Partine dio la quinta vuelta en la cama, a las dos y cuarto de la madrugada, se
puso a analizar qué hacía ahí perdiendo el sueño por aquel misterioso sujeto
del bar. Maldijo, rezongó y juró que se iba a dejar de joder con el tipo ese y
con todo su entorno que tanto lo intrigaba; pero enseguida le volvían las ganas
de saber más y más. ¿Y si ese tipo era el protagonista de “La Noticia” de su
pobre trayectoria? ¿Si aquel extraño taxista era la historia que tanto estuvo
esperando en sus casi 70 años de vida? Aunque también podría ser uno más del
montón. Un tipo callado, sin mucho que decir y un verdadero perdedor. De hecho
lo que ocurrió con esa mujer en el bar, podría ser un claro ejemplo de esto
último.
algo más. Es cierto que el viejo no era más que un aficionado periodista de un
par de medios locales, pero de tanto andar y andar, había aprendido un par de
“tips” que sólo te lo dan dos cosas: el estudio o la experiencia. De la primera
sinceramente carecía, pero de la segunda tenía de sobra. Y si hay algo que
aprendió de tanto escribir notas policiales, y en especial sobre asesinatos que
eran sus favoritas, fue que no todo es lo que parece a simple vista. Que en
estos casos, las apariencias siempre engañan y hasta el que más inocente
parece, puede resultar todo lo contrario.
-¡Pero pará un poco
viejo loco! -se sentó en la cama de un rápido movimiento y gritó enojado-
Terminala Ernesto, basta de imaginar cosas que no son ciertas.
Don Di Partine era
un tipo muy sabio y centrado; de esos que ya no abundan, bien chapados a la
antigua. Por eso cuando su mente volaba y llegaba a sitios en dónde él creía
que era imposible llegar con dos dedos de frente, se gritaba a sí mismo y casi
que se obligaba a reflexionar y volver a la realidad.
a imaginar que un tipo por el sólo hecho de ser extraño, silencioso y de tener
siempre una mirada como perdida en algún punto fijo, iba a ser un asesino
serial? ¿De dónde había sacado esa imaginación juvenil que tanto lo hacía
perder el sueño? No eran preguntas de sencilla respuesta y por añadidura, no
estaba en condiciones de responderlas.
velador, se tapó hasta la cabeza, se dio media vuelta y se dispuso a dormir.
Pero a los cinco minutos sonó el teléfono y de un salto se volvió a sentar en
la cama.
-Hola… Sí, ¿Quién
habla? Hola… –una voz extraña del otro lado del tubo parecía hacerle perder la
paciencia- ¡hola! sí… hable… ¡hola!
Una voz que nunca
antes había escuchado lo despertó y le hizo retroceder unos diez minutos atrás.
Nuevamente se puso a pensar en el sujeto, en sus raros comportamientos y en lo
que le contó el barman un par de días atrás. Enseguida pensó que eso y el
llamado tenían algo que ver. Se quedó mirando fijo el reloj de pared en frente
de la cama y cuando la agujita dio dos vueltas completas, movió la cabeza
suavemente de un lado al otro y se volvió a acostar.
-¿No acabo de decir
Ernestito que no pensemos estupideces? ¿De dónde sacaste que el que llamó tiene
que ser el tipo del bar? -se seguía hablando solo, como para que sus retos lo
ubicaban nuevamente en su lugar- Basta viejo, basta. Dormite de una vez.
Pero no habrían
pasado ni diez minutos cuando Di Partine se volvió a sentar en la camada de un
solo movimiento, tomó su bloc de notas, una lapicera y escribió un par de
palabras, que según él, serían claves en la investigación de Eduardo Olmedo, su
“amigo” misterioso.
hace un par de párrafos antes, Ernesto era un tipo centrado y que no dejaba que
su imaginación lo metiera en un mundo mágico; un mundo en donde que víctima se
su imaginación y a la vez de sus ganas de conseguir esa nota que le desempolve
la rutinaria vida del eximio periodista. Pero a su vez, hay que decir que
nuestro protagonista central era un testarudo muy persistente y cuando se le
ponía algo en la cabeza, era muy complicado que lo abandone por más sentido común
que se le pusiera en frente
tomó su libreta, su vieja Parker que hace casi veinte años que lo acompaña y
anotó esas dos palabras que según él, serían fundamentales para comenzar a
desandar el camino hacia la investigación, tal cual lo haría el Investigador
Clouseau.
se decidió a descansar. Ya eran casi las cuatro de la mañana y le quedaba poco
más de tres horas de descanso.
siguiente se levantó como todos los días promediando las siete y cuarto de la
mañana. Se preparó su ropa, se alistó para su baño matutino y tras su rutinaria
preparación, caminó como de costumbre hacia el encuentro de “La Coartada” en
dónde desayunaba mientras leía su diario y escribía alguna que otra nota. Pero
al doblar a la esquina, en esos últimos 50 metros, vio que el misterioso
personaje salía caminando del viejo bar con las manos en los bolsillos y rumbo
hacia ningún lugar. Ernesto, ni lerdo ni perezoso, cambió su destino y se
preparó para seguirlo.