Crónicas | La más segura de tus vidas - La noche, al igual que la locura, viene con contratiempos y todas las planificaciones se desgranan. Nuestro cronista, que reniega de los relojes, despuntó algunos vicios y apuró la marcha. Llegó - o al menos eso nos dijo - justo antes de las luces. Adentro, entre gritos y desencantos, dos que son uno se abalanzan contra los estándares tradicionales de la sociedad. Despluman las universalidades y atacan al tiempo, que los enfrenta, con la locura de la noche.

La noche, al igual que la locura, viene con contratiempos y todas las planificaciones se desgranan. Nuestro cronista, que reniega de los relojes, despuntó algunos vicios y apuró la marcha. Llegó – o al menos eso nos dijo – justo antes de las luces. Adentro, entre gritos y desencantos, dos que son uno se abalanzan contra los estándares tradicionales de la sociedad. Despluman las universalidades y atacan al tiempo, que los enfrenta, con la locura de la noche. 

Por Nahuel Rey | Especial para El Corán y el Termotanque

La más segura de tus vidas I

El día se había desenvuelto en un movimiento que oscilaba entre el Hospital de Salud Mental y el consultorio, para culminar en una supervisión tardía, teñida de psicosis, tramada a partir de preguntas sobre un pasaje al acto y las posibilidades del delirio. Era jueves. Estaba de camisa y zapatos.  Había quedado en encontrarme con Luis a las 21.30 para el que el 120 nos pase a buscar. La supervisión se extendió y el 120 se fue. Nos tomamos un taxi que prometía dejarnos a horario. «Con El Dr. Lacan fue igual, ¿te acordás?, nos perdimos el comienzo», me dice Luis, haciéndose el desentendido, sabiendo que alimentaba mi malestar. No me gusta llegar tarde al teatro. Si te perdés algo de una película en el cine lo podés recuperar online en tu casa, con cultmoviez.net sponsoreándote el fin de semana, de café batido y pantuflas. Pero si te perdés algo de una obra, por más que sea un instante, unos segundos, el movimiento del telón que devela lo desconocido, el baño de luz inaugural sobre la escenografía, la primera mirada lasciva del actor. Te perdés eso y te perdiste la obra.

Un pequeño grupo hippie esperando en la puerta, Espacio Bravo de entrada cálida, luces tenues, una pequeña mesita llena de folletos, la chica que nos sonríe, coranytermotanque por dos, «empieza en un ratito», y salimos a comprar puchos. Caminamos por Pichincha, que es más Rosario que Rosario. Las fachadas conservadas, restauradas, remodeladas. Una extensión inmobiliaria de la feria retro que, resistiendo a los avatares de lo epocal, cultivó en nosotros, aún sin saberlo, las condiciones temporales de La más segura de tus vidas. Mientras tanto, no conseguíamos puchos y Luis insistía de que en Pichincha no se venden cigarrillos porque la gente no fuma, es sana y linda y él va a terminar viviendo ahí.

Volvimos al calor de Espacio Bravo y nos aunaron, nos transformaron en un grupo. Apagamos los celulares todos juntos, nos apretamos un poco, nos reconocimos en la mutua representación interna de ser espectadores, hicimos una fila y entramos de manera coordinada a la sala.

Los dos cuerpos iluminados, retorcidos, incómodos, devastados, fijos en el centro de la escena, equilibrados entre un inodoro y un bidet. Libros en el suelo. Los zapatos de él, un pizarrón con trazos de un grafo teórico y una escalera que les permitirá, a lo largo de la historia, espiar el afuera, ser lo que desconocen, fascinarse ante la extrañeza, horrorizarse de lo que jamás tendrán. Libros sobre un mueble retro de cuatro cajones en el que se incrustan la pileta y la canilla, sosteniendo un espejo y los zapatos de ella. Los zapatos de ella, que –aunque permanezca descalza la mayor parte del tiempo– gestan, junto con el vestido colgado en la pared, una estética que conduce a lo más conservador de los años sesenta. Y todo esto montado sobre la oscuridad del Espacio Bravo, de un coliseo de ladrillos negros, fríos, de sótano ajeno, como las paredes del galpón donde uno encuentra las fotos de una abuela joven o el cuerpo de un abuelo muerto.

María Romano encarna y construye a Ana, que no es siempre Ana, que puede también ser Andrea Peirano, su propia abuela o una mujer entre otras. Arrodillada, descalza, despojada de todo narcisismo. Con el pelo atado, a cara lavada, cubierta de un camisón corto, blanco, marcado por el tiempo. Tenía una mano en la frente de él que se reclinaba desde el inodoro y no podía dormir. Sus manos, de delicadas falanges femeninas, le sostenían la cabeza, lo ponían en trance, lo aliviaban de un insomnio atemporal.

La más segura de tus vidas II

Él –vía Miguel Bosco– logra un cuerpo de porte desalineado, descalzo, con la camisa afuera, los pelos de un animal y la mirada desesperada, panicosa, de terror a la nada. «Donde hay vida, hay huesos».  Así despunta un discurso sostenido que intenta argumentar el valor de todo lo que llegó a comprender, el rechazo de todo lo que en esta sociedad se le presenta como impuesto y artificial y la asimilación de tesis y antítesis que van en detrimento de todo lo que ella pueda llegar a sostener. Enloquece. El pensamiento lo invade, lo excita. Se extasía frente al pizarrón, deja un trazo, un incipiente grafo de por qué el amor no es más que la noción romántica de la explotación de la pareja; la familia no es más que un disfraz de las verdaderas intenciones; un padre, sólo la suma de una serie de movimientos lógicos, esperados, estereotipados, idiotas y repetitivos.

Ella lo frena. Lo conecta con otra escena, con un sueño tranquilizador. Sus manos, a la mejor manera de Breuer en el ápex de lo catártico, lo alivian del eco constante de sus pensamientos, de la voz insoportable, de lo inagotable de la lógica obsesiva. Se ríen, cantan como dos niños, se superponen, bajan. Pero ella no puede soportarlo más. «Tengo los dedos de mi abuela, que murió aferrada a mi abuelo». El baño les está quedando chico y ella quiere salir.

Y a la tercera intervención dialéctica me di cuenta de que era imposible sostenerme en el sentido. La trama se sustentaba en una serie ininterrumpida de cortes que relanzaban nuevos encuentros en los cuales no se terminaban de recuperar las marcas de lo sucedido anteriormente. No era sin-sentido. Ni el sentido del sin-sentido. Era la producción del sentido momentáneo para destruirlo, fragmentarlo, abandonarlo y volver a empezar desde el sin-sentido. El espesor discursivo, los cortes, el brillo de significantes cerrados, enigmáticos, escupidos entre desbordes de angustia, verborragias del cliché anarco, manías gritonas, abulias devastadoras y ausencias temporales de miradas vacías, insostenibles, interrumpidas.

Era jueves, yo estaba de camisa y zapatos. Y me fue imposible soltar el Hospital de Salud Mental, la supervisión, las posibilidades del delirio. La más segura de tus vidas fue, desde el primer momento, una folie à deux. Una «locura compartida por dos» en la cual una creencia paranoica o delirante es transmitida de un sujeto a otro y adquiere consistencia cuando los sujetos  afectados viven próximos, están socialmente o físicamente aislados y tienen poca interacción con otras personas. Uno delira, el otro le caza el mambo. Los dos, encerrados en el baño.

¿Deliraba él, insomne, teóricamente devastador, de mirada panicosa ante ella y su idea de abandonar el baño? Por un momento, pensé que había que rescatarla. Porque era hermosa. Y en el despliegue más loco, era sexual. Inagotable. Enardecida. Capaz de destrozarte. Pero por momentos se limpiaba, deserotizada, dulce, inocente, retraída. De anhelos simples y nostálgicos, como una niña.

¿Deliraba ella, con sus ideas de tener hijos para que estos la críen y la eduquen hasta que ellos la vean lista y la hagan abuela? ¿Alucinaba con su cuerpo fragmentado, hecho añicos en el suelo del baño? Hay que salvarlo a él, pensé. Desde la empatía pura. «Hay que salvarlo, la locura de esa mujer lo va a aniquilar».

Y a medida que la obra se fue desplegando me di cuenta de que no había que salvar a ninguno de los dos. Que no eran dos. Que eran uno. Y que el discurso ininterrumpido entre ambos siendo Uno, mordía una verdad que resulta no sólo insoportable, sino imposible para el resto de nosotros. Que no hay dos, que no hay familia, que no hay otros. Que todos estamos, en algún punto, encerrados en un baño, condenados a la soledad.



Contacto

La más segura de tus vidas
Espacio Bravo Teatro

Ficha Técnica:

Dramaturgia: Francisco Pavanetto
Actúan: María Romano y Miguel Bosco
Dirección: Paula García Jurado
Realización escenográfica: David Gimenez Lergen
Música: Alexis Perepelycia
Diseño Gráfico: Esteban Goicoechea
Fotografía: Andrés Macera
Realización Audiovisual: Claudio Perrín


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