Ensayos | A partir del antagonismo - La política es una guerra encubierta, o una disciplina de conflictos, un amplio campo donde se definen voluntades, un encuentro entre fuerzas opuestas que pretenden doblegarse unas a otras, un firmamento de enemistades, una búsqueda de adversidades que permitan resolver las instancias presentes; lo decisivo, en cierta medida, es dar muerte a lo que pretende la anulación propia, sobreponerse, conquistar o vencer, urdir o tramar, persuadir y disponer.

La política es una guerra encubierta, o una disciplina de conflictos, un amplio campo donde se definen voluntades, un encuentro entre fuerzas opuestas que pretenden doblegarse unas a otras, un firmamento de enemistades, una búsqueda de adversidades que permitan resolver las instancias presentes; lo decisivo, en cierta medida, es dar muerte a lo que pretende la anulación propia, sobreponerse, conquistar o vencer, urdir o tramar, persuadir y disponer. En ese terreno (el de la historia) se despliegan las inexactitudes y los intentos, como éste, que encuentra su solución en la forma de las letras. La democracia es materia de interrogación, un elemento sujeto a pruebas. 

Por Tulio Enrique Condorcarqui

I

Todo planteamiento estratégico se sostiene sobre una perspectiva política, es decir, un conjunto de intereses materiales articulados con principios simbólicos que los significan y permiten su posibilidad práctica, y de ella se entiende su objetivo.

El elemento que lo define como estrictamente político es la existencia de un antagonismo que confirme la identidad de las partes enfrentadas: la identidad política cobra espesura cuando se asume enfrentada a otra que se encuentra en su franca oposición. Sin ella, una fuerza política tiene imposibilitado asumirse como real y, por lo tanto, comportarse en el escenario común de fuerzas.

II

La disposición de una estrategia establece un antagonismo que funciona como matriz del cual se desprenden las acciones y, por lo tanto, produce antagonismos parciales, propios de la dinámica de los acontecimientos donde se produce el enfrentamiento de fuerzas.

Cada fuerza define el antagonismo que regirá su acción, el conjunto de elementos sobre los cuales avanza en su disposición de voluntad, en un determinado momento histórico. En cada uno de estos momentos se impone un antagonismo que hegemoniza las relaciones de fuerza de un campo político específico: lo que se entiende como opinión pública no es otra cosa que la expresión en viva voz de ese antagonismo hegemónico.

III

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El reemplazo de la hegemonía de un antagonismo por otro, se produce por acontecimientos históricos significativos, cuando una fuerza produce un acontecimiento que permite condicionar las instancias de poder vigente e intervenir en ellas de forma determinante. Esos acontecimientos axiales marcan un antes y un después.

El último episodio axial en la Argentina fue la recuperación de la democracia del 83, y el antagonismo que instauró su hegemonía, fruto del terror y de la configuración de fuerzas sociales resultantes del proceso dictatorial, fue el de democracia-dictadura.

IV

La legitimación política viene dada por la opinión pública, discurso configurado a través de la operatoria de los aparatos de formación de sentidos y significados sociales, herramientas fundacionales en la ordenación de las conductas y los espacios sociales, y en consecuencia, formador inicial de las subjetividades y las formas de concebir el orden social. Cuando ese sentido común impone una determinada nomenclatura, una forma de aludir a las instancias presentes, una modalidad singular de comprensión de los hechos y una forma de interpelarlos, la hegemonía del antagonismo político se consolida y, al mismo tiempo, conforma hacia adelante un modo específico de realización de las acciones en el contexto social.

V

La expresión del antagonismo hegemónico, sin embargo, no es unívoca y mayormente se produce a través de formas residuales, circunstancias secundarias, reducidas a términos locales, sin apariencias de globalidad en su abordaje de los acontecimientos (como respuestas inmediatas a factores concretos e inconsecuentes, y no como la articulación práctica de nociones fundadas en principios generales que procuran dar cuenta de la universalidad del fenómeno político). Esa desintegración del fenómeno político en la cotidianeidad de su ocurrencia, contribuye a solidificar el esquema ordenador, dándolo por supuesto y fortaleciendo su carácter de «fundamento dado» y, en efecto, tan inevitable como incuestionable.

VI

El derechohumanismo (y sus variantes de honestismo) son dos de las formas residuales prioritarias del antagonismo democracia-dictadura con que se han organizado los espacios políticos en la Argentina postdictadura. A partir de esas formas residuales se establecen antagonismos parciales y secundarios, cuyo cumplimiento a corto plazo y su aparición como problemáticas sustanciales y perentorias, impide el alcance a los aspectos generales de los fenómenos y, de esa manera, encierra a la voluntad política en el más absoluto momentismo, es decir, en la necesidad de resolver y dar respuesta a los sucesos transitorios, como episodios aislados y sin vinculación alguna con la organización general de las instancias sociales.

VII

El antagonismo democracia-dictadura tiene un antecedente histórico en el antagonismo fascismo-democracia, sostenido por sectores ligados a las burguesías intermediarias y las capas bajas nutridas en la intelectualidad heredada del pensamiento europeo, origen de la contradicción material en un contexto de disputa interimperialista, y su expresión política se definió por el respaldo de las decisiones políticas tomadas por aquellas naciones que se encuadraban dentro de las «potencias democráticas» y cuyas normativas y orientaciones se constituyeron en reglamentaciones irrevocables de todo orden democrático.

Este antagonismo madre del orden occidental desde el segundo lapso del siglo XX, desconoce o margina las particularidades nacionales de aquellos pueblos cuya dinámica de existencia, su lugar de pertenencia y su historia, desconocen los principios prácticos de la Europa de entreguerras, en la cual se implementó. Es decir: cada forma de organización depende de las circunstancias y experiencias materiales dónde tiene origen y a las cuales pretende interpelar.

La actitud política que, desconociendo la cuestiones nacionales y las caracterizaciones de clase propias de las condiciones materiales de su sociedad, asume como fuente de inspiración para sus ideas y, en tanto, como eje rector de su práctica política, implica la subordinación de toda su actividad política a la lucha contra «la dictadura», como forma pura y permanente, estática y abstracta, que pretenden encontrar expuesta, forzando las circunstancias reales y las condiciones materiales de existencia, en diversos actores de su escena local.

VII

Por su propia característica de modelo conceptual conformado de forma abstracta y, en efecto, cerrado y endógeno, cualquier política de frente nacional antiimperialista en una nación condicionada por la presencia de actores foráneos, una nación semicolonial, es inviable desde este antagonismo: para desarrollar una política de tales características es necesario descentrar la observación política, comprender sus expresiones materiales inmediatas como fenómenos consecuentes de un modo de organización donde la producción y reproducción social se logra en beneficio de actores extranjeros. Es decir: es necesaria una perspectiva que luche por imponer en la hegemonía el antagonismo entre nación-imperio.

La ruda imposición del antagonismo democracia-dictadura, con el complejo entramado de prestigios y consideraciones sociales, que insisten en instaurar un orden basado en el temor y donde queda prohibido de hecho cualquier cuestionamiento a las instituciones formales (integradas y dispuestas en función de un interés de clase particular: el de la burguesía intermediaria, aliada comercial de los consorcios internacionales que expolian las riquezas naturales) que se establecen como garantía del orden democrático.

Todo cuestionamiento es una ofensa a la moral elemental de la sociedad argentina, entendida como una doliente víctima de un orden terrorífico que en algún momento fue impuesto y, merced a las glorias de la paciencia y la fortuna, fue depuesto, dando así una organización democrática, sostenida en sus consignas abstractas, conceptos herméticos y globales, capaces de ubicarse de forma explicativa ante cualquier situación de la vida real.

Esa hegemonía democratista obliga a la cautela y, de esa manera, los intereses materiales representados por los actores políticos se recluyen a un segundo plano, y cobra importancia su compromiso, mayor o menor, con el credo democrático: de esa forma, actores cuya matriz político-ideológica es irreconciliable, gracias a sus cesiones democráticas, se ven confundidos en un mismo espacio. La «política de alianzas», hacia dentro de la partidocracia liberal, su necesidad como principio de subsistencia en la arena política, es la forma con que se concreta ese bautismo inaugural en los oficios democráticos. La lucha por romper esa hegemonía es, en definitiva, una lucha ciertamente revolucionaria.

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