Segunda parte de la lectura crítica acerca de la relación de las tradiciones de izquierda en la Argentina y el concepto de lo nacional. Escrito en 2009, nuestro compañero observa los vicios tradicionales y dibuja el panorama político caracterizando los personajes. Una línea que se repite…
Por Amilcar Ugarte
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Ser nacional, entonces, es correr el peligro de que pase lo que pasó con todos los que quisieron remover, aunque sea mínimamente, aunque sea sin querer, ese suelo patriarcal, europeísta, anti-nacional –es decir, inmaterial-. Lo tenemos muy presente por estos días. Un gobierno que lejos está de ser nacional y popular y de expresar esa fuerza revolucionaria que tiende a la recuperación de la esencia material, cometió el terrible pecado de dejar al desnudo el fundamento de nuestra democracia edulcorada; no me refiero al conflicto con los sectores agropecuarios, que vendría a ser un paso más adelante en esa disputa abierta pero encubierta, sino cuando Kirchner hizo bajar los cuadros de los militares represores y, en efecto, imaginariamente, estaba quitando la presencia del padre, de la ley, de esas tijeras castradoras, para dejar al descubierto la pura esencia práctica, sensible, de la relación primitiva con la madre, es decir, con la naturaleza, este suelo que nos vio nacer y nos pertenece, la nación.
Después, sí, ese derecho patriarcal de propiedad privada sobre la tierra –que es el cuerpo común que todos compartimos, la prolongación del cuerpo de cada uno; que es parte de nosotros, que somos nosotros mismos- explotó y se mostró en toda su bronca aquel mes de marzo y todavía dura, en una truculenta batalla –ahora simbólica, más decorosa que las de antes; aunque nada asegura que aquellas viejas prácticas no puedan volver- que pretende desplazar todo recuerdo sensible de aquella esencia material, acabar con el contenido afectuoso que sustenta todo el pensamiento y toda acción, y que es un afecto inaugurado en la relación directa y sensible con la madre –y la madre, en este caso genérico, no es otra sino que la tierra nuestra-.
Lo que las fuerzas de derecha anti-nacional combaten es lo que el Gobierno –o quien fuera- tiene de nacional y lo que ellos hacen para recomponer y recuperar aquella esencia material, aquella nación perdida, mandada al ostracismo inconsciente. Por eso, tampoco los nacionalismo de ciertos sectores, principalmente determinadas alas del ejército o de la militancia religiosa, es un nacionalismo que busque la redención del suelo material; no son, paradójicamente, nacionalismos nacionales, que estriben en la concepción material de nación.
Para ellos, nación, es un concepto abstracto, una entidad espiritual que nada tiene que ver con la materialidad; la nación es una comunidad espiritual superior a la materia degradada y degradante. De ahí que reivindiquen con tanto brío patriótico la argentinidad, que es la abstracción de las abstracciones, la abstracción por antonomasia y que, además, le da la mano, congratulado, al coloniaje emitido desde las centrales imperiales: para no dejarlo en el vacío, resumo, nada hay en nosotros que diga que materialmente somos argentinos; nada existe prácticamente que nos diferencia de los uruguayos o de los chilenos o de los bolivianos; la argentinidad es una abstracción que se encajo en la materia.
¿Qué somos, entonces? Latinoamericanos o, para incluir a Brasil, Iberoamericanos-. Por lo tanto, tal indiferencia de buena parte de la izquierda respecto al concepto de nación –entendido como esa reivindicación del suelo y de la esencia material- la convierte en una izquierda que, a pesar de lo absurdo que suene, es una izquierda abstracta, espiritual, y eso nos invita a pensar en la posible complicidad, si no colaboración, de las izquierdas –que por esta causa pasan a ser cipayas, anti-nacionales- con las derechas que poseen en nuestro país actual el capital económico –para comprar voluntades y comerciar- y, además, por si fuera poco, el capital cultural –para educar cipayitos- y el capital informativo –para amoldar el imaginario social de acuerdo a la óptica cipaya-, tres de los núcleos de poder más importantes e influyentes, y principalmente fabricadores de la falsa conciencia, la deformación por medio de la manipulación simbólica de la conciencia de clase que culmina por trastocar hasta volver sorprendente y contradictoriamente ridículo la dinámica social.
Gracias al poderío de las derechas y de sus fuentes de poder, muchos sectores populares, hombres despojados de la materia que les pertenece, apoyaron vivamente al ‘campo’ o se alinean detrás de personajes cipayos de pura cepa como Carrió, Reutemann o de Narvaéz. La conciencia de clase o la conciencia nacional, quedan a la intemperie, desprotegidos, a merced de los abusos retórico, lingüísticos y hasta gráficos, de los intereses corporativos de los grandes anti-nacionales.
La marcha de la política, por eso, no es la marcha tal cual el análisis económico-político revela –parecería tener vida propia, llama la atención que se produzcan actos de semejante incoherencia; pero, en realidad, todo tiene su explicación racional, solo hace falta buscarla, pero antes es necesario sacarse prejuicios y romper con el frasco doctrinario que impida recurrir a nuevas perspectivas-.
Gran parte de la responsabilidad de que eso pase –si no toda- se debe al terror imbuido, metido adentro, que controla los cuerpos, que es la viva imagen de la ley amenazante, que paraliza y castra a los rebeldes, como el padre amenaza a castrar al hijo si no acepta la prohibición del incesto. Acá pasa igual, es el padre el que amenaza con castrar al hijo si él insiste en re-unirse con la madre; los golpes anti-nacionales amenazaron con castrar a los militantes nacionales que pretendían recuperar la esencia material, el suelo propio, la prolongación de su cuerpo, la nación. Por eso, el principal foco de atención de los grupos armados no son las izquierdas, sino los grupos nacionales.
Ese terror obliga a todos a acomodarse a los designios de la ‘cultura’, es decir, los lleva a caminar, si quieren sobrevivir, por las sendas anti-nacionales; que tiene, desde luego, dos manos: izquierda y derecha.Esto no está presente en los análisis de la mayoría de las izquierdas; esto no lo ve la economía política, que es el manantial donde ellos buscan todas las respuestas; esto va más allá y es el mismo Marx quien lo expresa y deja la puntita viva para que se siga desarrollando. Por eso las izquierdas terminan por ser inefectivas o terminan por resultar indeseables por las mayorías, hasta por buenos segmentos de las clases trabajadores.
Y ahí enraíza, también, la falta de explicación de por qué los trabajadores no los siguen; la sorprendente soledad de las vanguardias que quedan solas y aisladas, mientras los trabajadores se ven para otros sitios. Gruesos sectores de la izquierda no comprendieron la importancia de la nación; importaron modelos y se atuvieron a ellos intransigentemente.
A decir de Jauretche: quisieron acomodar el cuerpo al traje y no el traje al cuerpo. Por eso, una izquierda que sea nacional, no puede desdeñar la importancia de los movimientos nacionales, los frentes, para la recuperación de aquella esencia material primera, que es lo que conduce al socialismo. El socialismo debe ser visto como un proceso, un desarrollo emancipatorio, y no como un modelo a imponer. El socialismo es esa organización social de acuerdo con aquella relación sensible con la madre, aquella recuperación de la esencia material.
El socialismo sería algo así como un matriarcado. Pero, para llegar a él, son inevitables los movimientos nacionales que agrupen bajo una consigna a todos los grupos nacionales, a todas las extracciones que combaten contra un enemigo común. Y en esa unidad frentista aparecen no solo trabajadores, sino que también una buena parte de la pequeña-burguesía y sectores que, desde la doctrina clásica y dura son enemigos de clase de los trabajadores y nunca jamás pueden alinearse. La izquierda ocupa un lugar central en tal proceso, en la construcción del movimiento nacional, y es su principal obligación luchar por la conducción del mismo, para así llevarlo por las vías del socialismo; pero siempre, naturalmente, sin perder de vista la necesario cohesión nacional para derrotar el enemigo común: el imperialismo y el gran capital extranjero. Es decir, todo se resume en el mítico lema: marchar separados pero golpear juntos.
Las problemáticas deben ser colocadas en su orden, sin que el interés de clase nuble la vista y lleve a la confrontación directa contra actores inexistentes, que aparecen en los libros, pero en la realidad concreta y material, no. Abolida la imberbe tentación de hermetismo dogmático y voluntarismo vanguardista, solo así, la izquierda, puede integrarse a las filas nacionales y ser realmente útil. En caso contrario, está condenada al eterno fracaso en el que hoy, gran parte de sus valiosos militantes, se ven hundidos.