales. La indiferencia es un nombre
para un encuentro social que no dura.
Acabo de entender la génesis nacional
de Facebook.
En New York: 10 grados
gente en mangas cortas y ojotas;
gente con sobretodo, bufanda
y guantes.
En New York me pregunto
¿cuántas novedades
puede soportar un ser humano?
¿cuánto nomadismo voluntario
e impuesto podemos asumir?
Caminar
hasta el dolor. Como si hubiera
que pasar por cada vereda de esta ciudad.
Como si pesara sobre ella
fecha de desaparición.