Crónicas | ¿Conoce usted a Gumersindo? - Por Lautaro Lamas

Nuestro cronista fue alumno, actor y público en un mismo momento. Caminó hacia atrás adentro de un teatro que le marcó los recuerdos. En ese viaje espiralado apareció Gurmensindo, que tal vez sean varios – y tal vez sea uno solo – contando historias que se pierden como él en cada escape del escenario. Mientras tanto, las luces se cruzan y los espacios cambian, porque la verdad no es más que una ficción que elegimos aceptar. 


¿Conoce usted a Gumersindo? Yo no conocía a Gumersindo. Conocía a Ansaldi, que es quien lo crea, dirige y encarna. Pero a Gumersindo no. Tuve el placer la noche del sábado, en el Caras y Caretas, teatro que dirige y lleva a adelante don Ansaldi y su gente. Quien no conozca ese espacio le cuento que es una emblemática sala independiente de esta ciudad sin fundación; quien no conoce a Héctor Ansaldi le comento que es Piripincho, el clown más singular e histórico de estos pagos; a mí no me gustaba mucho el Piri de pibito, lo fui a ver una vez al teatro y me encantó, sí, su compañera, corazón de alcaucil, calzas azules, maya fuccia, ojos con brillo; pero cuando lo tuve al Héctor como maestro de clown ahí sí que me voló la cabeza: un tipo que como docente es generoso, como artista un volado y como tipo un capo; sí, no escatimo elogios ante personas así. Si querés abrir tus sentidos, tu mente, cuerpo y los conceptos sobre la actuación, hacete un curso de clown con Ansaldi, después me contás. O si no andá a ver una de sus obras, y vas a ver lo que es romper con todo: el espacio, el tiempo, la concatenación de acciones, la forma de narrar. Es así: Ansaldi es un genio y anda suelto por la ciudad, andando rinrin en bicicleta o haciendo obras sin parar.

Ahora, Gumersindo es otra cosa, no es él, aunque use su cara, su cuerpo, su sala.

Gumersindo es otra clase de loco, se los presento, les cuento: estábamos sentados en la mesita redonda con un vino, una soda, una hielerita y vasos, mirando hacia adelante; cortaba el escenario una gran tela blanca estirada y agujereada, todo muy Burton, todo muy Héctor, cuando desde atrás a nuestras espaldas, como si saliera de un recoveco del fondo de nuestras mentes, aparece el Gumersindo, bajando por una escalerita chueca, haciendo sonidos con bolsas e iluminando con una linternita: ya había roto lo espacial, lo sonoro y lo predecible, nos sacudía los sentidos haciéndonos girar el cogote para irrumpir en escena como quien baja de la Luna (¿estaría allí hasta entonces? Es probable). Girotea un rato hasta posarse en el proscenio, pelo engominado hacia atrás, zapatos acordonados a dos tintas, chaleco desparejo dorado, camisa roja, pantalón, moñito negro, qué tipo bien puesto este Gumersindo, che. Desde allí comienza a contar su historia, fundamentalmente su relación de amorodio con Dulce. Era tan pero tan cool la Dulce, toda así, toda culta, toda fría, toda Matisse, toda Liszt. Ella venía con padre, Hermenegildo, y madre, doña Gertudris, suegro y suegra de Gumersindo, que le hacían la vida difícil con sus efigies faraónicas, sus mandatos y filatelia. Entonces el Gumer pegó una amante, sí, la Eurírice, o Eurídiche, así, haciendo trompita, porque era una garota de labios carnosos, de esas que a mí me gustan: negra fogosa de guante rojo, que lo llevó al Gumer por los casinos del mundo haciéndole perder su plata y su dignidad, porque el tipo se arrastraba por ella, ¿quién no? Con esas manos, tan rojas, tan calientes, y con esa forma de abrazar. ¡Ay Eurídice linda, si te agarro como el Gumer atrás de esos cortinados!

¿Conoce usted a Gumersindo?

Habla y habla Gumersindo, cuenta y cuenta, nos reímos y a cada momento lo queremos más. Cuando se le ocurre una frase ingeniosa la guarda en unas bolsitas de nylon mágico que saca de un bolsillo del chaleco, infla, ilumina con linterna y rompe ¡plop! También saca de otros bolsillos pequeñas sutilezas que le quedan colgando en hilitos de su vestuario: linternas, papeles de escritura incierta, cajitas, rollitos, espejos, y quedan como faltriqueras pegados a él, será loco este Gumersindo. Así está un buen rato entre nosotros, por las mesas, delirando y desarrollando su historia. Parece salido de Mascaró; tal vez se piantó de la loca caravana de Conti y por los extraños pasadizos del tiempo mágico de los mundos narrados, dio con el portal que lo puso en el escenario del Caras y Caretas, que ahora invade diciendo que es su casa, pasen, pasen; y cuando el espectáculo parecía ser un café concert con el Gumer entre las mesas y el proscenio, ante nuestros ojos saca la tela blanca que cortaba el escenario y aparece la evanescencia de un nuevo mundo: la casa de Gumersindo, toda telones blancos descompuestos, rotura de espacio y líneas, multiespacial y trigonométrica.

Insisto, estudiantes de teatro, si quieren ampliar sus conceptos visiten al Gumer en su casa, o al Héctor en sus clases. Rompe el espacio con la facilidad de un cineasta, el escenario se amplía hacia arriba, abajo y al fondo, las líneas marcan trigramas, y el Gumersindo trepa y repta, se cuelga, se arrastra y aparece por un lado totalmente distinto del que se piantó. Gumersindo mago, Ansaldi hechicero, hombre de mil caras. Enloquecido por el despliegue actoral y escénico o por el vino que venía tomando desde temprano me preguntaba si había varios Gumersindos-Ansaldis que se reemplazaban cuando desaparecía por un hueco del escenario y aparecía colgado de un trapecio o una hamaca paraguaya, o si en bambalinas tendría ese paredón de los rostros infinitos y de allí tomara cada uno cuando ante nosotros se transformaba por un golpe de sombra o un cambio de luz. Juega y juega Gumersindo, con todo lo que tiene a mano, vayan, aprendan, ahí lo tienen ¿lo conocían?

Algo pasó entre que me servía y tomaba el último trago de Saint Julí: Gumersindo mostró su cara oscura de Luna al revés, nos contó su lado más triste, la historia de sus hijos, sus penas y dolores, y cuando más lo queríamos nos entristecimos por su crucificción y desaparición cayendo en un pozo de la escena, ¿dónde estás Gumersindo? ¿A dónde te fuiste con tu tristeza? ¿A la Luna, a la caravana del Príncipe y Oreste, al mundo mágico no narrado? Quedamos mirando el escenario, vacío de personas pero lleno de energías desplegadas, de emociones e imágenes acontecidas. Música, Luna al fondo ¿aplausos? Sí, aplausos, aplausos, clap clap clap, que aparezca Gumersindo a saludar… y aparece. Desde un hueco en el proscenio aparece él, Gumeransaldi, con una carnosa mujer de vestido rojo, unos hombres de traje y una travesti de pelo largo, para volver a romper códigos, y seguir demostrando que nada es real, que todo es ficción e ilusiones, que el teatro es un puente, que se rompe y recrea mientras lo cruzás.



Contacto
Teatro Caras y Caretas

Ficha técnica
Actúa: Héctor Ansaldi

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