Historia colectiva. Parte XI: Los títulos - Con la mirada perdida, buscando explicaciones lógicas o al menos no tan irracionales, intentaba comprender por qué había una rosa blanca con un pañuelo justo en el lugar por donde él iba caminando…  «Es realmente una estupidez culpar de esto a la casualidad», pensó. -Las casualidades no existen. O al menos en la vida de […]

Con la mirada perdida, buscando explicaciones lógicas o al
menos no tan irracionales, intentaba comprender por qué había una rosa blanca
con un pañuelo justo en el lugar por donde él iba caminando…  «Es
realmente una estupidez culpar de esto a la casualidad», pensó.
-Las casualidades no existen. O al menos en la vida de un
detective – hablaba en voz alta, pensaba en voz alta- pero ¿quién carajo te dijo
a vos que sos un detective?- sólo, cual loco sin ganas de abrazar la cordura,
se preguntaba y se reprochaba al mismo tiempo.
– A ver, a ver… repasemos- y comenzó una reflexión enorme
sobre lo sucedido en los últimos días de su vida que habían sido, sin lugar a
dudas, los más interesantes de todo su tiempo- estoy en el bar, como todos los
días. De pronto Carlos se va, y comienzo a prestarle atención a los personajes
de la mañana. Hasta ahí todo bien… fue más una manera de matar el tiempo que
una investigación para encontrar ‘algo’.
Ernesto estaba atrapado entre sus pensamientos, la realidad
y lo que la vida le mostraba, el problema estaba en que no se animaba a
llamarle ‘realidad’ a aquello que la vida le mostraba.
-Así como si nada, una mina entra, escupe algunas puteadas y
reproches sobre unos peluches y flores. Y en tan sólo un segundo, el tipo que
parecía misterioso y raro, queda como un idiota. Toda la gente de bar mira la
situación y murmura sobre la hombría del muchacho este. Después el tipo se lo
levan en cana.
Sentía la necesidad de gritarse «dejá de ser tan pelotudo, es una historia que te armaste vos porque
querés escaparte de esta rutina inmunda que te decora las mañanas», pero al
mismo tiempo intuía que había algo que lo hacía quedarse en este embrollo. «Si todo fuera falacia ya me habría ido a
casa a descansar, o a despreocuparme y sin embargo acá estoy… antes no tenía
nada, ni una prueba, ahora alguien dejó una flor»
Cansado de analizar, tomó el pañuelo. Dejó a un lado la
flor, dentro se leía: «dejate de joder
con hacerte el detective».
Miró hacia alrededor, nadie. Ni una sola alma cerca espiándolo. Ahora tenía un
caso. «¿Pero sobre qué?» Pensó.
-No tengo la más puta idea. – y las palabras tuvieron eco en
esa tarde gris y cascoteada por una brisa fría que quería hacerse escuchar.
Miró la hora, «es
tiempo de volver a casa» se dijo,
y partió.
De mañana otra vez, La Coartada estaba algo más llena que de
costumbre. Los mismos personajes de siempre y algunos estudiantes debatiendo
sobre las políticas de las universidades públicas. En ocasiones, la discusión
llegaba a tal punto de ebullición que los que estaban cerca les pedían a los alumnos
que bajaran la voz.
Di Partine fue hasta la barra, se acercó y le encargó un
cortado a Mario. Éste lo atendió con un humor diferente al de todos los días.
Ernesto volvió a su mesa aguardando por su pedido.
– Buenos días pibe – Carlos se sentaba enfrente de su
amigo  a desayunar- ¿viste qué cagada esto
del paro de colectivos?, no sé si se va a poder arreglar, encima parece que los
del gremio no quieren frenar el quilombo hasta que no les den un aumento del
20%

Ernesto no lo escuchaba. Seguía pensando en todo lo raro que
le había sucedido… el mensaje en el pañuelo, la cara de Mario. Necesitaba
encontrar a alguien que conozca un poco más a la gente del bar como para poder
averiguar un poco…
Carlos hablaba de su vida ahora, sus logros y anécdotas. Eso
le daba lugar a Ernesto para poder pensar… «¡pero claro! Que boludo no me di cuenta antes…» en su cabeza había un crucigrama, pero quizá
había encontrado algo, o alguien que lo oriente.
– ¡Carlos! ¿Vos conocés bastante a la gente del bar de acá, no?
– Mas o menos, ¿pero que tiene que ver con que me asciendan?
-Me chupa un huevo tu vida, escuchame, este tipo Mario
¿quién es?… es decir, más allá del bar. ¿Lo conocés, tenés idea dónde se
mueve?
El desayuno llegó a la mesa. Mientras revolvía el café Carlos
le preguntó qué pasaba, y qué es lo que quería saber. Su amigo lo puso al tanto
de todo, y después de explicarle y darle algunas hipótesis de aquello que
investigaba, el otro comentó:
-Dejate de joder… te dijeron que no te metas. ¿Mirá si hay
algo groso y terminás mal?- Terminó su café apurado y se fue.
Ernesto no tenía mucho que perder y estaba realmente excitado
con el papel de Sherlok, aunque sabía que no le daba la talla para colgarse el
título de detective. Volvió a mirar el bar, sentía que Mario lo observaba. «Quizá me esté volviendo loco», pensó.
Fue al baño. En el camino hacia el sanitario pasó por la mesa donde estaba
siempre la señora mayor leyendo. Ya no tenía en sus manos «El duque en su
territorio», sino «La compañía blanca» de Arthur Conan Doyle.
Mientras se enjuagaba la cara frente al espejo, volvió a
verse el rostro. Cansado y algo perdido. Su cara era una inmensa duda sobre
otra duda aún mayor.
De vuelta a su mesa, se topó otra vez con la señora y examinó el libro. «Qué raro», pensó «hace dos días leía ‘El duque en su territorio’ y puedo jurar que le
faltaba más de la mitad»
Apuró el último bocado de la medialuna salada que le
quedaba, y se fue. Sentado frente a la pantalla de su computadora comenzó a
individualizar todo aquello que le llamó la atención desde que empezó esta
locura.
Cuando terminaba, o al menos eso creía, algo volvió a su
cabeza… «La compañía blanca’», «El duque en su territorio»…
-Los títulos son llamativos – hablaba en voz alta para
consigo- ¡pero claro! Todo tiene sentido. La vieja es la que le avisa a Mario.
No lee los libros, ¡los títulos avisan! El primero era para decir que el tipo
este estaba en el bar. Después la mina con el quilombo de los peluches distrae
la gente y Mario lo manda en cana. Todo bien, hasta ahí. Pero me metí yo, no
esperaban eso. No esperaban que alguien se interese en investigar a un Don
Nadie.
Ernesto sonreía y hablaba a los gritos. Sentía una enorme
satisfacción de haber encontrado un hilo propio entre tantos ovillos de
preguntas sin respuestas – «La compañía blanca», le dejó en claro que estuve
buscando las rosas blancas y que leí el mensaje del pañuelo.
Anotaba todo sin saltar detalles. Estaba feliz, o contento o
sorprendido, en verdad no sabía bien qué era eso que sentía, pero lo mantenía
con ganas de seguir investigando.
Arregló el mate, reclinó su silla y se mantuvo quieto unos instantes… era increíble
pensar que alguien como él podía haber descubierto tal cosa… poco a poco se
borró su sonrisa, la cara que antes convidaba alegría ahora expresaba
preocupación.
-Ellos saben que yo sé algo… – y se sumergió en el más
abrupto y ensordecedor silencio.

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