La pelicula del director brasileño Fernando Meirelles, nos dice nuestro compañero, es un intento frustrado de declaración existencialista entre la hondura dramática de la tragedia y la lucidez comprensiva del humorismo. Un drama que no alcanza a las expectativas generadas por la trayectoria del director de «Ciudad de Dios» y «El jardinero fiel».
Por Arturo Van Verdern
Dirección: Fernando Meirelles
Guión: Peter Morgan
Estreno (Argentina): 6 Septiembre 2012
Título Original: 360
Género: Drama
Origen: Inglaterra/Brasil
Duración: 110 minutos
Elenco: Jude Law, Anthony Hopkins, Rachel Weisz, Lucia Siposova, Moritz Bleibtreu, Gabriela Marcinkova.
Si decimos que “360” (2011) se trata de la historia de un empresario de Londres (Jude Law) que viaja a Viena y se enreda con una novata prostituta eslovena (Lucia Siposova); de la mujer del empresario (Rachel Weisz) que lo engaña con un fotógrafo brasileño (Juliano Cazarré), que a su vez engaña a su novia (María Flor) que, harta de los amoríos de su pareja, decide regresar a su país de origen y se topa en el aeropuerto con un hombre británico que viaja a los Estados Unidos en busca de información de su hija presuntamente muerta (Anthony Hopkins, en un papel tan escaso que uno sospecha que su participación solo se explica por la convocatoria de su nombre) y con un exconvicto de la cárcel de Colorado con libertad condicional; el padre en busca de su hija, a su vez, se cruza con una mujer francesa que está enamorada de su jefe francés (Jamel Debouzze), pero ella está casada y su esposo, al mismo tiempo, es guardaespaldas de un hombre de negocios que contrata a la prostituta eslovena, pero odia tanto su trabajo como a su jefe…
Si lo planteamos de esa manera, debemos asumir que nos encontramos ante una réplica algo variada de “Babel”, la película que en 2007 lanzó el mexicano Alejandro González Iñárritu, para evitar la necesidad de viajar hasta 1950 con la película “La Ronda” de Arthur Schnitzler. La interconexión de los acontecimientos y la determinación al margen de la voluntad de los individuos es una temática al menos frecuente en el cine de los últimas décadas, por lo que, más allá de influencias, no es necesario retroceder demasiado para encontrar puntos en común e ascendientes.
La estructura del film de Fernando Meirelles es más o menos la misma: varias historias (casi todas con un contenido de tragedia existencialista) entrelazadas a partir del desarrollo de una consigna. Un muestreo inicial de “coincidencias” que nos induce a pensar en el lugar común, tan confortable y consolador, de “el mundo es un pañuelo”.
En “360” no tenemos una profundización en las características de los personajes, ni siquiera la posibilidad de entender del todo por qué ellos llegaron a la situación que llegaron, por qué sus vidas son francamente una mierda y por qué no han hecho absolutamente nada para cambiarlo, sino más bien lo han alimentado en una lógica de funcionamiento rutinaria que solidifica preconceptos y pautas de comportamiento. Por eso el interesante plantel de actores se ve reducido en sus posibilidades: no hay acciones que le permitan desenvolver la riqueza de sus personajes.
Meirelles ha decidido evitar el fondeo en busca de una explicación de las causas, preocupado –tal vez- por el efecto emocional inmediato que esas existencias trágicas provocan en el espectador. Al final: todo el desarrollo de esta perspectiva trágica de la existencia, donde los personajes se vieron durante años superados por sus circunstancias y hundidos en un pesimismo atroz (que no sabemos si es propio, como valoración individual, casi maniaco-depresivo, o propio de una conciencia relacionada a los hechos concretos), se resolvería con un simple y fugaz: “Toma la decisión”.
En este caso: la capacidad de los individuos de elegir una opción entre la bifurcación de caminos que insistentemente se plantean en el desarrollo cotidiano de la existencia. ¡Existencialismo puro! Aunque adobado con una incómoda cuota de discurso de autoayuda: en el fondo de la historia parecería escucharse una voz que nos dice algo así como: “¡Dale, anímate! Podes hacerlo. Está en vos elegir el camino y cambiar el derrotero”. No hay momentos de cuestionamiento del absurdo de la existencia ni de las propias circunstancias que desembocaron allí: todas las penas se reducen a una simple incapacidad de los protagonistas para tomar una decisión.
Esa dosis de entusiasmo optimista es la contrapartida elegida como escape que el director de “Ciudad de Dios” (2002) plantea como solución a su estructura dramática, envuelta desde un principio en las diferentes tragedias de los protagonistas (todas caracterizadas por un hecho: el desbordamiento de los acontecimientos sobre la voluntad individual; la incapacidad de actuar proactivamente sobre los hechos). Ese sentimiento trágico de la existencia troca en una vocación de optimismo, donde los protagonistas, sin explicar demasiado las causas de sus variaciones, deciden modificar el curso de sus vidas y, para ello, toman una decisión determinante: eligen una de las posibilidades de aquella bifurcación tendida ante ellos.
La posición de Meirelles supone un estancamiento entre la determinación de abundar en los aspectos menores del patetismo de los personajes o la elección de optar por una intensificación del absurdo que investigue las dimensiones humorísticas del absurdo. De esa forma, ni la tragedia cobra volumen y logra sus necesidades de profundidad; ni el humorismo sale en salvataje.
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