Había pasado un tiempo largo. Casi más de varios meses. Alessandro buscaba algo que hacer en las toneladas de tiempo libre que le había dado el fin de semana. Cansado de leer, y satisfecho por haber logrado acabar con tres libros, el mediocre escritor preparaba un nuevo termo de mate.
Mientras aguardaba que el agua llegue a su punto justo, comenzó a repasar viejos proyectos. Innumerables tiros a la luna encontraba mientras revolvía el cajón de los objetos perdidos de su computadora. Poemas, cuentos, canciones rotas… seguía releyendo, por momentos se sorprendía, y en otros varios se avergonzaba. Estaba convencido de que las obras no se terminan, sino que se abandonan.
-Yo no puedo asegurar que terminé de escribir nada. Solamente lo dejo ahí. Por cansancio, o quizá presunto conformismo; si cada vez que me releo quiero corregirme, será que no está terminado, o que no soy bueno; o ambas. – el tipo aparte de escribir, hablaba sólo, en voz alta. Conciente de su cierto grado de locura racional.
Mientras filosofaba con el aire, y se preguntaba sobre si verdaderamente se consideraba escritor, encontró algo que le despertó curiosidad. Una novela, o algo por el estilo. Quizá aquello se parecía mucho más a un racimo de escritos perdidos, que a lo que se dice novela, pero sin embargo entró a ver qué había para leer.
Volvía a suceder lo de siempre. Risas, sorpresas y vergüenza. Aunque, sin encontrar una razón pura, se prometió encarrilar de nuevo aquello que esos papeles viejos querían contar.
Se acercó un estante, y de un soplido espantó la tierra que llevaba tiempo durmiendo sobre la tapa de un disco. Había sido un regalo de un viejo conocido al que ya casi no conocía prácticamente. Ray Chales comenzó a cantar, y él a escribir… Hasta que un silbido insoportable lo arrancó de su vocación. Había hervido el agua, otra vez.