Cuentos | El encubierto belén del cosmos y su posterior desarrollo - Por Bernardo Mestre

La biblia habla de una semana de trabajos intensos en los que el Todopoderoso, señalando dónde y cómo, levantaba lo que hoy se nos presenta como el mundo que nos sostiene. Sin embargo el descanso del último día no fue tal, ya que a contramano de las versiones oficiales, lejos de buscar serenidad, el Creador quería mover las piernas. Así nació el fútbol o por lo menos es lo que cuenta nuestro compañero. 


… y al séptimo día, Dios le destinó el fútbol. Verdad oculta en los textos bíblicos, pero tan cierta como la prosperidad que mostró el juego en los años siguientes.

Todo comenzó hace unos 90 millones de abriles atrás cuando el Todopoderoso, ansioso por ver el primer partido de fútbol, lanzó hacia la Tierra el primer balón, en aquel entonces conformado por cerda y cubierto de cuero. Su intención fue botarla, desde las alturas, a modo de lanzamiento imparcial, para que los dinosaurios, dueños del planeta por aquel entonces, se echaran a jugar de manera amistosa y hasta sin arcos. Pero el anhelo divino produjo consecuencias fuertes. En su recorrido hasta el planeta, el primer balón de la historia fue aumentando su velocidad a medida que obedecía a la ley de la gravedad al punto tal que, al hacer contacto con la Tierra, produjo una explosión nunca antes vista. Fue tal la colisión que provocó el resquebrajamiento del suelo y la posterior división y conformación de seis continentes. No sólo eso, también generó modificaciones tales en el hábitat existente que impidió la expansión de las especies ocupantes por aquel entonces. Tiempo más tarde, algunos científicos formalizaron la historia oficial atribuyéndole este hecho a otra razón, una más creíble y menos fantástica: la caída de un meteorito.

Lo cierto es que los dinosaurios jamás supieron qué hacer con aquella pelota. Debieron pasar millones y millones de años para que el Mundo adoptara una nueva forma y, también, nuevos componentes vivientes. Una vez extinguidos los mismos, a raíz de su no adaptación a las nuevas condiciones naturales, Dios pensó en una nueva criatura. Ésta, debía tener cuatro extremidades; dos de ellas para manejar bien el esférico y otras dos para atraparla y realizar los laterales. Pero esta vez, a los nuevos seres los hizo racionales, para que, a diferencia de los dinosaurios, pudieran darle forma y sentido al juego. Nacía así el ser humano.

Fue testigo de toda esa metamorfosis un solo elemento, en realidad de calidad femenina: aquella pelota enviada por Dios, la cual había quedado varada solitariamente por la Tierra en todo ese período de tiempo. El viento y las fuertes corrientes marítimas impulsadas desde la Antártida la enviaron al Norte y la misma naufragó y naufragó hasta quedar atascada entre unas rocas situadas en la costa de una isla que siglos más tarde sería bautizada como Gran Bretaña.

Allí permaneció hasta mediados del siglo XIX, cuando marineros (ahora oficialmente) británicos la encontraron y la echaron a rodar. Allá por 1863 emergía entonces el fútbol y recién en ese momento Dios pudo gozar de un partido. Con el correr del tiempo y de modo constantemente progresivo, el juego fue evolucionando al punto tal de llegar a profesionalizarse y hasta jugarse, 67 años más tarde de aquel episodio del rescate marinero, el Primer Campeonato del Mundo.

Semejante versión del origen del planeta Tierra ha sido ocultada desde un principio. Es que antes de hallarse aquel bendito balón incrustado en las rocas inglesas, demasiadas religiones habían dominado al mundo y hasta impuesto sistemas de producciones reinantes. Reducir la existencia de la vida en el globo a un hecho tan vulgar (para algunos) como jugar al fútbol, podía significar a estas alturas un insulto a la inteligencia humana, una desconfianza descomunal hacia los manuales de historia y, lo más grave de todo, un plumazo como nunca antes visto a los núcleos de poder que se reparten la tiranía del mundo.

Es por todo ello que usted ha sido privado de la Verdad; pero ha llegado la hora de revelarla, sobre todo antes de que Dan Brown se entere, la publique y el Vaticano vaya definitivamente tras él.

Lo cierto es que la humanidad encontró el motor del mundo, aunque este descubrimiento haya sido bastante tarde. Para ese entonces (ya dijimos, mediados del siglo XIX), la especie humana había desarrollado otras facetas de la vida y la misma había evolucionado por esos caudales. Ciencia, ideologías y religiones no se han detenido un solo segundo y ni hablar de lo conseguido por la tecnología, por estos tiempos propulsora de la interminable política militar. Con tanto camino recorrido, resultaba imposible promulgar otro Renacimiento.

Ilustración: Andreina Poli

Dios supo, mediante el fútbol, que había sido un error librar a los hombres. El haberlos hecho racionales e inteligentes les permitiría alcanzar grandes progresos (al menos a algunos), pero aquella búsqueda insaciable hacia el bienestar personal también los haría traidores. Dios comprobó ésto cuando a principios del siglo XX el hombre se apoderó del fútbol y lo convirtió en un negocio con fines de lucro. Cuando el 21 de mayo de 1904 se fundó la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA) se materializó el pecado original y el mundo nunca más pudo deshacerse del mal. Ese mismo día se mandaron a modificar todos los textos bíblicos, culpando desde allí en adelante a Adán y a Eva por una supuesta mordida a una manzana en particular, diálogo con una serpiente mediante.

El hombre se robó el invento divino y lo privatizó. El fútbol ya de por sí movilizaba a la gente (lo cual verifica que es el verdadero motor del mundo) pero lo que se necesitaba eran fieles que estuvieran dispuestos a comprarlo. Entonces la FIFA creó un Rey y Pelé aceptó gustosamente. El pacto sería de por vida y es el día de hoy que el hombre de los mil goles sigue posando en todos los palcos y promoviendo el negocio. Garrincha siempre supo de ello y hasta sintió celos por no haber sido escogido él. Dicen por ahí que la imposibilidad de revelar la Verdad lo hizo caer en las ruinas del alcohol. Leonardo Da Vinci, por su parte, no llegó a ver a “O Rei”, por eso no pudo denunciarlo por medio de alguna pintura; pero quien sí lo hizo y fue a través de una visión fue Johann Wolfgang von Goethe, quien a propósito con anterioridad escribió “Fausto”.

El fútbol, mientras tanto, crecía y lo hacía al mismo ritmo que los bolsillos de quienes lo manejaban. Las distancias entre quienes ganaban y quienes perdían, como así también entre quienes podían y quienes no podían disfrutarlo, se acrecentaban más y más, hasta la trigésima noche de octubre de 1960. Ese día, nacía un muchachito que cambiaría el curso normal que el fútbol llevaba hasta allí. Los dueños de la pelota lejos estaban de saberlo.

Veinte años más tarde Diego Armando Maradona rompería esa hegemonía. Llevaría a los equipos humildes a ganar títulos inimaginables y a una nación a pelear de igual a igual contra las potencias mundiales. En fin, permitió que los pobres ganaran y que las cuentas no cerraran tan bien como los ricos hubieran deseado. Quienes se sintieron defendidos y representados por él, llegaron a asegurar que se trataba del mismísimo Hijo de Dios, aunque el tiempo se encargó de demostrar que se trataba de un ser totalmente de carne y hueso, con todos los defectos que ello lleva implícito. Lo que no se ha dicho, pero se sabe, es que el mismísimo Dios sintió como la Traición a un hijo cuando a Maradona se lo llevaban de las canchas yanquis en el Mundial de 1994. Cuando ello ocurrió, se sabe también que algunos dirigentes, arrepentidos a imagen y semejanza de Judas, quisieron devolver las monedas de oro; mientras Joao Havelange escuchaba cantar tres veces al gallo.

Maradona no llegó a librar al fútbol del mal, pero sí logró poner en alerta a sus propietarios. No les sería tan fácil reinar, ni tampoco invulnerable resultaría su imperio. Sin embargo, el mundo adoptó la forma globalizada y el fútbol encajó perfectamente en ese escenario. Los leales que dejó Maradona aún no se dan por vencidos y ansían más que ninguna otra cosa volver a vivir experiencias como las del pasado. Es más, algunos de ellos afirman que hasta existe un Messias, de nombre Lionel. El tiempo dirá.

Así llegamos al 2010 d.C. Justo un año de Mundial, donde en 30 días la gente desborda de pasión, el fútbol de talento, el país anfitrión de turistas y la FIFA de billetes, aunque después de Maradona cuente con algo de miedo.
Pensar que Cristoforo Colombo les aseguraba a los Reyes de España que el mundo era redondo como una manzana. Supo explicarles por qué afirmaba ello, pero nunca por qué Dios lo había determinado así. Claro, en su época Colón todavía no tenía pruebas. Hoy, en cambio, ya se sabe: Dios al mundo le dio forma de pelota.


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