Historia colectiva. Parte IX: La dama de las rosas blancas - Mientras el animal se alejaba él si sentía como si hubiera tenido un encuentro con si mismo, eran solo dos animas más en el mundo perdidas y solitarias que vagaban por las calles sin rumbo, sin destino, sin expectativas de cambio en una vida vacía que consistía en una terrible rutina, sin emociones, sin amores, […]

Mientras el animal se alejaba él si sentía como si hubiera tenido un encuentro con si mismo, eran solo dos animas más en el mundo perdidas y solitarias que vagaban por las calles sin rumbo, sin destino, sin expectativas de cambio en una vida vacía que consistía en una terrible rutina, sin emociones, sin amores, sin objetivos. La lluvia era intensa…así como su sentimiento de impotencia.
Volvió a casa, sin ganas se dió una ducha caliente para sacar el frio del cuerpo y así se sentía relajado. Se acostó y cayó en un sueño profundo.

—¡Ernesto! Si, escúchame, tenes razón, hay algo raro con la chica de los regalos, debes investigar.

—Buscala, ella es la clave de todo.

Le decía una voz desconocida. Ernesto estaba confuso, no sabía si estaba soñando o si era un delirio debido a la tensión y la ansiedad por poder y querer hacer algo que fuera importante en su vida, en su trabajo, algo de peso para quitarle de encima este complejo de incompetencia que llevaba años en la espalda.
La voz repetía una y otra vez lo mismo. Por la mañana cuando se despertó se sentía raro, más vivo y con ganas de descubrir la verdad. Fue al baño, se lavó la cara con agua fría. En el espejo, el reflejo de un hombre diferente de aquel que él estaba acostumbrado a ver todos los días, tenía la mirada más expresiva, era fuerte y viva.
Hoy decidió por arreglarse bien: se puso una colonia que ya se había olvidado que la tenía, olía bien, era un regalo, uno de los pocos que había ganado en la vida. De camino al bar empezó a recordar aquella voz, que insistía en la idea de buscar a la tal chica. Empezó hablar con sus botones, pero en voz alta.

-¿Pero cómo lo haré? No sé nada de ella, de dónde viene, cómo es su nombre, a dónde trabaja o vive. Si yo supiera al menos su nombre podría recurrir a un viejo amigo que creo aún trabaja en la base de datos del ayuntamiento.

Llegando al bar decidió tomar algo diferente y pidió un cappuccino con chocolate, recordando lo que el médico le dijera. Había decidido cambiar su estilo de vida, por algo más activo y más sano.
Hoy no tenía ganas de hablar con nadie: solo de observar. Cambió calles para ir al trabajo. Ya estaba harto del mismo camino de todos los días. Cuando menos lo espera, ve a la chica en una florería vestida toda de blanco; tenía en las manos rosas blancas, era preciosa. No parecía nada raro que Eduardo se hubiera encaprichado con ella. Ernesto se vio delante de una oportunidad que no podía perder, acelero el paso para alcanzarla, pero fue inútil, ella se alejó y desapareció en medio a la gente. Entonces se dirigió a la dependienta de la florería.

– Bellas las rosas blancas que llevo aquella chica…

– Sí, pero lo siento, si tenías intención de comprarlas ya no tenemos más.

– Es una pena pues me gustaría regalarlas a una amiga, ella tiene manía con las rosas blancas, son sus flores preferidas.

– Entonces su amiga es muy parecida a mi clienta, pues todos los jueves viene por las rosas blancas, Dyna es muy exigente deben estar frescas las rosas.

– ¿Dyna? Bonito nombre para una bella mujer tan elegante.

– ¡Si! Dyna Pessini la dama de las rosas blancas; así la llamamos.

– Bueno pues muchas gracias mañana pasaré a ver si tienen las rosas.

– Si mañana seguro la tendremos.

– Que tengas un buen día.

– Gracias, igualmente.

Ernesto no lo podía creer, había descubierto cómo se llamaba la chica y que todos los jueves iba por rosas blancas. Ahora ya podía empezar su investigación. Estaba entusiasmado con su logro, ahora necesitaba de más datos: dónde vivía, sus costumbres, dónde trabajaba, ¿por qué habría denunciado a aquel pobre taxista? Tendría que investigar a Eduardo también, pero debería ir por partes para no liarse; tenía que tener cuidado para no levantar sospechas. Volvería a la mañana siguiente a la florería, pues la dependienta parecía saber mucho de Dyna Pessini.
Quizás podría ir estrechando amistad con ella y entonces podría obtener más informaciones sobre aquella mujer tan intrigante.


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