El hombre que no moría
La necesidad de exterminio se presenta como un hecho erótico: cada una de las partes se desenvuelve con un repertorio particular, todas conducen a un mismo instinto confuso, una prédica desoída, un acorde indistinguible volviéndose un caos, o un sonido de silencios incómodos pero inconfundibles. Todos pervierten un orden, todos despiertan al deseo. La muerte misma es una de las manifestaciones de esas búsquedas, un frustrado cometido del goce.