Cuentos | Cuatro a uno - Por Grieso di Testa

Pasa que antes no se podían seguir los partidos de primera como ahora. La radio era la mejor amiga del fútbol. Quizá alguno tenía un televisor, y nos juntábamos en su casa cuando se podía, pero no era muy común. Entonces por eso las ligas regionales tenían mucha fuerza, porque la gente las podía seguir sin problema.

A mi me hablaban de muchos jugadores, que seguramente deben haber sido muy buenos, pero claro, te tenías que conformar con lo que decían los periodistas, era muy complicado verlos jugar… ni hablar de viajar hasta una cancha de Buenos Aires.

Así que nosotros estábamos enamorados del fútbol de acá. Yo lo vi jugar al Loco Ghione. ¿Si jugaba algo?, puf, un delantero de aquellos, un señor nueve del área. Dentro de la dieciocho te mataba, le daban un metro y sacabas del medio.

Era un animal, Aníbal se llamaba, pero tenía un problema, jugaba tan bien como chupaba. Se llevaba mejor con el vino que con la madre… y así nunca pudo probar suerte en la capital.

Vos tuviste un tío lejano, Pacheco le decían, buen volante. Jugaba junto con el Loco en El Arias Football Club. Otro personaje de aquellos. A Pacheco le gustaba mucho la joda también.

Me acuerdo una vez, era el clásico, El Belgrano visitaba al Arias. No se cómo será ahora la cosa, pero en esos tiempos se odiaban. Cuando se jugaba ese partido podías ir a robar tranquilamente al pueblo que no había absolutamente nadie en las casas.

¡Si vieras lo que fue ese partido! Lleno de gente, y no sólo del pueblo, sino de muchos lugares cercanos. Yo fui con otros amigos de Maggiolo a ver a los muchachos, porque el Loco y Pacheco también eran de ahí.

Cuatro a uno ganó El Arias, tres pepas de Ghione… la rompió. Terminó el partido y lo llevaban en los hombros por toda la cancha…Al grito de Loco, Loco, ole, ole, ole, Loco, Loco iba la gente.

Eso fue el sábado a la tarde. El sábado a la noche era la gran fiesta del pueblo que se hacía una vez en cada club, y esta vez era en la sede del Belgrano. Volvimos a Maggiolo, llegamos algo tarde porque los muchachos festejaron un rato largo después del partido.

Cerca de las diez de la noche, ya estábamos otra vez partiendo de viaje. Íbamos en el auto del Ruso Molina. Manejaba él, al lado iba yo y atrás Pacheco y el Loco. En el camino les dijimos que no hagan ninguna boludez porque no queríamos tener quilombos en el baile. ‘Sí, sí’ decían los hijos de puta y se cagaban de risa.

Llegamos al Belgrano. Estaba hasta las pelotas de gente. ¿Sabés cómo eran las fiestas antes?, mirá, vos llegabas y alquilabas una mesa con cuatro sillas y la tenías reservada por toda la noche. Las mesas estaban alrededor de la pista en forma circular. Nos tocó una bastante cerca de la entrada principal. Una vez sentados, se acercan los mozos del lugar a ofrecerte naranjada, Coca Cola o lo que quieras tomar… claro que también había vino y cerveza.

En el centro de la pista siempre bailaban las parejitas y más afuera las demás personas. Yo me levanté de la silla luego de que Pacheco y el Ruso se fueran a bailar. El Loco quedó sólo en la mesa. Le hice señas de que me iba y asintió con la cabeza. Ya tenía un par de botellas de vino vacías enfrente. Antes de irme llegó el mozo con otra más.

Soltero por la pista de baile, veía como la gente se divertía. Estaba todo el pueblo, jugadores de los dos equipos y lógicamente simpatizantes de los dos cuadros. No podía encontrar a Pacheco, que seguramente estaría hablando con alguna mina. Era el playboyde Maggiolo y quería expander su dominio en otras tierras.

En eso, el Ruso me toca el hombro. Venía con dos vasos de vino. Mientras tomábamos tranquilos la gente empieza a reír. Todos a la vez, sonreían y largaban alguna que otra carcajada, pero mucho no se entendía porque la música no dejaba comprender lo que pasaba. Así fue que bajaron el volumen y por los parlantes dijeron: ‘a los que vinieron con el que baila arriba de las mesas le pedimos por favor que lo bajen’.

Yo no recuerdo haberme reído tanto después de haber visto bailar y cantar al Loco Ghione arriba de las mesas. Solo como perro malo tiraba pasos impecables, con un equilibrio espectacular.

Obviamente llamó la atención de todos los que estaban ahí. Toda la fiesta mirando a Aníbal en pedo luchando por no caerse.

En un momento las risas se apagaron, bajaron el volumen de la música por completo y nació un ambiente de tensión. Cuando se callaron por completo, el canto del Loco se empezó a escuchar… Borracho y bailando, movía los pies al ritmo de ‘cuatro a uno, cuatro a uno, le rompimos el culo cuatro a uno…’.

La primera botella le pasó al lado de la cara, y se rompió contra la pared del fondo del salón. El Loco seguía bailando arriba de las mesas, ni cuenta se dio. Desesperado, con el Ruso fuimos a buscar a Pacheco que estaba sentado solo y también en pedo en una silla al costado de la pista.

Después de bajar a Ghione de las mesas, encaramos para la entrada donde estaba el vigilante. Bastante caliente, por cierto, el milico nos miró y nos dijo: ‘váyanse de acá antes de que los caguen a trompadas’.

El Ruso ya encendía el auto mientras el Loco se acostaba en el asiento de atrás. Yo con Pacheco colgado y en pedo frente al guardia que me seguía cagando a pedos. En eso el otro se despierta, mira lo mira y le dice ‘¿Y usted de quién es?’, ‘Del Belgrano, claro’ nos dijo el milico. ‘Esta bien, nos vamos, ¡pero bien que les rompimos el orto!’

No alcancé a cerrar la puerta del auto que un medio ladrillo nos cayó en el techo. Las piedras pegaron contra el parabrisas trasero mientras el Ruso nos decía puteadas de todos colores.

A Pacheco se le pasó el pedo en seguida después del primer ladrillo, pero el hijo de puta del Loco seguía durmiendo. Creo que nunca se enteró de lo que pasó esa noche hasta que le contamos al otro día.

Llegamos a Maggiolo con el techo abollado y el vidrio de atrás todo roto. Yo me dejé el saco en la fiesta y el Loco los zapatos. No me preguntés porque estaba descalzo, porque no se, pero cuando lo dejamos en la casa andaba en medias azules. Pacheco se fue a lo de una mina, y el Ruso guardó el auto tratando de no despertar a los padres.

Un mes y medio laburamos los cuatro para poder pagar los gastos y arreglar el coche. Si bien casi nos matan, fuimos populares en el pueblo por ser los cuatro tipos que armaron la trifulca en la fiesta de Arias.

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