Tengo miedo de que se me olviden tus gestos, tu voz, la forma en que pronunciabas mi nombre, tengo miedo de olvidarme cuánto me gustó una vez tenerte por un rato.
Hoy te soñé, y me acordé y me odié y te extrañé(o).
Te soñé queriendo e insistiéndole a mi inconsciente para encontrarte en un pedacito de noche prestada.
Te soñé muy cerca mío.
Todo eso que ya se fue digo, tu presencia; porque es tu esencia la que tengo bien cerquita del pecho y me acompaña todos los días cuando abro los ojos. Tu cuerpo y tus manos y los besos aplazados.
Te soñé entre risas y te soñé callado.
Te busqué en mis sueños, busqué tu palabra y tu mirada, encontré un abrazo por la espalda que todavía me cobija el alma y 4 besos en la nuca que como una chispa, fugaz y certera, quedo ardiendo ahí donde todavía me dolés.
Te soñé radiante y con esa sonrisa eterna. Te soñé de colores, y no de los colores como la reflexión de un espectro de luz sobre alguna superficie pigmentada; sino de colores de verdad como los que maquillan el cielo y tu alma.
Te busqué en la almohada y en la angustia cuando me desperté, te nombré, te nombré con el alma; porque quien nombra llama dice Galeano. Te nombré, repitiendo mecánicamente tu nombre hasta que sonó sin sentido; y me vi desde afuera y me tuve pena, hablándole y llorándole a la brisa que apenas movía las cortinas. Y perdí el consuelo de creer que nadie se va del todo hasta que no muere la palabra que lo llama, porque con los nombres de las personas que nos mueven la vida pasa igual que con los colores, basta un solo contacto para que se graben definitivamente en la memoria, y es así como tengo tu nombre incrustado en la garganta y en la vida.
Y por más que quiera combatir este veneno que me surca las entrañas, el veneno de la pena y la nostalgia; el veneno del mefaltás, no hay remedio que alivie la amargura de la vida vacía de vos, de vos vacío de vida.
Esta vida en la que siempre fuimos rectas paralelas, hasta que un día nos perpendiculamos (para siempre).